No cabe ninguna duda y no implica ninguna falta de respeto, afirmar que el Papa Benedicto XVI es distinto del Papa Francisco. Lo son por cultura, el primero es alemán, el segundo argentino; Joseph Ratzinger, con una larga carrera dedicada al estudio y después del breve período (cuatro años) como arzobispo, pronto fue llamado al Vaticano como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, prolongando así su tarea de teólogo y de investigador de la verdad cristiana. Jorge Bergoglio, por el contrario, una vez acabados los amplios y necesarios estudios para ser sacerdote en la Compañía de Jesús, se dedicó al trabajo de formador de jóvenes jesuitas, y a los 36 años, ya era Padre Provincial en Argentina, y más tarde Obispo Auxiliar de Buenos Aires y luego Arzobispo y Cardenal de la misma Sede hasta el 2013 cuando fue elegido Papa… Todo influye en el modo de “proponer” el propio servicio como Pastores.
De ahí, para dar un ejemplo, si el Magisterio del Papa Benedicto ha sido marcadamente doctrinal y de mucha altura espiritual, el del Papa Francisco se ha caracterizado por ser un Magisterio que me atrevo a llamar “Magisterio de los gestos”, como fue el primero cuando, en lugar de realizar el Lavatorio de los Pies en su Catedral de San Juan de Letrán (Roma) lo realizó lavando los pies a un grupo de jóvenes católicos y no católicos de Casal del Mármol, que es un centro de recuperación para adolescentes y jóvenes caídos en drogas… y no hay que olvidar que renunció de una vez para siempre, al departamento papal del Palacio Pontificio, como al uso de la limusina reservada al Papa… Y nuestro Papa continúa sorprendiéndonos y edificándonos con otros gestos que nos enseñan y educan. Él nos quiere transmitir una imagen de Iglesia que sea realmente Madre y entonces “pobre y que ama a los pobres”, abierta a toda persona de buena voluntad y que se preocupa de salir hacia los que están lejos… Todo esto no se opone en absoluto al Magisterio y a los ideales que han sido los de Benedicto XVI, aunque hayan sido distintos el modo y las expresiones con que él nos los proponía. En esta variedad, no hay que ver un oposición sino una convergencia hacia el mismo fin: la variedad de dones no es una dificultad, sino una riqueza en la vida de la Iglesia.
Cuantos en redes sociales y en otros medios y circunstancias, ponen de relieve las diferencias, para hablar de contrastes, y así privilegiar al Papa Francisco en contra del Papa Benedicto o al revés, hacen el juego (y que me perdonen) del Diablo, cuyo nombre en griego, significa precisamente, “el que divide y separa”.
La Iglesia es Una, pero de una unidad viva, que implica, como en todo ser vivo la variedad de miembros y funciones, pero todos en convergente servicio mutuo. La unidad de la Iglesia no significa “uniformidad”, ni aún menos, una lógica de “partido”. La Iglesia es Una y es Católica, es decir, Universal, y que entonces va integrando las riquezas de la variedad.