Apasionado, Enamorado, Ardoroso: he aquí tres adjetivos que describen a un joven párroco que falleció por un accidente de carretera, en 1957, con sólo treinta años.
Me refiero al P. Fernando González Saborío. Estaba en camino hacia Liberia, después de una reunión del clero en Tilarán, para dar la Bendición Eucarística, cuando ocurrió el accidente, y sus últimas palabras fueron: “el Santísimo me llama”.
Al poco tiempo de mi llegada, como Obispo, a la Diócesis de Tilarán-Liberia, he ido escuchando un crecer de testimonios hermosos, de elogios y comentarios muy elocuentes de la vida y ministerio del Padre Fernando. Él había ejercido su apostolado en la “ciudad Blanca”, como se le llamaba a Liberia, sólo durante seis breves años, uno como coadjutor y cinco como párroco, pero suficientes para dejar un recuerdo imborrable y para merecer un nuevo nombre: “El Apóstol de la Alegría”.
Su alegría no era algo exterior, manifestación de un afortunado modo de ser, sino, que se alimentaba desde la profundidad de su joven corazón enamorado de Cristo y de su Reino. Ese ha sido, además, el fundamento de su heroica fidelidad y de su constante alegría… Lo sabemos: sólo el que ama verdaderamente es fiel, al igual que es fiel, el que se siente personalmente amado. No cabe duda: el amor ha sido el comienzo y el coronamiento de dos procesos interiores que se iban realizando en el corazón del padre Fernando, desde cuando superando toda dificultad, se iba comprometiendo en la fidelidad a su vocación.
Supo postergar la entrada al Seminario, esperando con paciencia, que su padre ya no se opusiera a su decisión. Sin embargo, durante ese tiempo de espera, no puso en riesgo la fidelidad a su vocación, sino, que la fortaleció. Eso fue posible porque el joven universitario Fernando, había descubierto y, más bien “experimentado”, que Jesús le quería su amigo y su colaborador en la “pasión por la salvación” de sus hermanos.
El P. Fernando nació en la ciudad de Alajuela el 18 de abril de 1927. Recibió su primera Santa Comunión el 3 de diciembre de 1936. Y al poco tiempo, formó con sus vecinos y familiares la “Cofradía San Juan Bosco”. Pronto manifestó una fuerte atracción por la vida de los santos y “soñaba” ya con su futuro como sacerdote.
Posteriormente, ingresó al Instituto de Alajuela. Se le recuerda como un joven “parlanchín, jovial, con gran sentido del humor, muy alegre, cariñoso, ingenioso… aunque más bien reservado durante los primeros años de la adolescencia”.
El 8 de marzo de 1946, con un compromiso muy fuerte con Dios y con su prójimo, a los 19 años, entró en el Seminario Mayor en San José. Pronto, en el Seminario, aunque no hiciera nada para hacerse notar, no pasaba desapercibido, sino que se distinguía por su autenticidad y coherencia, y así se le denominaba “patrono de la autenticidad”. Lo caracterizaba su sencilla bondad. Era notable también su devoción a la Virgen María. Todas estas características, una vez ordenado presbítero, a los 24 años, “embellecieron” su ministerio sacerdotal, haciendo que irradiara confianza, cercanía y acogida con todo tipo de personas. En muy poco tiempo logró un profundo sentido de pertenencia y de verdadero arraigo con “su pueblo liberiano”.
Le sostenía un profundo espíritu de oración y la oración misma. Le tenía particular cariño a esta su breve fórmula:
“Hágase, Señor tu santa voluntad,
en cualquier punto que yo esté.
Hágase, Señor tu voluntad,
aunque yo no la comprenda.
Hágase, Señor tu voluntad
por más quebranto que me dé.
Señor, hágase en todo, tu Santa voluntad.
Señor, yo te seré fiel. Amén”.
Estimado Santiago y amigos todos de su grupo, pidamos al Señor que siga escogiendo y enviando a muchos obreros del estilo del Padre Fernando. ¡Los necesitamos!