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Tus dudas: ¿Hay realmente algo después de la muerte?

By Mons. Vittorino Girardi S. Diciembre 06, 2021

“Monseñor: Soy cristiano católico y educado desde pequeño en la fe de nuestros padres. Acogí todo cuanto me han enseñado sin dificultad. Sin embargo, ahora que ya se acerca el final de mi viaje, y siento cercana la muerte, me brota insistente la pregunta: ¿hay realmente algo después de la muerte? Mi alma ¿es realmente inmortal o es que con la muerte todo se desvanece? ¿Me ayuda, Monseñor a que pueda superar estas angustias? Dios le pague tanta paciencia”.

 

Carlos Mora V. - Alajuela

 

Una primera observación de mi parte, estimado don Carlos. No se culpabilice por la pregunta o serie de preguntas, que le surgen ahora, una vez llegado a esta importante etapa de su vida terrenal. Nos movemos en el ámbito de la fe y de la esperanza, lo cual no es el ámbito o campo de lo que podemos constatar o experimentar, como lo hacemos, por ejemplo, con un objeto que tengamos “a mano”, como la pluma, la mesa, el papel que estamos usando para escribir…

Justamente, el autor de la carta a los Hebreos escribe: “Ahora bien, la fe es la firme garantía de los bienes que esperamos, la plena convicción de las realidades que no vemos. Por ella alcanzaron nuestros antepasados la aprobación de Dios” (Heb. 11, 1-2).

Según esta definición que da el Autor de la Carta, la fe mira a la posesión de los bienes futuros, pero al mismo tiempo es una firme convicción de que ya al presente tenemos la posesión de las realidades celestes que no vemos.

Cuando “no vemos”, es natural que nos surja la pregunta: ¿será verdad lo que se me ha dicho?, ¿y cómo será?... No nos sorprende entonces, que un conocido escritor católico, J. Bernanos, haya escrito: “La fe es la capacidad de resistir a las dudas”; mientras que el profundo místico San Juan de la Cruz, intercalara sus afirmaciones de poeta creyente, con la expresión: “¡y es de noche!”

Sin embargo, estimado don Carlos, se trata de una noche, la de la fe, iluminada por una luz que disipa toda oscuridad y que nos confirma en la certeza que nos viene de Jesús, cuando nos dice, “Yo soy la luz del mundo y quien me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8, 12). Él mismo vino al mundo para dar testimonio de la verdad, como lo afirmó solemnemente frente a Pilato (cfr. Jn. 18, 37).

Como la luz ilumina el camino y evita que el caminante tropiece, así Cristo es la Luz y a la vez el Camino que nos lleva a la verdad suprema que es la Vida. Todos recordamos aquella otra solemne afirmación de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14, 6). Y Él quiere que cuando el Padre nos llame, podamos “poseer” esa misma vida con Él, por la cual se entregó y suplicó: “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté, estén también ellos conmigo, para que contemplen mi gloria” (Jn. 17, 24). Son palabras que traen a la mente otras, densas de esperanza para todos nosotros: “No se turbe su corazón, crean en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y les tomaré conmigo, para que donde esté yo, estén también ustedes” (Jn. 14, 1-3). ¡Toda nuestra espera se apoya en esta promesa!, y entonces, podemos afirmar como el salmista: “pongo a Dios ante mí sin cesar; y Él está mi derecha, y no vacilaré. Se me alegra el corazón y hasta mi carne descansa. Tú, Señor,  no dejarás a tu amigo ver la corrupción. Me enseñarás el camino de la Vida” (Sal. 15).

Nuestro caminar es pues, un progresar hacia la Vida, entendiendo esta palabra como “comunión con Dios”, para siempre. Lo afirma también San Juan en su primera carta, escribiendo: “el que tiene a Cristo, tiene la Vida” (1Jn. 5, 12).

Son convicciones que iluminaron el caminar por este ancho mundo, a todos los mártires cristianos (son más de setenta millones), de los santos y de cuantos nos han precedido en fe y esperanza… San Alberto Hurtado afirmaba, lleno de entusiasmo: “¡Oh la vida, es un salto a la eternidad!” Y el joven Beato Carlos Acutis, hambriento del Pan de la Vida, exclamaba: “¿Y qué es la Santa Misa? ¡La autopista al Cielo!...”.

Un misionero comboniano, Padre Esteban Patroni, ya destruido por el cáncer, con serenidad recibía a los visitantes, diciéndoles: “el día más bonito de la vida del misionero, es el día de su muerte, del encuentro con Cristo, vencedor de la muerte”.

Ánimo, estimado don Carlos y digámosle, llenos de confianza: “¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!

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