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Tus dudas: ¿Tiene sentido insistir en el Santo Temor de Dios?

By Mons. Vittorino Girardi S. Noviembre 25, 2021

“Monseñor: He sido catequista durante no pocos años, y a mis niños y niñas les enseñaba, entre otros muchos puntos del Catecismo Católico, lo que llamábamos el “santo temor de Dios”. Con la llegada de nuestro amado Papa Francisco, se ha ido insistiendo en la Iglesia, en la misericordia de Dios. A un recuerdo una de sus afirmaciones, al poco tiempo de haber sido elegido Papa: “Nos cansamos primero nosotros en pedirle perdón a Dios, que El de perdonarnos”. De vez en cuando me brota la pregunta: ¿es que yo no he sido del todo acertada cuando insistía con mis alumnos, en el temor de Dios y en el riesgo de perdernos? ¿Qué me dice Monseñor, al respecto?”.

 Mercedes Moreira A. – Heredia

 

Estimada Mercedes: No creo que usted “no acertara” en sus enseñanzas, como catequista, como tampoco -obviamente- que nuestro Papa Francisco exagerara.

En cualquier caso, siempre debemos fijarnos en Jesús; como decía S. Juan Pablo II: “Hay que empezar desde Cristo”.

Pues bien, nos sorprende e impacta la actitud de Jesús con los pecadores. Primero con sus palabras, como cuando afirma: “no he venido a buscar a los justos sino a los pecadores”, o cuando narra las parábolas de la misericordia, desde la del Padre misericordioso, de la dracma perdida, y de la oveja descarriada (cfr Lc 15, 4-32). Y Jesús les proponía esas parábolas por que los escribas y fariseos censuraban el comportamiento de Jesús, diciendo: “Este hombre acoge a los pecadores y come a la misma mesa con ellos” (Lc 15, 2). A todos ellos, Jesús les insistía: “No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos. No he venido a invitar a los justos a que se conviertan, sino a los pecadores” (Lc 5, 31). Y en la misma ocasión de la cena en la casa de Levi-Mateo, considerado pecador por su trabajo como recaudador de impuestos en favor de los Romanos, pero a quien Jesús había llamado a ser su Apóstol, Jesús dijo: “Vayan pues a aprender que significa aquello de: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9, 13). Aquí Jesús cita al profeta Oseas, evidenciando que Dios prefiere el sentimiento interior de sincero arrepentimiento, que la practica rigorista y exterior de la ley.

A las palabras y parábolas acerca de la misericordia, Jesús correspondió con gestos y practicas tan plenas de bondad misericordiosa y por las que superaron toda expectativa de sus contemporáneos, hasta llegar a “escandalizarlos”. Bastaría recordar como Jesús, defiende a la pecadora que llora a sus pies, en la casa de Simón el fariseo que le había invitado a comer. Igualmente defiende a la adultera a quien querían apedrear (cfr. Jn 8). Jesús mira con compasión a Pedro que acababa de negarle. Escusa y pide perdón al Padre por los que le crucificaron afirmando que no sabían lo que hacían y finalmente acoge en el paraíso al ladrón arrepentido (cfr. Lc 23, 43).

Sin embargo, tanta bondad y misericordia, no excluye que anunciemos y prediquemos acerca del “santo temor de Dios”. Naturalmente debemos entender correctamente esta expresión, a saber, no en el sentido de que debamos temerle a Dios, sino en el sentido de que debemos “temer” el ofender a Dios y no respetar sus mandamientos. ¿A qué se serviría tanta misericordia de Dios, si nosotros nos alejamos de Dios y si nosotros no nos acercamos a la fuente de la misericordia, y le pedimos humilde y sinceramente perdón? ¿A qué se serviría que Jesús llamara insistentemente a la puerta “para entrar y cenar con nosotros” (cfr. Ap 3, 20) si nosotros nos resistimos a abrirle?

Jesús después de haber afirmado que “hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15, 7), llama fuertemente la atención sobre el riesgo de “endurecer el corazón” y de inutilizar así su infinita misericordia. Lo hace por ejemplo, cuando llora sobre Jerusalén que se resiste al llamado de conversión o como cuando narra la parábola de los viñadores homicidas (cfr. Lc 21, 33-45) y de un modo realmente impactante, cuando relata el juicio final en que resuena fuerte e inclusive amenazante, ese “apártense de mí, malditos, al fuego eterno” (cfr. Mt 25, 31-46).

Bien lo sabemos, Cristo no aparta a nadie; son los pecadores que se apartan de El que es el Medico, el salvador y que quiere que todos se salven. Somos los hombres, quienes por el abuso de nuestra libertad, podemos encaminarnos hacia la perdición… es un acto de “misericordia”, es decir, de verdadero amor, de parte de Jesús, llamar la atención sobre el tremendo riesgo de perdernos.

Como puede apreciar, estimada Mercedes, no hay pues oposición entre el insistir acerca de la bondad misericordiosa de Jesús y acerca del “santo temor de Dios” entendido -como ya lo pusimos de relieve- como riesgo constante de vivir “apartados de Dios” prescindiendo de Él y de lo que realmente es el bien para nosotros.

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