“Monseñor: Le escribo con cierto reparo, porque sé que le llega todo tipo de preguntas y de inquietudes, a las que usted siempre contesta, aunque, sin duda, eso le va exigiendo tiempo. Aquí estoy yo, abusando de su bondad. Monseñor, ¿cuándo se da el momento de la transubstanciación en la celebración Eucarística? Muy agradecido, Monseñor, y le aseguro mi oración”.

Henry Espinoza - Alajuela

Don Henry, le agradezco su oración. Por lo demás, conoce la expresión muy familiar: “¡Estamos para servir!”

Como lo aprendimos en el catecismo y lo afirmaba solemnemente el Concilio de Trento (1545-1563): “En el santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo entero”.

Esta presencia se denomina “real”, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen “reales”, sino, por excelencia porque es substancial, por ella, Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente (Catecismo Iglesia Católica -CIC- 1374).

El mismo Concilio de Trento recoge y resume la fe de la Iglesia Católica, transmitida en la Sagrada Escritura y por la prolongada tradición viva de la misma Iglesia, y afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor dijo que lo que ofrecía bajo las especies del pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia Católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación” (CIC 1376).

Ahora bien, ¿cuándo acontece el milagro asombroso de la transubstanciación? Como acabamos de afirmarlo con las palabras del Concilio de Trento, la transubstanciación, acontece con la Consagración. Y ésta, ocupando el corazón de la Celebración Eucarística, empieza con la epíclesis o súplica con que la Iglesia, representada por el que preside la Celebración, pide al Padre que envíe a su Espíritu Santo sobre el pan y el vino para que se conviertan, por su poder, en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo. El que preside (Obispo o Presbítero) acompaña esta súplica, extendiendo las manos sobre el pan y el vino, para expresar así que ese Poder viene de lo Alto, a saber, de Dios Padre.

A la epíclesis, sigue el relato de la Institución. En él, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo, y el poder del Espíritu Santo, hacen sacramentalmente presente, bajo las especies del pan y del vino, su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la Cruz de una vez para siempre (cfr. CIC 1353).

El que preside, a continuación, anuncia a la Asamblea que ya ha acontecido el milagro de la transubstanciación, diciendo “Este es el misterio de nuestra fe” y la Asamblea expresa su plena adhesión de fe, diciendo: “Anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección, ¡Ven Señor Jesús!”.

Si los cristianos celebramos la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias (siriaca, griega, latina, etiópica, eslava, malabárica…) eso acontece porque toda la Iglesia se sabe sujeta y obediente al mandato del Señor, dado a sus apóstoles en vísperas de su pasión: “Hagan esto en memoria mía” (1Cor 11,24-25).

Desde el nacer de la Iglesia y para siempre, la Eucaristía es “fuente y cumbre de toda la vida cristiana. Y los demás sacramentos, como también, todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, contiene a Cristo mismo, nuestra Pascua” (CIC 1324).

Como puede apreciar, estimado don Henry, su pregunta nos ha sido muy útil para todos, ya que nos ha ofrecido la oportunidad para recordar, al menos lo esencial, de lo que se refiere al extraordinario e invaluable don de la Santísima Eucaristía.