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¿Por qué se ha considerado a la mujer inferior al varón?

By Mons. Vittorino Girardi S. Junio 21, 2021

“Monseñor, todos sabemos que las primeras páginas de la Biblia nos dicen que Dios creó al hombre y a la mujer, distintos físicamente, pero iguales en dignidad. ¿Por qué entonces, a lo largo de la historia se ha desarrollado e impuesto una visión contraria, según la cual se ha considerado a la mujer inferior al varón? ¿Ha habido causas filosóficas, sociales y religiosas? ¿Y por qué también en la Iglesia se ha ido aceptando esa concepción contraria a la enseñanza de la Palabra de Dios?”

 

Margarita Rivera A. – Heredia

 

Usted, estimada Margarita, apunta a varias causas que han podido concurrir a esta injusta situación de la mujer en relación con el varón. Sin embargo, lo primero que hay que tener siempre presente, es que este hecho hace parte de un fenómeno más amplio y muy injusto y doloroso. Nos referimos a la tendencia general de marginación y de atropello del ser más débil, de parte de aquel que se considera más fuerte y que, entonces, “golpea” al más débil, al pobre, al indefenso, al minusválido, al anciano, al extranjero, al que posee poca o ninguna educación formal… Nos basta pensar en el fenómeno por todos conocido, del “bulling”, tan común en nuestros centros educativos.

Esta mezquina tendencia tiene sus raíces en el egoísmo que nos afecta a todos, y en lo que en psicología llamamos “voluntad de poder”.

Cuando el hombre prescinde de Dios, que ha querido y creado al ser humano a su imagen y semejanza, (cfr Gn 1, 26 – fundando así su dignidad), con demasiada facilidad cae en la falta del debido respeto de sus semejantes y, particularmente, de cuantos considera más débiles y, entonces… inferiores. Y lo más débil que el varón tiene cerca (al menos desde el punto de vista físico) es precisamente, la mujer y, entonces, hacia ella va manifestando su egoística “voluntad de poder” y de pretendida superioridad. En tal caso, en lugar de desarrollar una relación de verdadero amor, hecho de respeto, de entrega recíproca y de colaboración en el reconocimiento de la total igualdad, en conformidad con el pensar y el proyecto de Dios, toman lugar la pasión, la sospecha, la instrumentalización, la posesión y el dominio de la otra persona de parte del más fuerte, que generalmente es el varón.

El conocimiento de la historia nos revela que ha sido Jesús, quien hizo lo posible para “corregir” el falso modo de pensar, por el cual se les reconocía mayores “derechos” a los que tenían más fuerza y poder. El caso de que nos habla San Juan en el capítulo 8 de su Evangelio, es del todo pertinente. Se quería lapidar a la mujer encontrada en flagrante adulterio, y nos surge espontánea la pregunta, ¿y por qué aquellos defensores de la Ley no trajeron también al varón, tan culpable como la mujer, si el adulterio había sido flagrante?

Jesús, con aquel modo tan “divino” y por eso tan sorprendente, defiende y salva aquella mujer… Si “iluminamos” este hecho relatado por San Juan, con cuanto Jesús afirma de la indisolubilidad del Matrimonio (cfr Mt 19, 1-9) y ponemos atención al hecho de que Él, Profeta, tuviera un séquito femenino (cfr Lc 8, 1-3), comprendemos que Jesús le devuelve a la mujer toda su dignidad como Dios la pensó “desde el principio” (cfr Mt 19, 8). Hay que reconocer, si recorremos los Evangelios, que Jesús manifiesta una revolucionaria “toma de posición” en contra de la cultura dominante y de una falsa mentalidad que marginaba a la mujer en todos los sectores de la vida social. Él quiso, con palabras y con gestos “sorprendentes”, restaurar la perfecta igualdad entre el varón y la mujer.

Con esto, no pretendemos afirmar que su enseñanza fuera pronta y plenamente asimilada por los cristianos… aún no estamos lejos de situaciones, en nuestra cultura supuestamente cristiana, en que se coloca a la mujer en una condición de subordinación con respecto al hombre. Aún no se ha logrado asimilar plenamente el pensamiento cristiano, más allá de posibles actitudes de resentimiento y de revancha, que bien poco o nada tiene de cristiano.

Este no es el único punto en que aún no acabamos de asimilar plenamente las enseñanzas de Jesús. La letra y el espíritu de las Bienaventuranzas como magna carta del cristianismo, sigue cuestionándonos.

Pidamos, con humildad y con sincera voluntad de conversión y de cambio de mentalidad, la luz del Espíritu Santo, que Cristo nos ha prometido (cfr Jn 16, 13-15) para comprender y asimilar mental y prácticamente toda la riqueza y la novedad de su doctrina.

En cualquier caso, estimada Margarita, Dios nos conceda comprender que el reconocimiento y la defensa de la dignidad de la mujer, no significa en absoluto que ella deba mirar al varón con la pretensión de ser “como él” en la vida privada y pública, sino que debe serlo en el pleno desarrollo de todo lo propiamente femenino, a lo que tanto deben nuestras familias y sociedades.

 

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