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Sagradas Escrituras: Poncio Pilatos

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Mayo 19, 2021

Uno de los protagonistas principales de la Pasión del Señor fue el procurador romano Poncio Pilatos. Muy conocido por todos y, como sucede con Judas Iscariote, una figura despreciada y sombría, por haber tenido la desdicha de condenar a Jesús a la muerte. Se le ha criticado su cobardía por no haberlo defendido siendo inocente, lavándose las manos para desentenderse de su responsabilidad. Su nombre es citado casi medio centenar de veces en los Evangelios; también por los historiadores romanos de la época y constituye el símbolo tradicional de la vileza y de la sumisión a los bajos intereses de la política.

Es poco lo que se sabe de Poncio Pilato. Pertenecía a la clase ecuestre romana y estuvo obligado a realizar una carrera pública. Algunos afirman que el nombre de Pilato sería una contracción de “pileum”, el gorro rojo que usaban los esclavos liberados. Otra versión lo relaciona con “pilum” el arma principal de los legionarios. Tanto Filón de Alejandría como Flavio Josefo, filósofo e historiador respectivamente, despreciaron a Pilato, pero ambos eran unos fanáticos nacionalistas judíos y son poco creíbles. El primero mencionó sus “vejaciones, rapiñas, iniquidades y ultrajes” sin citar un caso concreto; el segundo, lo tildó de inmoral, ladrón, injusto, corrupto y despiadado. Pero de la lectura de los Evangelios es imposible sostener esos adjetivos; más bien Pilato era el prototipo del gobernador romano: pragmático, antisemita y hombre desconfiado de aquel pueblo inmanejable.

 

¿Fue inocente Pilato condenando a un inocente?

 

La inocencia de Pilato fue un recurso literario para liberarlo de su total responsabilidad. Las fuentes históricas contemporáneas nos presentan a Pilato como un hombre duro y desconsiderado, codicioso y cruel. Después de diez años en su cargo como procurador en Palestina, iniciado el año 26 d. C., fue depuesto del mismo por su desmesurada crueldad con los samaritanos, que elevaron quejas y protestas al legado romano en Siria. En efecto, los samaritanos se quejaron ante su jefe Vitelio, el legado de Siria; este ordenó a Pilato que fuera a Roma para explicar al emperador las razones de tanto abuso, pero cuando llegó a la capital, Tiberio había muerto.

El pobre Pilato cayó en desgracia con el emperador Calígula, según una versión del historiador Eusebio, y prefirió suicidarse por allá del año 37 d. C. La figura de un Pilato inocente, que intenta por todos los medios librar a Jesús, no responde en absoluto a la realidad. En la colaboración entre Roma y el Sanedrín judío para eliminar a Jesús, Pilato cedió inmediatamente y de mil amores, a las intenciones y pretensiones judías, y ello evidentemente, por razones políticas.

Por razones apologéticas -que posteriormente pasaron a ser consideradas como históricas- se intenta librar a los romanos de toda culpa en el proceso de Jesús. En realidad, habría que hablar de colaboracionismo claro y eficaz. Pero esto no se podía decir. Sin embargo, al declarar la inocencia de Jesús, por parte de Pilato, son también los cristianos los declarados políticamente inocentes por el representante de Roma. No era un buen proceder para los cristianos acusar a Roma, afirmando su responsabilidad en el proceso de Jesús. Desde la necesidad de congraciarse con Roma, de la que dependían para su misma sobrevivencia, nació la tendencia (históricamente nefasta), de descargar a Roma de toda responsabilidad en el proceso de Jesús, inculpando de forma absoluta y total a los judíos.

El contenido teológico destaca que Pilato no se encuentra ante un hombre cualquiera, sino ante un rey misterioso, que no es enemigo de los reinos terrenos (Jn 18,33-36). La "buena voluntad" de Pilato queda más que en entredicho por su actitud ante la "verdad". A Pilato no le interesa la verdad. Él representa al mundo contrario, al mundo de la mentira. En el evangelio de san Juan la "verdad" es la realidad divina manifestada en Jesús (Jn 18,37-38). Eso a Pilato no le interesa.

En siglos posteriores surgieron todo tipo de leyendas sobre su persona. Unas le atribuían un final espantoso en el río Tíber (Roma) o en Vienne (Francia), mientras que otras (sobre todo las Actas de Pilato, que en la Edad Media formaban parte del Evangelio de Nicodemo), le presentan como converso al cristianismo junto a su mujer Prócula, a quien se venera como santa en la Iglesia Ortodoxa por su defensa de Jesús (Mt 27,19). La inocencia de Pilato siguió posteriormente en línea ascendente: Tertuliano (Apologeticum, 21, 24) lo considera como creyente; y la leyenda cristiana lo hizo mártir e incluso la Iglesia etíope lo venera como santo.

Pero por encima de estas tradiciones, que en su origen reflejan un intento de mitigar la culpa del gobernador romano, en tiempos en que el cristianismo encontraba dificultades para abrirse paso en el Imperio Romano, la figura de Pilato que conocemos por los Evangelios, es la de un personaje indolente, que no quiere enfrentarse a la verdad y prefiere contentar a la muchedumbre.

Su presencia en el Credo, no obstante, es de gran importancia, porque nos recuerda que la fe cristiana es una religión histórica y no un programa ético o una filosofía. Por eso decimos y confesamos que Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”. La redención ocurrió en un lugar concreto del mundo, Palestina, en un tiempo concreto de la historia, es decir, cuando Pilato era prefecto de Judea.

 

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