Los acontecimientos a través de los que se desarrolló la Pasión de Jesús de Nazaret, son históricamente únicos e irrepetibles. Se realizaron en la ciudad de Jerusalén y sus alrededores, en tiempos de Tiberio, emperador romano, bajo Poncio Pilatos, gobernador de Judea, siendo Caifás sumo sacerdote (ver Lc 3,1). Estas coordenadas espacio-temporales nunca más volverán a juntarse en la historia. Tales eventos constituyen el único y dramático Evangelio de la Pasión del Señor, es decir, la única Buena Nueva de nuestra salvación, manantial de alegría y consuelo para todos los pecadores.
Este único Evangelio de la Pasión ha sido relatado, según los textos canónicos del Nuevo Testamento, por cuatro evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan). Son muchos los episodios en que coinciden los cuatro, pero no faltan episodios que a cada uno les son propios. Y en las mismas escenas comunes a los cuatro, ¡cuántas pequeñas diferencias en los detalles circunstanciales! Ninguno de los cuatro evangelistas estuvo presente en todos y cada uno de aquellos acontecimientos. Ninguno quiso narrarlos como una crónica periodística con puntos y comas, como a muchos nos gustaría.
Ninguno pretendió satisfacer la curiosidad de los lectores o suscitar en ellos meros sentimientos humanos. Narraban con corazón creyente. Contaban lo que habían visto y oído, no como simples eventos, sino como una cifra misteriosa del lenguaje de Dios Padre y Redentor, enviada a los hombres ganados para la fe en Jesucristo. Son Evangelio en los acontecimientos, es decir, Buena Noticia, y por medio de ellos, en virtud y por fuerza de la fe, que en ellos descubre la salvación de Dios, encarnada en la persona de su Hijo, muerto y resucitado.
Ahora bien, los cuatro relatos de la pasión, con los que culminan los Evangelios y que escuchamos, tanto el Domingo de Ramos como el Viernes Santo, pertenecen a un mismo género literario, al que podemos llamar “drama religioso”. Este peculiar género representa los últimos sucesos de la vida del Señor a modo de drama, en el que se produce la confrontación decisiva de los protagonistas más importantes (Jesús, los discípulos, las autoridades tanto judías como romanas y el pueblo), en un proceso que alcanza su momento culminante en la muerte de Jesús y llega a su desenlace triunfal con su resurrección.
La estructura básica de estos relatos está concebida en una sucesión de escenas y, a pesar de esas variantes, es coincidente: arresto de Jesús y abandono de los discípulos, proceso civil y religioso, condena, traslado al Calvario, crucifixión, muerte y resurrección. Pues bien, en esta presentación de la pasión del Señor, vamos a ir viendo, en estos sucesivos domingos, a quienes intervienen en este drama como protagonistas y que, como bien sabemos, ha sido plasmado en infinidad de películas, libros, teatro y “procesiones en vivo” en los días de la Semana Santa y que son los siguientes:
A Jesús, el protagonista principal y el centro de aquellos acontecimientos, lo mismo que a sus amigos: la mujer de Betania, sus discípulos, incluyendo a Judas y a Pedro, uno que lo traicionó y otro que lo negó, al ángel de la confortación, a las mujeres que lo siguieron al Calvario, tanto de Galilea como de Jerusalén, a Simón de Cirene que le ayudó a llevar la cruz, a la Verónica que enjugó sus rostro ensangrentado y a su Madre María acompañándolo en su agonía, a la esposa de Pilatos, Claudia Procla, a quienes lo sepultaron, José de Arimatea y Nicodemo, como también a sus enemigos: los dirigentes de Israel, escribas, ancianos, fariseos y letrados, Anás y Caifás, a los soldados romanos que lo apresaron y torturaron, como también guardaron su tumba y fueron sobornados, a Pilatos que lo condenó a muerte, al pueblo judío, responsable (aparentemente) de su muerte, a Satanás, al centurión romano (Longinos, en varias leyendas, quien atravesó el costado del Señor en la cruz), a Barrabás y a los dos ladrones crucificados con él en el Calvario.
Todos ellos, que conocemos por los relatos de los Evangelios, representan las diversas actitudes ante Jesús crucificado: a su favor o en contra, incluso neutral o dudosa, como Pilato, que se debate entre defender a Jesús inocente o condenarlo. Ellos son punto de referencia de los discípulos de Jesús de todos los tiempos. A algunos aprobamos, a otros rechazamos, criticamos o condenamos, con otros nos identificamos. Pues ante Jesús nadie queda indiferente. Y ninguno de ellos lo fue.
Porque también, en última instancia, los verdaderos protagonistas de la pasión del Señor, somos nosotros, hombres y mujeres de todos los tiempos que asistimos y participamos de este drama, como destinatarios de su salvación, pues como dice San Pablo: “Dios, sin embargo, nos demuestra su amor porque, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,8) y como copartícipes de sus sufrimientos: “Ahora me alegro de mis padecimientos por ustedes, pues así voy completando lo que falta a los sufrimientos de Cristo en mi cuerpo, por el bien de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). Acompañémoslo en actitud reverente y meditativa, en estos días de la Cuaresma, que nos prepara a su Misterio Pascual.
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