Desde los primerísimos siglos de la Iglesia, la imagen del cordero ha sido un símbolo tradicional en la iconografía y en la liturgia católica. Con frecuencia lo vemos grabado o pintado en los lugares y objetos de culto, bordado en las vestiduras litúrgicas o esculpida su figura en el arte sacro. Pronto esta figura, junto con la del pez, fue un signo común entre los cristianos desde sus comienzos. Y, para comprenderlo mejor, tratemos de ver brevemente la rica simbología bíblica que está detrás.
¿Quién es?
Aparece por primera vez como un título con el que Juan el Bautista presentó a Jesús ante Israel como el Mesías, el Hijo de Dios (Jn 1,29-36). Esta designación para Cristo no aparece en el Antiguo Testamento, pero la expresión probablemente estaba basada en las palabras del pasaje de Is 53,7: “como cordero fue llevado al matadero”. El título “Cordero de Dios” presenta a Jesús como el Mesías sufriente e implica que los sacrificios del Antiguo Testamento lo simbolizaban como el sacrificio divino por el pecado.
En los tiempos antiguos, un cordero -o un cabrito- (Gén 22,7; Éx 12,3), era uno de los principales animales destinados para los sacrificios que se podía presentar a Dios. En el ritual o cena de la Pascua, no podía faltar el cordero para la cena. El holocausto diario, requería de un cordero sin mancha (Éx 29,9-42), simbolizaba adecuadamente el ministerio perpetuo de Cristo en favor de los pecadores.
El apóstol Pablo se refiere a Cristo como “nuestra pascua” (1 Cor 5,7, también aquí aparece como “nuestro cordero pascual”); también el autor de la 1ª Carta de Pedro, es llamado como “un cordero sin defecto ni mancha” (1 Ped 1, 19); y Juan, como el “Cordero degollado desde el principio del mundo” (Ap 13, 8). En el Apocalipsis, Juan nombra a Cristo como el “Cordero” un total de 28 veces
Cuando Juan el Bautista ve venir a Jesús exclama: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29.36). El cordero inmolado es símbolo de Jesús que se entregó al sacrificio por la salvación de los hombres, prefigurado en el sacrificio de Isaac (ver Gén 22,1-14). El diácono Felipe interpreta el pasaje del profeta Isaías (Is 53,7-8), como referido y cumplido en Jesucristo (Hech 8,32-33).
De acuerdo con todo esto, mediante la designación de Jesús como "Cordero de Dios", el Cuarto Evangelio quiere presentarlo como quien cumplirá con su muerte el destino del Siervo sufriente de Dios y, al mismo tiempo, como el Cordero de la nueva Pascua. En línea con esta consideración, sólo en este Evangelio de San Juan se cuenta que, después de la muerte de Jesús, al ver que había muerto, los soldados "no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza..."; para San Juan, el sentido de este hecho es evidente, y lo transmite expresamente: "Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: "No se le quebrará hueso alguno" (Jn 19,31-37). La cita une en una sola frase del Sal 34,21, donde se describe la protección divina sobre el justo perseguido, cuyo símbolo es el Siervo sufriente de Isaías y una norma ritual sobre el cordero de la Pascua recogida en Éx 12,46.
A la luz de los textos bíblicos, el símbolo del cordero se nos ha llenado de sentido y de una riqueza teológica y espiritual, fuera de serie. Ese cordero pascual es Jesucristo mismo. Es el verdadero cordero que quita el pecado del mundo, el Cordero pascual de nuestra redención, que se inmoló como sacrificio perfecto en su Sangre e instituyó como sacramento la noche del Jueves Santo, la Eucaristía. Así, su Iglesia puede celebrar todos los días, en la sana misa y en los demás sacramentos, el memorial de la pasión, muerte y gloriosa resurrección del Señor, para prolongar su presencia entre nosotros y su acción salvadora hasta el final de los tiempos.
Gracias a esto, hoy todos los católicos del mundo repetimos diariamente en la celebración eucarística, esas mismas palabras por labios del sacerdote: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo ¡Dichosos los invitados al banquete del Señor!”. Ojalá que toda vez que digamos estas palabras, lo hagamos con todo el fervor de nuestra fe, de nuestro amor y adoración, pidiendo a Dios por la salvación de toda la humanidad.
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