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La mujer adúltera

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Diciembre 09, 2020

Además de la madre de Jesús y de la samaritana, uno de los personajes femeninos llamativos del Evangelio de San Juan es la mujer adúltera, de la cual tenemos noticias en el Tiempo de Cuaresma, específicamente en el V Lunes de Cuaresma, contrastada con la casta Susana (Dan 13), presentada ese día en la primera lectura. Vayamos a la narración de Jn 8,1-11:

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?”. Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.

Como insistían, él se enderezó y les dijo: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?”. Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete y no peques más en adelante”.

 

Salvada y perdonada por Jesús

 

Estamos ante un pasaje de la vida de Jesús muy conocido, como conocida es esta mujer, objeto de condena de los dirigentes de Israel como de perdón por parte de Jesús, al que podemos contemplar en varios momentos de la narración:

 

  • Jn 8,1-2. Después de la discusión sobre el origen del Mesías, descrita al final del capítulo 7 (Jn 7,37-52), “cada uno regresó a su casa” (Jn 7,53), y Jesús se fue para el Monte de los Olivos. Allí había un huerto, el de Getsemaní, donde él solía pasar la noche en oración (Jn 18,1; ver Mt 26,36). Al día siguiente, antes del amanecer, Jesús estaba de nuevo en el Templo. La gente también acudía pronto para poderle escuchar. Se sentaban alrededor de Jesús y él les enseñaba. ¿Qué enseñaba Jesús? Tiene que haber sido algo muy bonito, porque la gente acudía antes del amanecer para escucharle.
  • Juan 8,3-6ª. De repente, llegan los escribas y los fariseos, trayendo consigo a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. La colocan en medio. Según la ley, esta persona debería ser apedreada (Lv 20,10; Dt 22,22.24). Ellos preguntan "¿Tú qué dices?" Era una trampa. Si Jesús hubiera dicho: "¡Hay que aplicar la ley!", ellos hubieran pensado: “¡No es tan bueno como parece, porque manda matar a la pobre mujer!” Pero si hubiera dicho: "No la maten", lo hubieran acusado de no guardar la ley. Bajo la apariencia de fidelidad a Dios, ellos manipulan la ley y usan a la mujer como pretexto para poder acusar a Jesús. Todo un montaje, una trampa…
  • Juan 8,6b-8. Jesús escribe en la tierra con calma. No se espanta ni se deja llevar por los nervios y sigue tranquilo… Serenamente, como quien es dueño de la situación, se inclina y comienza a escribir en la tierra con el dedo. Los nervios se adueñan de sus adversarios. E insisten para que Jesús les diga qué piensa. Entonces Jesús se levanta y dice: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. E inclinándose volvió a escribir en la tierra. Jesús no discute la ley. Pero cambia el punto del juicio. En vez de permitir que ellos coloquen a la ley por encima de la mujer para condenarla, les pide que se examinen a la luz de lo que la ley les exige a ellos. La acción simbólica de escribir en la tierra lo aclara todo. La palabra de la Ley de Dios tiene consistencia. Una palabra escrita en la tierra no la tiene. La lluvia o el viento la eliminan. El perdón de Dios elimina el pecado identificado y denunciado por la ley.

 

  • Juan 8,9-11. Jesús y la mujer. El gesto y la respuesta de Jesús derriban a los adversarios. Los fariseos y los escribas se retiran avergonzados, uno después del otro, comenzando por los más ancianos. Acontece lo contrario de lo que ellos esperaban. La persona condenada por la ley no era la mujer, sino ellos mismos que pensaban ser fieles a la ley. Al final, Jesús se queda solo con la mujer en medio del círculo. Jesús se levanta y la mira, diciéndole: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?”. Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno”, le dijo Jesús. “Vete y no peques más en adelante”.

 

Jesús no permite que alguien use la ley de Dios para condenar al hermano, cuando él mismo es pecador. Este episodio, mejor que cualquier otro, revela que Jesús es la luz que hace aparecer la verdad. Él hace aparecer lo que existe de escondido en las personas, en lo más íntimo de cada uno de nosotros. A la luz de su palabra, los que parecían los defensores de la ley, se revelan llenos de pecado y ellos mismos lo reconocen, pues se van “con el rabo entre las piernas” comenzando por los más viejos. Y la mujer, considerada culpable y merecedora de pena de muerte, está de pie ante de Jesús, absuelta, redimida y dignificada (ver Jn 3,19-21).

 

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