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La madre de Jesús

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Noviembre 13, 2020

María simboliza al pueblo de Israel que, en el Antiguo Testamento, es presentado muchas veces, como novia o esposa de Israel.

Muchas veces hemos escuchado, tanto en la predicación, las homilías, la catequesis y en especial, en la celebración del sacramento del matrimonio, el bello relato de las bodas de Caná, en donde aparece y destaca la madre de Jesús. A ella hoy queremos referirnos:

Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”. Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga”.

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento”.

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, bajó a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días (Jn 2,1-12).

 

¿Es María?

 

Tantas veces hemos escuchado este relato de las bodas de Caná, que estamos acostumbrados a pensar que allí, efectivamente, estaba la Virgen María en aquella celebración de novios, preocupada para que, en el momento apropiado, poder intervenir y propiciar el cambio del agua en vino, en aquel primer milagro realizado por su Hijo Jesucristo. Pero llama la atención que ella no es nombrada por su nombre propio, pero es llamada “mujer” por su Hijo, cuando tuvo que haberla llamado “mamá” o “madre” y cuando el mismo San Juan, conocía el nombre de José, el padre adoptivo de Cristo (Jn 1,45; 6,42).

Además, no se dice que ella fuera invitada, sino “que estaba allí” (Jn 2,19). Es como si ella formara parte de la fiesta, del ambiente y lugar en que se celebraba el matrimonio. En cambio, de Jesús se dice “que fue invitado con sus discípulos”. Es decir, que no había sido invitado, sino que llegó de afuera. Y, como si fuera poco, es extraño que Jesús la llamara mujer, como ya hemos visto. Además, no existe ningún pasaje de la Biblia, en el que un hijo se dirija a su madre biológica, llamándola mujer.

De manera que María, en este relato, tiene una fuerte carga simbólica. Recordemos que entre nosotros, como también en Israel, el término “mujer” no solamente se refiere a una persona del sexo femenino, sino que denota a la esposa o a la novia. De allí que muchas veces los maridos, al hablar de sus esposas, las llaman “mujer” (“Mujer ¿ya está el almuerzo?”; “apúrate mujer”; “voy a hablar con mi mujer”; “la mujer de Fulano”, etc). Es decir, es la esposa y por eso, en las bodas de Caná, María simboliza al pueblo de Israel que, en el Antiguo Testamento, es presentado muchas veces, como novia o esposa de Israel. Es por eso que en el esta bella narración, no se nombra a la esposa o la novia. Porque la novia es el pueblo elegido de Dios, quien muchas veces, aparece presentado como el Esposo fiel, que quiere desposarse con su pueblo en una alianza de amor (ver Os 1-2; Jer 2,2; 3,1-12; Is 54,4-8; 62,4-5).

 

“Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2,5)

 

A lo largo del relato aparecen nuevos personajes, los sirvientes, y la madre de Jesús les dice que se pongan a la completa disposición de él. Ella no conoce los planes de su Hijo, pero afirma que hay que aceptar su programa sin condiciones y estar preparado para seguir cualquier indicación suya. En el contexto de la alianza de bodas, en que se desenvuelve la escena, la frase de María a los sirvientes adquiere todo su significado. Su frase hace alusión a la que pronunció el pueblo en el Sinaí, comprometiéndose a cumplir todo lo que Dios les mandase (Éx 19,8: "haremos cuanto dice el Señor").

María, representando al verdadero Israel, comprende por las palabras de Jesús que la antigua alianza ha caducado y que el Mesías va a inaugurar una alianza nueva; por eso pide a los sirvientes que den su fidelidad a la alianza que Él va a promulgar. Ella aquí simboliza al nuevo Israel, a la esposa fiel de Jesucristo, el enviado divino, que viene a revelar su gloria como Mesías y a realizar el sueño de los profetas, de las bodas de Dios con su pueblo (Os 2,16-25; Jer 2,1-2; Ez 16; Cantar de los Cantares).

 

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