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La Palabra o el Verbo

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Noviembre 01, 2020

La Palabra de Dios entra en la persona y hace con que ella se siente acogida por Dios como hija o como hijo. Es el poder de la gracia de Dios.

En los días de Navidad, especialmente el 25 de diciembre, en el que los cristianos celebramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, escuchamos este bello himno introductorio del Evangelio de San Juan, a manera de villancico, que nos habla de la Palabra o el Verbo:

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron… La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios.

Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado (Jn 1,1-5.9-14.16-18).

 

Himno a la Palabra o al Verbo, Dios y hombre

 

El término “verbo” viene del latín. Es la traducción del que en griego se dice “logos”. A la gente de la Biblia le gustaba decirlo de una forma más sonora: “dabar”. En todos los casos en principio traduce lo mismo: “Palabra”. Cuando el evangelista san Juan comienza el evangelio, pareciera que quisiera resumir toda su intensa experiencia con Jesús en una sola página. No es fácil. Pero para eso se vale de algunas estrategias. Lo primero que hace es colocar a Jesús en el lugar que le corresponde: el punto de partida. Él “existe desde el principio” (Jn 1,1), o sea, desde siempre; Él existe como Palabra que encabeza el comienzo de todo: el tiempo, la creación, cada uno de nosotros. Cuando indagamos todo a la reversa y nos remontamos hacia el origen de todo, terminamos encontrándonos con Él (Jn 1,3).

En efecto, el Prólogo es lo primero que se ve al abrir el evangelio de Juan (Jn 1,1-18). En él, Juan describe el camino de la Palabra o Verbo de Dios, es decir, el Hijo de Dios. Ella estaba junto a Dios, desde antes de la creación y por medio de ella todo fue creado. Todo lo que existe es expresión de la Palabra de Dios. Como la sabiduría de Dios (Prov 8,22-31), la Palabra quiso llegar y estar más cerca de nosotros, haciéndose carne en Jesús (es decir, hombre). Vino y vivió en medio de nosotros, realizó su misión y volvió a Dios. Jesús es esta Palabra de Dios. Todo lo que dice y hace es comunicación que nos revela al Padre.

"En el principio existía la Palabra". San Juan recuerda la primera frase de la Biblia que dice: "En el principio Dios creó el cielo y la tierra" (Gén 1,1). Dios creó todo por medio de su Palabra. "Él habló y las cosas empezaron a existir" (Sal 33,6; 148,5). Todas las criaturas son una expresión de la Palabra de Dios. Esta Palabra viva de Dios, presente en todas las cosas, brilla en las tinieblas, ya que es luz inextinguible. Las tinieblas intentan apagarla, pero no lo consiguen. La búsqueda de Dios, siempre nueva, renace en el corazón humano. Nadie consigue esconderla.

Así como la Palabra de Dios se manifiesta en la naturaleza y en la creación, también se manifiesta en el "mundo", esto es, en la historia de la humanidad y, en particular, en la historia del pueblo de Dios. Pero el “mundo" no reconoció ni recibió la Palabra. Él "vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron". Aquí, cuando dice “mundo”, Juan quiere indicar y, por esto mismo, a todo aquello que es opuesto y enemigo de Dios, a todos los hombres incapaces de reconocer y recibir la Buena Nueva (Evangelio), la presencia luminosa de la Palabra de Dios.

Pero las personas que se abren aceptando la Palabra, se vuelven hijos de Dios. La persona se vuelve hijo (o hija) de Dios, no por propios méritos, ni por ser de la raza de Israel, sino por el simple hecho de confiar y creer que Dios, en su bondad, nos acepta y nos acoge. La Palabra de Dios entra en la persona y hace con que ella se siente acogida por Dios como hija o como hijo. Es el poder de la gracia de Dios.

Dios no quiere quedarse lejos de nosotros. Por esto, su Palabra llegó más cerca todavía y se hizo presente en medio de nosotros en la persona de Jesús. El Prólogo dice literalmente: "La Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros". Antiguamente, en el tiempo del éxodo, allí en el desierto, Dios vivía en una tienda en medio del pueblo (Ex 25,8). Ahora, la tienda donde Dios mora con nosotros es Jesús, "lleno de gracia y de verdad". Jesús, Verbo del Padre, vino a revelar quién es este Dios nuestro, que está presente en todo, desde el comienzo de la creación.

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