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Los caminantes de Emaús

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Octubre 16, 2020

¿Podría ser un matrimonio y no dos hombres, los que iban a Emaús? Esto porque san Lucas nos da únicamente el nombre de Cleofás, mas no el de su acompañante, que perfectamente pudo haber sido su esposa, aunque para el tiempo en que este texto se redactó, no se la nombra ni se la menciona.

Varias veces, en el Eco Católico, hemos presentado a los peregrinos de Emaús, especialmente en el Domingo de Pascua y Tiempo Pascual, donde escuchamos el bello relato de su caminata con Jesús resucitado, aquella memorable tarde del domingo de resurrección. De forma que no ponemos aquí el texto, bien conocido de Lc 24, 13-35, que ustedes pueden leer y meditar en su casa. Pero hoy vamos preguntarnos sobre su identidad.

 

¿Quiénes fueron estos caminantes?

 

Estamos acostumbrados a pensar que eran dos varones discípulos, desde Lc 24,13 y así en todo el relato. Sin forzar el texto y moviéndonos en el terreno de la hipótesis (y sin afán de enredar a nadie), preguntémonos: ¿Podría ser un matrimonio y no dos hombres, los que iban a Emaús? Esto porque san Lucas nos da únicamente el nombre de Cleofás, mas no el de su acompañante, que perfectamente pudo haber sido su esposa, aunque para el tiempo en que este texto se redactó, no se la nombra ni se la menciona.

Además, si Jesús acepta la hospitalidad de ambos peregrinos, es porque ellos van para su casa a Emaús, en la cual él se queda, en un hogar adecuado y adecentado para el Señor,  a quien casi lo obligan a quedarse al anochecer, para cenar y pernoctar (Lc 24,28-29). El texto dice: “sentados a la mesa” (v.30), dando a entender que es compartir la vida hogareña de una familia (techo, comida y cama… “techo”, “fecho” y “lecho”). En un ambiente propiamente judío, no se entendería que dos hombres fueran dueños de una vivienda tan organizada, de forma que puedan ofrecer al ilustre huésped una verdadera cena… si no es más bien preparada por Cleofás y su mujer.

En el texto de Juan 19,25 se cuenta que “junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena”. Esta mujer nombrada junto al resto de los restantes acompañantes del Crucificado (v. 27), era hermana o pariente de María, la madre de Jesús, casada con Cleofás y que, junto con otras mujeres (María Magdalena y Juana), fueron al sepulcro de Jesús con aromas y ungüentos para “embalsamarlo” (Lc 24,1), apareciendo entre ellas como madre de Santiago (Lc 24,10).

¿Quién era Santiago? Un hermano o pariente del Señor (Mc 15,40; 16,1). Y bien sabemos que a ellas se les encargó anunciar el acontecimiento de la resurrección de Jesús, pero tanto los apóstoles como los demás discípulos, no les creyeron pensando que eran “cosas de mujeres” (Mc 16,14; Lc 24,8-11). Y, por lo que deducimos del texto lucano, pudo haber sucedido que María fue a contarle a su esposo Cleofás la gran noticia: que Jesús había resucitado pero él no la cree y entonces decide ponerse en camino huyendo a Emaús, saliendo rápidamente de la ciudad de Jerusalén a esconderse en su casa.

Es Cleofás el que se sobresalta ante el anuncio de las mujeres (en el que incluimos a su esposa María), se alarma, se desconcierta y se atemoriza, por eso se escapa a su pueblo, distante de Jerusalén unos diez kilómetros. Aun ante la fe firme de su mujer y siendo casi obligada, no le quedó más que irse con su esposo. En esa huida se encuentran con Jesús, irreconocible por su transformación pascual y es entonces Cleofás quien le hace saber de sus dudas y preocupaciones. Pero es a los dos que Jesús les da la clave de su incredulidad (Lc 24,17-25).

Notemos que ambos discuten por el camino (Lc 24,13-15), cuando en eso les sale Jesús resucitado para aclarar el tema que les preocupa (Lc 24,4). Y finalmente, cuando aquel desconocido les ofrece una intensa catequesis bíblica (Lc 24,27), se queda con ellos al final de la tarde, en la casa de ambos, en donde se les abren sus ojos, se disipan todas sus dudas y los reconocen al partir el pan… (Lc 24,30-31). Vuelven rápidamente a Jerusalén y se reúnen con la comunidad de los apóstoles y discípulos, contando aquella experiencia tenida con Jesús (Lc 24,32-35).

 

Fugitivos de Emaús, iglesia actual

 

El P. Xavier Pikaza, exprofesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, ofrece una interesante interpretación de este texto, al decir lo siguiente:

Estos varones (¿varón y mujer?) representan a todos los cristianos, tentados de escapar, dejando a las mujeres con sus “ilusiones” y al resto de la comunidad con su falta de fe, ante la tumba vacía… Estamos como en aquellos tiempos. Unas mujeres lloran ante la tumba vacía, otros huyen. Esto es la iglesia.

Las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 1-8) toman en serio el recuerdo y palabra de Jesús; ellas mantienen viva la fe de la iglesia y sobresaltan a los apóstoles oficiales. Pero siguen atadas a la tumba. Los jerarcas (apóstoles) están en Jerusalén. Parecen indecisos: van al sepulcro en busca de confirmaciones exteriores, son incapaces de escuchar la auténtica palabra y de asumir un liderazgo creador en la comunidad cristiana. También los fugitivos, parecen formar parte del grupo dirigente, pero escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús. 

Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24,18). El otro, que puede ser varón o mujer (quizá mejor mujer), permanece innominado. Huyen de Jesús y de la eucaristía y, sin embargo, serán comienzo de una nueva eucaristía pascual (https://www.religiondigital.org/el_blog_de_x-_pikaza/Emaus-catequesis-Pascua-retorno Jesus_7_1898280158.html)

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