La historia de David y Goliat es una de las más conocidas y populares de la Biblia. A todos nos ha encantado leer o escuchar esta historia de contrastes, entre un gigante descomunal (probablemente anaquita) y el adolescente David. Esta narración, que se encuentra en el Primer libro de Samuel (1 Sam 17,1-54), describe el encuentro entre David y este gigante filisteo llamado Goliat, quien desafió al ejército israelita. La historia, llena de simbolismo, nos presenta a un jovencísimo David que, con la fe puesta en Dios y una simple honda o flecha, derrota a un gigante aparentemente invencible. La honda de David se ha convertido en un símbolo de la victoria del bien sobre el mal, la fe sobre la duda, y la valentía sobre el miedo.
Es una historia de contrastes, pues se describe a Goliat, este enemigo de Israel, como un gigante que medía 3,25 metros de altura. Llevaba en la cabeza un casco de bronce. Su pecho y sus piernas estaban cubiertas por una armadura escamada de 84 kilos. Portaba una enorme jabalina de bronce y una lanza cuya punta de hierro pesaba 14 kilos. Delante de él marchaba un escudero para protegerlo. Es decir, ¡estaba armado hasta los dientes!, listo para pelear con quien quisiera batirse con él y todo el ejército de Israel, en cambio, temblaba de miedo... Lo que nunca se imaginó es que un muchacho, aparentemente débil y con nula experiencia en las lides de la guerra, estaba aguardando para enfrentarlo… Un gigante descomunal y un niño… Un guerrero y un chico pastor…
Pero no crean. Este muchacho pastor, de tez clara, hermosos ojos y buena presencia (1 Sam 16,12), era un fiero defensor de su rebaño y tenía a su haber esta resortera y un cayado que, utilizado como arma defensiva, había puesto a raya a leones y osos, que querían devorar a sus ovejas, hasta matarlos (ver 1 Sam 17,34-36). Era muy hábil para manejar estas modestas armas, comparadas con el arsenal de Goliat, pero, en especial, sabía que la fuerza y la asistencia de Dios, lo libraría de las manos de este filisteo (1 Sam 17,27). ¿No haría, entonces, el Señor, otro tanto con él? Por eso, se preparó para este encuentro singular: Luego tomó en la mano su bastón, eligió en el torrente cinco piedras bien lisas, las puso en su bolsa de pastor, en la mochila, y con la honda en la mano avanzó hacia el filisteo… (1 Sam 17,40).
Goliat, al verlo llegar, se burló de él, menospreciándolo por ser apenas un muchacho, de tez clara y buena presencia, casi afeminado para su gusto y le dijo: “¿Soy yo un perro para que vengas a mí armado de palos?”. Recordemos que el término “perro” se utilizaba en Israel para llamar a los paganos (ver Mc 7,27-28). Sabiendo entonces David que aquella lucha era desigual, le respondió: “Tú avanzas contra mí armado de espada, lanza y jabalina, pero yo voy hacia ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de las huestes de Israel, a quien tú has desafiado… Yo te derrotaré, te cortaré la cabeza, y daré tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo a los pájaros del cielo y a los animales del campo. Así toda la tierra sabrá que hay un Dios para Israel. Y toda esta asamblea reconocerá que el Señor da la victoria sin espada ni lanza” (ver 1 Sam 17,45-47).
Entonces David, metió la mano en su bolsa, sacó de ella una piedra y la arrojó con la flecha, hiriendo al filisteo en su frente. Aquel “proyectil” se le incrustó al pobre Goliat, que se desplomó pesadamente, cosa que aquel muchacho aprovechó para rematarlo decapitándolo con su propia espada. Bastó una flecha y una piedra, sin usar una espada propia, sino un arma de largo alcance para un gigante como Goliat, acostumbrado a la lucha cuerpo a cuerpo. Los entendidos en estas armas afirman que ciertas hondas, sabiéndolas utilizar con precisión, disparan proyectiles a una velocidad de hasta 110 metros por segundo, por lo que el impacto es muy fuerte. Ya nos podemos imaginar la habilidad, fuerza y puntería de David…
La historia de David y Goliat nos enseña que la victoria no siempre depende de la fuerza física, sino de la fe, la valentía y la estrategia. La honda o flecha de David, nos recuerda que Dios puede usar a personas ordinarias, para hacer cosas extraordinarias. Es un símbolo de esperanza y fortaleza, para todos aquellos que se enfrentan a desafíos aparentemente insuperables. Muchas veces pensamos que la fuerza bruta lo puede todo y que los poderosos “se pueden llevar en banda”, como decimos, a los más débiles y desprovistos de toda defensa o a quienes nadie defiende, sino solo Dios. Muchas veces sucede lo contrario, como lo vemos en la historia del adolescente David, que supo vencer con su fe y astucia a Goliat. La Biblia cuenta historias similares: Sansón venció a los filisteos con una quijada de burro, Judit a Holofernes valiéndose de su belleza y encantos (como también de su espada), y la reina Ester a los enemigos de Israel con su sagacidad y diplomacia.
Esta bella historia, como otras tantas, nos puede enseñar que, en última instancia, Dios lo puede todo con todos nosotros. Que no nos debemos acobardar ante los problemas, dificultades y eventuales enemigos, aunque no andemos armados con flechas, disparando aquí y allá, sino teniendo una fe inquebrantable y valiéndonos de las capacidades que el Señor nos da, para enfrentar a los “goliats” que la vida nos pone al frente (ver 2 Sam 17, 45-47).