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Viernes, 21 Noviembre 2025
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¿Suave brisa o silencio?

By Pbro. Mario Montes M. Animación bíblica, Cenacat Octubre 24, 2025

Después de lo sucedido en el monte Carmelo, con la muerte de los profetas de Baal a manos de Elías, la reina Jezabel “se la tenía jurada” a este profeta, como decimos en Costa Rica,  y entonces, no le quedó más remedio a Elías que salir huyendo hacia el monte Horeb, es decir, al Sinaí, la montaña sagrada donde el Señor se le había manifestado a Moisés, siglos atrás (ver Éx 3; 19,33). Veamos:

Elías caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb. Allí, entró en la gruta y pasó la noche. Entonces le fue dirigida la palabra del Señor. El Señor le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”. Él respondió: “Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida”.

El Señor le dijo: “Sal y quédate de pie en la montaña delante del Señor”. Y en ese momento, el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas, delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.

Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: “¿Qué haces aquí, Elías?”. El respondió: “Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida”.

El Señor le dijo: “Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco. Cuando llegues, ungirás a Jazael como rey de Aram. A Jehú, hijo de Nimsí, lo ungirás rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, lo ungirás profeta en lugar de ti…” (1 Rey 19,9.11-13: 1ª lectura del viernes de la 10° semana del Tiempo Ordinario, año par).

Aquí se nos cuenta el evento más importante de la experiencia vivida por el profeta Elías en el monte Horeb, hasta donde había llegado huyendo, por miedo a las amenazas de muerte de la reina Jezabel (ver 1 Rey 19,1-2). Elías se había encaminado hacia el monte en donde Israel había vivido su primer encuentro con Yahvé, en medio de “truenos, relámpagos, densa nube sobre el monte y fuerte sonido de trompetas” (Éx 19,16). Es difícil establecer con certeza por qué motivo va Elías al monte, además de sus miedos infundados: ¿en peregrinación sagrada?, ¿para encontrar a Dios como al principio lo había hecho Israel y rehacer sus fuerzas?, ¿para acusar al pueblo infiel delante de Dios?, ¿para terminar la alianza allí mismo dónde había comenzado?

El texto bíblico sólo dice que Elías se encamina al desierto porque tiene miedo (1 Rey 19,3), y desea acabar con su vida, pues se siente fracasado como hombre y como profeta (1 Rey 19,4). En todo caso, en el monte Horeb Elías vive una experiencia que lo cambia y le hace ver las cosas de forma distinta: aprende que Dios tiene caminos que él no conoce, intuye el misterio divino como una realidad que lo desborda y que él no puede ni explicar totalmente, ni poseer como algo propio.

Elías llega a la montaña y se esconde en una gruta donde pasa la noche (1 Rey 19,9). Una noche que Elías lleva por dentro y que se manifiesta como miedo y fracaso. El Señor se hace presente en aquellas tinieblas e invita al profeta a reconocer su presencia diciéndole: “Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor” (v. 11). Delante de Elías pasa primero un viento fuerte, luego un terremoto y finalmente el fuego. De los tres elementos cósmicos, que tradicionalmente servían para manifestar una teofanía o presencia divina, se dice en el texto: “El Señor no estaba en el viento”, “el Señor no estaba en el terremoto”, “el Señor no estaba en el fuego” (vv. 11-12). Por tres veces se niega la presencia del Señor, precisamente en algunos elementos de la naturaleza que Elías bien conocía, como reveladores de la divinidad (el viento, el terremoto y el fuego).

Sólo después se afirma la presencia de Yahvé con una misteriosa frase hebrea, muy difícil de traducir: Dios se hace presente en una “qol demamá daqá”. La expresión hebrea literalmente se debe traducir: “en una voz de silencio sutil”. Los estudios más recientes de lexicografía y exégesis bíblica, en relación con la terminología hebrea para expresar el silencio, han puesto de manifiesto que no es correcto traducir esta frase, con expresiones atmosféricas del tipo “susurro de una brisa suave” o “murmullo ligero”. Dios se manifiesta a Elías, no en la suavidad de una brisa o en un pacífico aire fresco, sino a través del silencio. Primero se niegan algunas formas tradicionales de revelación divina (el viento, el terremoto y el fuego), audibles y potentes, para después afirmar otra, paradójica y misteriosa: la presencia de Dios en el silencio (en la “qol demamá daqá”, en la “voz de silencio sutil”).

En la Biblia el silencio es casi siempre signo de muerte, de rechazo o de ausencia. En el Horeb, el Dios de la Palabra se muestra a Elías en la ausencia, en la no-palabra, en el callar de todo fenómeno sonoro. Este silencio es “voz” (en hebreo “qol”). En forma paradójica, en el “callar” divino se produce su “decir”. El silencio del Horeb es un silencio que “dice”, que misteriosamente habla y comunica aquella palabra, que es la palabra de la revelación. Elías percibe en el silencio la presencia divina, en una voz singular, extraña y contradictoria, la voz de la ausencia y del no-decir, pero en todo caso, perceptible y experimentable.

En el Horeb se afirma que Dios no está siempre y necesariamente allí donde el ser humano está acostumbrado a encontrarlo (en el terremoto, en el viento o en el fuego). La revelación del Horeb niega las manifestaciones divinas precedentes y las experiencias de Dios que se habían tenido antes. No se le puede identificar con una experiencia suya particular ya conocida o vivida en el pasado, pero tampoco se le puede negar en la experiencia de su aparente ausencia. Muchas veces la única palabra de parte de Dios, que es capaz de despertarnos del letargo de la indiferencia y la superficialidad, es su silencio. La brisa ligera sirve, en realidad, para proteger el incógnito y el silencio de Dios. Dios guarda silencio y solo el creyente puede “oírlo”. Pero, como el profeta Elías, sale de su “cueva” o refugio para cumplir su misión… Y nosotros ¿Cómo “escuchamos” a Dios en su “silencio”?

 

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