La querella nace de una dificultad concreta. Podemos imaginarnos lo que significa la falta de agua en el desierto. La querella implica la reivindicación de un derecho y una acusación de culpabilidad contra Moisés e implícitamente contra Dios, como subraya la réplica de Moisés: “¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?”. (v. 2). Al entablar el pleito contra Moisés y contra Dios, Israel pone en duda la justicia salvífica divina. Se trata de algo mucho más grave que una simple protesta, como parecen indicar algunas traducciones. Israel pide cuentas a Dios por sus obras, le acusa de una voluntad no salvadora en lo que a este pueblo atañe. Esto es lo que explícita el verbo del versículo 3: “murmurar”, y el contenido de la murmuración: “¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?” En efecto, en el pleito, se considera que Dios es culpable.
Existe una gran distancia, más aún, una abierta oposición, entre la querella y la plegaria, aunque ambas surgen de una misma situación de necesidad. El pueblo de Israel “se querella”, con Dios; la plegaria supone una actitud de confianza en la intervención de Dios. En la plegaria nacida de la fe, no se pone en duda la intervención divina. La querella implica, por el contrario, desconfianza frente a Dios. Se le acusa de abandono, de incapacidad de intervenir, de muerte incluso.
Por eso, a veces nuestras plegarias tienen más parecido con las querellas, que con las oraciones que brotan de la fe. Se acusa con frecuencia a Dios de habernos abandonado y olvidado, si es que se le considera incluso hasta culpable de la enfermedad o de la muerte de alguien. Inmersos en la necesidad, es cosa fácil pensar que Dios está lejano y que no se interesa por la vida de los hombres. Esto es lo que pensaba Israel en el desierto, cuando acusa a Dios de albergar respecto de él un propósito de muerte, no un proyecto de vida. Y, con todo, la querella es posible. La Biblia la menciona muchas veces. Dios acepta este modo de hablar del hombre y no le niega una respuesta (Jb 31,35-40; ver también Jb 5, 1; 9, 15.16.17; 12, 4; 13, 22; 30, 20; 38, 1; Hab 1,2-4.17; 2,1).
Masa y Meribá
En su querella judiciaria, Israel somete a discusión la presencia salvadora de Dios preguntándose: “¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?” (Ex 17, 7). Este es el problema central en las relaciones entre Israel y su Dios. Es la pregunta que se repetirá en los momentos más dramáticos, como los del destierro en Babilonia. “¿Es demasiado corta mi mano para librar y no hay en mí fuerza para salvar?”, se pregunta Dios, en respuesta ante una acusación implícita de su pueblo (Is 50, 2).
No es la duda del ateo o del estúpido, que cuestiona la existencia de Dios. No es una indagación filosófica. Hay aquí una interrogación más radical y más profunda. Es la pregunta acerca de la presencia de Dios, de su capacidad de acción y de salvación. Es poner sobre el tapete a Dios y su intervención en la historia. Surge de la fe profunda, pero lleva también el sello de la desconfianza en la posibilidad de la salvación divina, o al menos de la dificultad por comprender los designios de Dios.
Todo cuanto ha sucedido se contiene en los dos nombres dados a la localidad, Masá y Meribá. Masá, como aclara el versículo 7, significa “poner a prueba”. Meribá (de “rib”), “querellarse”, “pelearse”, “contender”. Israel ha puesto a prueba al Señor, se ha querellado con él. La Biblia mencionará a Masa y Meribá como dos localidades emblemáticas de una conducta negativa frente a Dios: “No endurezcan el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando sus padres me tentaron, me probaron y vieron mis acciones” (Sal 95, 8-9; ver Dt 6, 16; 9, 22; 33, 8; Heb 3, 7-17).