El libro del Génesis cuenta que Jacob, huyendo de la ira de su hermano Esaú, a quien le había usurpado los derechos de primogénito (Gén 25,29-34), como también la bendición de su padre Isaac (Gén 27), camino a casa de su tío Labán, llegó a cierto lugar y se dispuso a pasar la noche. Puso como almohada una piedra, como la canción mexicana de Cuco Sánchez, llamada La cama de piedra y comenzó a tener pesadillas, imaginémonos por la clase de cama y almohada que tenía, en plena noche y al aire libre:
Entonces tuvo un sueño: vio una escalinata que estaba apoyada sobre la tierra, y cuyo extremo superior tocaba el cielo. Por ella subían y bajaban ángeles de Dios. Y el Señor, que estaba de pie sobre ella, le decía: “Yo soy el Señor, el Dios de Abraham, tu padre, y el Dios de Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra donde estás acostado. Tu descendencia será numerosa como el polvo de la tierra; te extenderás hacia el este y el oeste, el norte y el sur; y por ti y tu descendencia, se bendecirán todas las familias de la tierra. Yo estoy contigo: te protegeré dondequiera que vayas, y te haré volver a esta tierra. No te abandonaré hasta haber cumplido todo lo que te prometo”.
Jacob se despertó de su sueño y exclamó: “¡Verdaderamente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!”. Y lleno de temor, añadió: “¡Qué temible es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios y la puerta del cielo”. A la madrugada del día siguiente, Jacob tomó la piedra que la había servido de almohada, la erigió como piedra conmemorativa, y derramó aceite sobre ella. Y a ese lugar, que antes se llamaba luz, lo llamó Betel, que significa “Casa de Dios” (Gén 28,12-19).
Jacob sale de su país; llega a cualquier lugar desconocido, toma una piedra por almohada y duerme allí. Jacob descubre que su Dios es un Dios universal, presente en todas partes. Sí, en todo lugar de la tierra hay “comunicación” entre el hombre y Dios: este es el significado de esta escalera simbólica por la que suben y bajan los ángeles. Es el gran proyecto de Dios: establecer entre Dios y los hombres unas relaciones personales. Sin saberlo, el patriarca está acostado en un lugar sagrado, que queda confirmado en su trascendencia, por la visión de la escala y de los ángeles, los cuales, seguramente, entran también en el oráculo consolador, como protectores de Jacob en el camino (ver Sal 91,11).
En los antiguos templos orientales, se distinguía entre la residencia de los dioses y su lugar de aparición en la tierra. Las torres-templo mesopotámicas, que vimos en el relato de la torre de Babel (llamadas zigurats), tenían un aposento en la cima o “cucurucho” como decimos, simbolizando el lugar de residencia de la divinidad, y en la parte inferior, el templo, que era el lugar de manifestación divina. De arriba abajo solía haber una gran rampa. La constatación que hace Jacob de la santidad del lugar (Gén 28,17), corresponde a la revelación de los vv 12-13. Igualmente, el despertarse con la conciencia de que Dios está presente allí, se contrapone al acostarse y entregarse inconscientemente al sueño.
Además, aquella incómoda piedra que le sirvió de almohada es, al mismo tiempo, una piedra conmemorativa (en memoria de la acogida divina y del voto de Jacob), una estela cultual (como objeto principal de este lugar sagrado), y una estela de pacto ("el Señor será mi Dios" según Gén 28,21; los dioses extraños serán depuestos en Gén 35,4, a su vuelta a Betel). Dicha estela, según este último aspecto, representa la piedra de toque de la fidelidad de Israel al Dios de Jacob, en clara oposición al becerro de oro que el rey Jeroboán, siglos después, hizo colocar en Betel, violando claramente el compromiso patriarcal (ver 1 Rey 12,17-33). Si la experiencia de Betel tiene un carácter religioso y sobrenatural, la llegada feliz de Jacob a Jarán, gracias a la guía y protección divinas (semejante al caso del siervo de Abrahán de Gén 24), se presenta como algo totalmente normal y acontecimiento casual.
Como podemos ver, el relato de aquel viaje del fugitivo Jacob, con la escala misteriosa que une cielo y tierra, por la que suben y bajan ángeles, y que conduce hasta Dios, parece que tiene una primera intención: justificar el origen del santuario de Betel, en el reino del Norte (Israel). Jacob levanta un altar a Dios y llama a aquel lugar “casa de Dios”, que es lo que significa Betel. Todos los lugares sagrados de las diversas culturas, se suelen legitimar a partir de alguna aparición sobrenatural o de algún hecho religioso significativo, más o menos histórico. En el fondo, los pueblos muestran su convicción de la cercanía de Dios y de su protección continua, a lo largo de la historia. De manera que el relato tiene un sentido simbólico y catequético.
El “sueño de Jacob” es el sueño de todo hombre religioso. En nuestra cultura secularizada soñamos con una escalinata que, apoyada firmemente en la tierra, pueda tocar el cielo. Soñamos con reconocer la voz de un Dios escondido en el laberinto de nuestras búsquedas: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac (Gén 28,13). Desearíamos poder hacer nuestras las palabras de Jacob: Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo… entonces el Señor será mi Dios (Gén 28,21). Soñamos, en definitiva, con unir lo que nuestra cultura parece haber separado: el mundo de Dios y el mundo del hombre.
Cristo es la nueva escala de Jacob
En el Evangelio de San Juan, se nos cuenta el encuentro que Natanael tuvo con Jesús (Jn 1,43-51). Al final de aquel episodio, Jesús añadió: “Les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios, subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre” (v.51). Con ello, Jesús garantiza de forma absoluta que sus discípulos lo descubrirán como el Hijo del Hombre, es decir, como camino hacia el Padre, punto de unión y de encuentro entre el cielo y la tierra, haciendo referencia al misterioso sueño de Jacob y a su escalera en Gén 28,12.
Pero este texto del Génesis, desde el punto de vista gramatical, tiene la posibilidad de ser leído en el sentido de que los ángeles subían y bajaban sobre él, es decir, sobre Jacob, la escalera sería simplemente un medio. Al fin y al cabo Jacob es Israel. Y, según se creía, el Israel o Jacob terreno, el que vivía aquí en la tierra, tenía su representación en el cielo. En la narración del Evangelio tenemos algo parecido. Jesús es el Hijo del Hombre, la representación o presencia del hombre celeste, el mediador entre el cielo y la tierra, con la imagen de esta escala o escalera.
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