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Lugares y acontecimientos

By Pbro. Mario Montes M. Agosto 22, 2024

En todos los pueblos del mundo (y Costa Rica no es la excepción), encontramos lugares ligados a acontecimientos. Por ejemplo, Los Ángeles en Cartago gracias al hallazgo de la imagen de la Patrona de Costa Rica,  Nuestra Señora de los Ángeles. El Codo del Diablo, un lugar de Siquirres, Limón, donde ocurrió un terrible crimen de seis presos políticos, un 19 de diciembre de 1948. En la capital, San José, el famoso Paseo de los Estudiantes, por citar alguno de tantos. Es uno de los bulevares más transitados diariamente en San José, pero pocas personas conocen el porqué de su nombre.  En 1937 se le llamó así para reconocer el esfuerzo que hicieron los estudiantes josefinos, en la lucha contra la dictadura del presidente Federico Tinoco, junto con trabajadores y otros personajes importantes de la tradición costarricense. En la actualidad, es más reconocido como “Barrio Chino”, pero es importante recordar el valor histórico que este lugar representa para el país. Y así por el estilo. Tienen un valor simbólico para todos nosotros.

En el libro del Éxodo, de los Números y en general, en toda la historia bíblica, los lugares en que vivió y peregrinó el pueblo de Dios, así como también donde vivió Jesús, tienen todo un simbolismo. Por ejemplo, leemos en Núm 11,3: Llamaron a aquel lugar Taberá, es decir, Incendio, porque allí se había encendido contra ellos el fuego del Señor. Este tipo de relatos que tratan de explicar el nombre de una persona o lugar, el origen de un santuario o de una fiesta, etc, son muy frecuentes en la Biblia. Reciben el nombre de “relatos etiológicos” (de la palabra griega “aitía” = causa, origen, y “logos” = explicación).

Vamos a enunciar algunos lugares, en el recorrido tan difícil y lleno de penalidades que recorrió Israel por el desierto. Del monte Sinaí hasta el oasis de Cadés Barnea (Dt 1,2), cuya duración no duraba más que once días, en la frontera de la Tierra Prometida, ya los hebreos habían tenido choques y desencuentros con Moisés. Apenas salieron de Egipto, al llegar al Mar de la Cañas o Mar Rojo, ellos acusaron a Moisés de llevarlos a una muerte segura (Éx 14,11-12). A los tres días, vinieron los problemas, por falta de agua (Éx 15, 22-25). Allí se llamó al lugar Amargura, en hebreo Mará, por las aguas amargas o insalubres. Pero Dios los salvó haciéndoles atravesar el mar y les dio agua potable. Tiempo después,  ya sin comida, el Señor les proporcionó pan, el conocido maná (Éx 16). Al llegar a Refidim y al no tener agua, la gente se rebeló contra Moisés, pero él golpeó la roca con su cayado y brotó agua para calmar la sed de todos. Aquel lugar se llamó Masá, es decir, Prueba y Meribá, es decir, Pleito o reyerta, porque los israelitas habían puesto a prueba al Señor, diciendo: “¿Está o no el Señor con nosotros?” (Éx 17,1-7).

Después del incidente del ternero de oro, del que ya hemos tratado el domingo  18 de febrero anterior (ver Éx 32), volvieron las quejas y los problemas. Fue cuando se incendió un sector del campamento (llamado “Taberá”, como ya vimos en Núm 11,1-3). Y como llegaron a aburrirse de comer pan y soñaban con comer diversas verduras y pescado (ver Núm 11,4-6), el Señor les dio codornices (Núm 11,31-32), aunque también se dejaron llevar por la glotonería, llamando a aquel lugar “Quibrot Hatavá”, es decir, “Tumba de la Gula” o tumba de los glotones que se murieron comiendo, como vemos en Núm 11,34.

Entre peleas, disgustos, quejas, revueltas, disputas familiares  y demás (Núm 12), el pueblo “quejumbroso” pudo llegar a la frontera de la Tierra Prometida, a la localidad de Cadés Barnea (Núm 13-14). Ante tanta queja y majadería del pueblo, y a su obstinación contra Dios y contra Moisés y después de haber enviado espías para recorrer el país vecino, regresando con un gran racimo de uvas, llamando al valle Escol, es decir, Valle del Racimo (ver Núm 13,24), Dios lo castigó a quedarse allí en al desierto de Cadés, durante “cuarenta años”.

En sus quejas, el pueblo muchas veces renegó contra Dios y Moisés diciendo: “Ojalá nos muramos en este desierto” (Éx 14,11; Núm 14,2-3). Pues Dios les concedió a los hebreos rebeldes este terrible deseo: “Por haber protestado contra mí, sus cadáveres quedarán tendidos en el desierto: los cadáveres de todos los registrados en el censo, de todos los que tienen más de veinte años. Ni uno solo entrará en la tierra donde juré establecerlos, salvo Caleb hijo de Iefuné y Josué hijo de Nun. A sus hijos, en cambio, a los que ustedes decían que iban a ser llevados como botín, sí los haré entrar; ellos conocerán la tierra que ustedes han despreciado. Pero los cadáveres de ustedes quedarán tendidos en este desierto. Mientras tanto, sus hijos andarán vagando por el desierto durante cuarenta años, sufriendo por las prostituciones de ustedes, hasta que el último cadáver quede tendido en el desierto.

Ustedes cargarán con su culpa durante cuarenta años, por los cuarenta días que emplearon en explorar la tierra: a razón de un año por cada día. Entonces conocerán lo que significa rebelarse contra mí. Así lo he dispuesto yo, el Señor. De esa manera trataré a toda esta comunidad perversa que se ha confabulado contra mí: hasta el último hombre morirá en este desierto” (ver Núm 14,29-35). Este fue el castigo de Dios para esa generación incrédula y es uno de los temas más recurrentes del libro de los Números.

Aun así, como a veces sucede con nosotros, los israelitas no aprendieron la lección. Siguieron las rebeliones, primero la de unos revoltosos que cuestionaron la autoridad de Moisés (Núm 16), de los levitas que negaron el sacerdocio de Aarón (Núm 17),  del pueblo ante la falta de agua (Núm 20,1-11, un duplicado del pasaje de Éx 17,1-7), y del cansancio de la comunidad (Núm 21,4-9). Siempre la murmuración, la incomprensión, las quejas y las críticas, por eso a este libro lo podríamos llamar “Libro de las quejas de Israel”. Y en cada uno de aquellos acontecimientos y episodios, se les dieron nombres llamativos y misteriosos con significado simbólico, como ya hemos visto (ver Núm 21,3, pues en este último texto, el nombre del lugar es Jormá, es decir, Exterminio, que se derivaría, según el autor sagrado, de “jerem”, que significa “exterminio”, como veremos en Jos 6,21).

Cada lugar y cada persona tienen un nombre concreto, como también las cosas y los acontecimientos. No somos seres innominados. Sería interesante que analizáramos los nombres de nuestros pueblos o lugares donde vivimos y busquemos su significado o el por qué se les llama así. Incluso hasta los apodos o sobrenombres, que a veces los demás nos ponen o le endilgamos a ciertos barrios o poblados. O, al menos, preguntémonos cómo los llamaríamos, la razón por la que podríamos “rebautizarlos” (si es que no lo hemos hecho ya). La historia bíblica que hemos contado, con sus sobresaltos y dificultades, nos podría enseñar mucho al respecto.

 

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