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Sagradas Escrituras: Lucifer

By Pbro. Mario Montes M. Mayo 01, 2023

De los tantos nombres que recibe el Diablo en la Biblia o fuera de ella, como Satanás, Belial, Samael, Belcebú, Mammón, Ángel del Abismo, Príncipe de las tinieblas,  Abadón,  Antigua Serpiente, etc, hay uno muy conocido como Lucifer y así es como lo hemos llamado muchas veces. De niños se nos contaba que era un ángel muy bello pero, por orgullo, fue precipitado por Dios pasando a ser un ángel caído. De ello hablamos el domingo anterior ¿Quién era Lucifer y de dónde vino su nombre? Adelantando la respuesta, resulta que no es el Diablo sino Cristo.

Ya hemos dicho que, tanto de Satanás como de los demonios, la Sagrada Escritura no habla nada ni de su origen ni de cómo llegaron a ser malos. Solamente en los libros apócrifos (es decir, ocultos y que no están en la lista de los libros bíblicos), sí se detalla este dato.  Es curioso que nada de esto se nos informe en la Biblia. Pero los Santos Padres creyeron ver en un texto del profeta Isaías, la caída del Diablo. El texto es el siguiente:

¡Cómo has caído del cielo, Lucero, hijo de la aurora! ¡Cómo has sido precipitado por tierra, tú que subyugabas a las naciones, tú que decías en tu corazón: “Subiré a los cielos; por encima de las estrellas de Dios erigiré mi trono, me sentaré en la montaña de la asamblea divina, en los extremos del norte; escalaré las cimas de las nubes, seré semejante al Altísimo!”.

¡Pero te han hecho bajar al Abismo, a las profundidades de la fosa! Los que te ven, fijan en ti la mirada meditan tu suerte: “¿Es este el hombre que hacía temblar la tierra, que sacudía los reinos, que hacía del mundo un desierto, demolía sus ciudades y no soltaba a sus prisioneros?”. Todos los reyes de las naciones descansan llenos de gloria, cada uno en su tumba. Pero tú has sido arrojado lejos de tu sepulcro como un aborto abominable, como un cadáver pisoteado. Los que han sido masacrados, traspasados sobre las piedras de la fosa. Pero tú no te unirás con ellos en una sepultura, porque has destruido tu país, has asesinado a tu pueblo. ¡Nunca más será nombrada una raza de malhechores! (Is 14,12-20).

 

Vayamos a la historia bíblica

 

Por la Biblia sabemos que Nabucodonosor había sido rey de los babilonios y que fue el responsable de dos invasiones y caída del reino de Judá, el último baluarte del pueblo elegido, entre los años 597 -587, poniéndole fin (ver 2 Rey 24,1-3; 25,8-12). Podemos imaginar el odio que los judíos le tuvieron, de forma que un autor anónimo insertó en el libro de Isaías, el texto anterior (el texto completo es Is 14,3-21). En su forma literaria es una bella composición a modo de canto fúnebre por el rey, pero en realidad es una sátira mordaz y sangrienta sobre Nabucodonosor, que se había creído superior a Dios pero murió como cualquier mortal, bajando al abismo, a tal punto que se dice que su lecho de muerte es una gusanera y sus cobijas las lombrices (ver Is  14,10-12).

Aquí se le llama “Lucero, hijo de la aurora” (lucero, en hebreo es “helel”, “brillante”). El profeta Isaías irónicamente lo llama la estrella más brillante de la mañana, venerada como un dios. Y esta estrella era el planeta Venus, considerado el lucero por excelencia, que siempre aparece en la aurora antes de salir el Sol. Los babilonios lo adoraban como un dios y lo llamaban “estrella de la mañana”, “portador de la luz”, “astro resplandeciente” o “lucero del alba”. Y para mofarse de este rey caído y muerto lo llamaron Lucero, porque se creía un dios, orgulloso y vanidoso (ver Is 14,13.16).

Muchísimos siglos después, hubo un gran santo y biblista en la Iglesia llamado San Jerónimo, que tradujo del hebreo y griego al latín toda la Biblia (la llamada Vulgata) y encontrándose con este texto de Isaías, lo tradujo así: “Quomodo cecidiste de caelo, Lucifer”. Su traducción era correcta, pues  que en aquel tiempo, el término Lucifer era el término en latín para referirse al planeta Venus o lucero de la mañana. Así lo vemos, por ejemplo, en el libro llamado Origines, de Isidoro de Sevilla (siglo VI), donde dice: “El sexto día de la semana (recibe su nombre) de la estrella Venus, llamada Lucifer, la más luminosa de todas”.

 

Lucifer es Cristo resucitado, no el Diablo

 

Y como el poema de Isaías llevaba siglos interpretándose como un canto a la caída del Diablo, a partir de San Jerónimo se generalizó la idea de que Lucifer o Lucero era el nombre latino del Diablo. Y así siempre lo hemos pensado o llamado al Diablo. Pero, en realidad este título se aplica, de manera apropiada, honrosa y correcta a Jesús, ya que es el portador de la luz para el mundo (ver Ap 2,26; 22,16; 2 Ped 1,19).  O sea, que para el Nuevo Testamento Lucifer es Cristo y no el Diablo o Satanás. En Ap 22,16 Jesús aparece como Lucifer, es decir, como Venus o la estrella luminosa del alba, porque al igual que este astro señala el comienzo del nuevo día, también Jesús hizo amanecer un nuevo día para toda la humanidad.

Unos capítulos antes, en este mismo libro, encontramos otra referencia a Lucifer Cristo. Es el texto de Ap 2,26 dedicado a los cristianos de la Iglesia de Tiatira (ver Ap 2,18-29), a quienes Jesús resucitado les dice: Al vencedor, al que permanezca fiel hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones. Él las regirá con un cetro de hierro y las destrozará como a un vaso de arcilla, con el mismo poder que yo recibí del Padre; y también le daré la Estrella de la mañana.  Jesús les promete dos premios: que reinarán con él un día en su gloria y que recibirán la Estrella (o Lucero) de la mañana. Ahora bien, como para este libro Jesús es Lucifer o Lucero, lo que les promete aquí es darse a sí mismo como regalo a quien permanezca fiel

Y así lo canta la Iglesia en la solemnísima Vigilia Pascual, cuando expresa: “Que el Lucero (Lucifer) lo encuentre ardiendo (al Cirio Pascual). Aquel lucero (Lucifer), que no conoce ocaso, Jesucristo, tu Hijo, que, volviendo de los abismos, brilló serenos para la humanidad y vive y reina por los siglos de los siglos. Amén”.

Los cristianos no podemos seguir encontrando al Diablo en el nombre Lucifer, sino a Cristo, portador de la luz y de la alegría, anunciando la Buena Nueva del Reino y no al “Pisuicas”, como decimos los ticos.

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