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Sagradas Escrituras: Los malos espíritus

By Pbro. Mario Montes M. Marzo 23, 2023

En la Biblia y entre nosotros, existen creencias populares sobre la existencia de malos espíritus que, al igual que los demonios, pueden eventualmente dañar a las personas. Para una mejor explicación, transcribimos lo que escribe José Ramón Busto Saiz acerca de ellos:

(…) El término “espíritu” puede aparecer en el Antiguo Testamento determinado por conceptos positivos como “espíritu de sabiduría” (Ex 31,3; Dt 34,9), "de juicio”. (Is 4,4), “de gracia y oración” (Zac 12,10), o por conceptos negativos como “espíritu de fornicación” (Os 4,12), “de impureza” (Zac 13,2), “de confusión” (Is 19,14), etc. En ambos casos se quiere expresar con estas locuciones una situación, una moción, un sentimiento, etc., del tipo que sea producido por Dios en el hombre.

Andando el tiempo, pero ya fuera del Antiguo Testamento, a estos espíritus, buenos o malos, se les concederá una entidad en sí mismos, como podemos ver en el tratado de los dos espíritus de la Regla de la Comunidad de Qumrán (lQS 3,13-4,26), y comenzarán a ser identificados con los ángeles y los demonios, respectivamente. El atribuir a los espíritus una entidad propia tiene, sin embargo, su precedente en el Antiguo Testamento. En 1 Rey 22,19 Yahvé envía un espíritu de mentira para seducir y engañar a Ajab por sus falsos profetas.

 

Interpretación cristiana (resumen)

 

Sospecho que el interés principal está en una exposición del contenido que todo lo dicho hasta aquí, tenga de vinculante (obligatorio) para la fe cristiana. Antes de intentar una formulación, quiero hacer dos anotaciones hermenéuticas (o de interpretación). Aunque son obvias, no siempre se tienen en cuenta al interpretar la Escritura. Primero, no todo lo que aparece en la Biblia es vinculante para la fe cristiana. Podríamos decir que es vinculante aquello que la Biblia dice, es decir, su mensaje, no el conjunto de formas de expresión, concepciones, connotaciones socioculturales, etc, en que se expresa ese mensaje. En segundo lugar, por lo que toca al Antiguo Testamento, ni siquiera su mensaje es vinculante para la fe cristiana, sin que dicho mensaje sea leído a la luz del misterio de Cristo, es decir, a la luz del mensaje del Nuevo Testamento, cumplimiento y superación del Antiguo.

Esto supuesto, lo primero que hay que afirmar respecto a los ángeles y los demonios en el Antiguo Testamento, es que, aunque “se hable” de ángeles y demonios, nunca “se trata” de los ángeles y los demonios. El Antiguo Testamento no nos transmite ningún mensaje ni sobre los ángeles ni sobre los demonios, en sí mismos considerados. En consecuencia, se puede afirmar que en el Antiguo Testamento no hay nada directamente vinculante para la fe cristiana a este respecto, porque no hay nada directamente dicho acerca de los ángeles y los demonios. El Antiguo Testamento tiene su concepción sobre los ángeles y los demonios que, más o menos, es la que ha sido expuesta. Ahora bien, esta concepción está sirviendo a otro mensaje directamente buscado por el Antiguo Testamento. La concepción sobre los ángeles y los demonios es, pues, en el Antiguo Testamento, algo secundario que está sirviendo al verdadero mensaje. Este verdadero mensaje creo que puede resumirse en las siguientes cuatro afirmaciones, la última de las cuales plantea una cuestión.

Primero: los ángeles en el Antiguo Testamento sirven para poner de relieve la trascendencia de Dios. Segunda: la presencia de los ángeles en el Antiguo Testamento, al tiempo que subraya la trascendencia de Dios, sirve para afirmar la actuación y la intervención de ese Dios trascendente en la salvación y en la vida de los hombres. Dios actúa en la vida de los hombres sin dejar por ello de ser él totalmente Otro. Tercera: la concepción veterotestamentaria de ángeles y demonios, sirve para subrayar que Dios es único Señor de la Creación y de la Historia. A Él están sometidas todas las fuerzas positivas (espíritus buenos) y negativas (espíritus malos) de la Creación.

Todas estas fuerzas, tanto positivas como negativas, son creadas y ninguna se escapa al poder de Dios. El Nuevo Testamento concretará aún más esta tercera tesis, al indicar que todas estas fuerzas, tanto positivas como negativas, están sometidas al Señorío de Cristo. Cuarta: La vida del hombre tiene lugar en libertad entre los ángeles y el diablo, o sea, en medio de la batalla que llevan adelante en la Creación, fuerzas del bien y del mal superiores a las derivadas de la mera responsabilidad individual y colectiva del hombre.

Esta última afirmación plantea un nuevo problema de hermenéutica (interpretación) teológica que, a mi juicio, es el problema teológico actual en torno a los ángeles y los demonios. La cuestión es ésta: estas fuerzas creadas ­tanto buenas como malas­ superiores a la actuación y a la responsabilidad del hombre individual y colectivamente considerado, ¿deben entenderse como seres realmente existentes a los que podríamos calificar, con toda la analogía que se quiera, de seres personales, o más bien debemos entenderlas como expresiones simbólicas? Los ángeles serían en este caso expresión simbólica de las intervenciones favorables y positivas de Dios en la vida y en la salvación de los hombres y de los pueblos. Por ejemplo, los ángeles custodios serian así expresión simbólica de la Providencia de Dios sobre las personas individuales y los pueblos. El demonio, o el diablo, que para nosotros es lo mismo, sería en consecuencia expresión simbólica del mysterium iniquitatis (misterio de maldad), que invade la creación y que se encuentra por encima de la voluntad personal y colectiva del hombre, aunque no llegue a secuestrar su libertad.

Tanto una como otra alternativa, por lo que toca al demonio, tienen su peligro y su utilidad para la fe. El peligro de reducir la figura del demonio, a una mera expresión simbólica, radicaría en minimizar de esta forma la existencia real del mal, al tiempo que la ventaja consistiría en obligarnos más estrictamente, a remitir el mal de la creación y a nuestra responsabilidad personal. Por el contrario, hacer hincapié en la existencia real del demonio, podría tener el peligro de hacemos diluir la responsabilidad de nuestras decisiones personales, en el mysterium iniquitatis, al tiempo que tendría quizá la ventaja de ayudamos a considerar con más profundidad el mysterium iniquitatis como un verdadero misterio…”.

 

(José Ramón Busto Saiz. Ángeles y Demonios en el Antiguo Testamento. https://www.mercaba.org)

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