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Sagradas Escrituras: El Ángel de Yahvé

By Pbro. Mario Montes M. Enero 30, 2023

El domingo anterior presentábamos al  ángel enviado de Dios. Hoy hablaremos del Ángel de Yahvé y podemos preguntarnos si será el anterior o una forma de presentar al mismo Dios o, al menos, si se identifica con Él, como si la expresión “ángel de Yahvé” fuera una frase perifrástica, para mostrar la presencia divina en la historia bíblica, en especial, cuando el Señor se manifiesta a sus elegidos. Así, en el relato de la vocación de Moisés, cuando él llegó con el rebaño de su suegro Jetró a la montaña del Sinaí, se nos cuenta que:

Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse, Moisés pensó: “Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?”  Y luego se nos narra que Dios se dirigió a él: Entonces Dios le dijo: “No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa”. Luego siguió diciendo: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios… (ver Éx 3,1-6).

Se nos dice que aquel ángel se manifestó en una zarza ardiente (el fuego es señal de la presencia de Dios), y que Dios mismo le habló a Moisés que, ante el temor de mirar a Dios mismo, se tapó la cara, reflejando aquella creencia judía que nadie podría mirar a Dios directamente y quedar con vida (ver Juec 13,22; Is 6,2.5). Así también se presenta este Ángel de Yahvé en la historia de Agar, la egipcia esclava de Sara, que huye del maltrato de su ama (ver Gén 16,7-11), donde ella confiesa que lo ha visto (a Dios), llamándolo “El Roí”, es decir, “Dios se hace visible” (v.13). Así también en el conocido relato del sacrificio de Abrahán (Gén 22,1-19), cuando el Ángel del Señor (o de Yahvé) le gritó ordenándole que no matara a Isaac (vv.11-12). Aquí se identifica el ángel con Dios y por eso, Abrahán llamó a aquel monte “Yahweh yireh”, es decir, “Yahvé ve”.

Otro relato bíblico es el de Juec 2,1-4 donde se idéntica el Ángel de Yahvé y el propio Dios, que se dirige a los israelitas, es decir, es el mismo Dios que se manifiesta a su pueblo. Así también sucede con Gedeón (Juec 6,11-24) y con los padres del niño Sansón en Juec 13,2-23. Con facilidad  se cambian a los interlocutores: unas veces habla el ángel del Señor y otras el propio Yahvé. Los elegidos en estas manifestaciones divinas están convencidos de ver al mismo Dios y por eso temen por sus vidas (Juec 6,21-23; 13,21-23).

Este ángel es percibido como un hombre, como alguien, una persona de aspecto imponente. Así en la lucha nocturna de Jacob con Dios, se dio de golpes con un hombre al que identificó con Dios: “He visto a Dios cara a cara”, exclama el patriarca al amanecer y después de haber sido bendecido (ver Gén 32,25-31). El profeta Oseas, refiriéndose a aquella lucha, dijo: “En su vigor luchó con Dios. Lucho con el ángel y lo venció” (Os 12,4-5). ¿Quién es, pues, este “ángel de Yahvé”, que no pocas veces se le identifica con el mismo Dios? Se piensa, en primer lugar, que los casos que hemos citado se pueden explicar, teniendo en cuenta la manera de hablar del mensajero o embajador, que representa al que lo envía (Núm 21,17; 2 Rey 17,17; 19,20; Is 1,2-3), es decir, su soberano, en este caso, Dios.

Preferiblemente, la expresión Ángel de Yahvé o del Señor puede ser una frase redundante, que designa la manifestación sensible del mismo Dios.  Así, pues, la expresión a la que hemos estado mencionando se refiere al mismo Dios, manifestándose en forma sensible (llama de fuego, alguien, un hombre, etc). Ya no es simplemente su mensajero, sino el Señor mismo, que interviene en la historia de la salvación o se manifiesta a algunos elegidos del pueblo de Israel. Comentando el encuentro de Moisés con Dios, cuando el Señor se le manifiesta como su ángel, en medio del fuego y que, como hemos visto, era el mismo Yahvé, el Pbro. Francesc Ramis Darder, nos dice lo siguiente:

La relación entre Dios y Moisés se establece mediante el ángel del Señor (Éx 3,2). La palabra "ángel" procede de la lengua griega y significa "mensajero". Los ángeles revelan a los hombres los designios divinos (cf. Jue 6,11), pero no se limitan a eso. El libro de Job los describe como la corte celestial, llamándoles "los hijos de Dios" (Job 21,6ª). Los ángeles son mensajeros de la divinidad y participan de la proximidad divina.

No son simplemente transmisores del mensaje divino, sino portadores de la buena noticia cargada con la fuerza liberadora de Dios. Uniendo ambos matices, podemos afirmar que los ángeles simbolizan un "don" de Dios al hombre. El mejor "don" de Dios consiste en la ocasión ofrecida al ser humano para que pueda encontrarse personalmente con él.

Estamos acostumbrados a contemplar representaciones de ángeles alados. Sin embargo, el ángel que figura en Éx 3,2 no tiene alas; es "como una llama que ardía en medio de una zarza [...] que estaba ardiendo pero no se consumía" (Éx 3,2). Sorprendido ante el prodigio, Moisés se acerca para contemplar la maravillosa visión y, entonces, Dios aprovecha la oportunidad para llamarle desde la zarza (Éx 3,4). El ángel simboliza la "ocasión" que el Señor ofrece a Moisés para llamarle y encomendarle después la tarea liberadora. Hasta la "ocasión" propiciada por la zarza, el texto bíblico no ha revelado ninguna relación entre Dios y Moisés (Éx 2,1-21; 3,1ª). Pero a partir de la experiencia de la zarza comenzará la relación personal entre el Señor y Moisés.

Los ángeles simbolizan las "ocasiones" que Dios ofrece en cada recodo de la vida para trabar una relación personal con nosotros. Cuando aprovechamos la ocasión permitimos al Señor convertirse en nuestro amigo. Y la amistad personal con el Señor abre nuestro corazón a la fuerza liberadora de Dios. Preguntémonos con sinceridad: a lo largo del día, ¿sabemos aprovechar las ocasiones que Dios nos regala para ahondar su amistad con nosotros? (El verdadero Israel, testigo del Dios liberador, 2004, pág. 111).

A este ángel del Señor (o Dios mismo), hoy no lo vemos ni tampoco se nos aparece. Pero, de seguro, camina con nosotros y nos invita a ser partícipes y responsables de la historia en la cual vivimos.

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