Filemón (“amable”, “amado”), era un hombre acaudalado como hemos dicho y Onésimo (“útil”, “beneficioso”), era uno de sus esclavos. Ambos eran oriundos de Colosas. Como fue Epafras (o Epafrodito), quien fundó esta comunidad, es muy probable que san Pablo pudo evangelizar a Filemón en Éfeso y ésta puede ser la deuda de Filemón con el Apóstol (Flm 19). Esta relación de paternidad espiritual, motivo frecuente en San Pablo (1 Cor 4,15-17; Gál 4,19), también la guardaba con Onésimo, pues ambos están tratando con un mismo padre en la fe.
Además, Pablo llama a Filemón “su hermano y colaborador” (Flm 1), por lo que es probable que pertenezca al grupo que, bajo la dirección del Apóstol, se encargó de anunciar la Buena Nueva y guiar a las comunidades. Pues resulta que Onésimo huyó de la casa de su amo, a lo mejor tomando dinero que no le pertenecía (Flm 18), haciendo entonces que San Pablo se comprometiera a devolverle el dinero sustraído a Filemón y le rogara que el amor fuera más fuerte que el castigo frente a aquel esclavo fugitivo, que en la Biblia es imagen de derrota y deshonra (2 Mac 8, 35). De allí que el Apóstol no hable de fuga, sino de separación, solicitándole a Filemón que, leyendo los acontecimientos como voluntad de Dios, vuelva a recibir a Onésimo como alguien más digno que un esclavo, es más como a un “hermano querido” (Flm 15-16) o como a él mismo.
La intervención de Pablo
Como vemos, cualquiera que haya sido la causa de la huida, parece que Onésimo procuró la ayuda de Pablo para reconciliarse con su airado amo. Aquello planteó un problema a Pablo. Tenía ante sí a un esclavo, anteriormente incrédulo, que era un delincuente fugitivo. ¿Debía el apóstol tratar de ayudarlo persuadiendo a un amigo cristiano, a abstenerse de ejercer su derecho legal de castigarlo con severidad? ¿Qué tenía qué hacer? Para cuando Pablo escribió su carta a Filemón, parece que el fugitivo había permanecido con el apóstol por algún tiempo, suficiente como para que este dijera que Onésimo había llegado a ser un “hermano fiel y querido” (Col 4,9). “Te suplico por mi hijo Onésimo, a quien engendré entre cadenas”, dijo Pablo acerca de su propia relación humana y espiritual con este esclavo. De todos los giros que podría haber tomado la situación, este debió ser el que menos esperaba Filemón. El apóstol dijo que el esclavo que anteriormente había sido “inútil” regresaba como hermano cristiano. Ahora Onésimo (le) sería “provechoso”, “útil”, y de esa manera haría honor al significado de su nombre (Film 1, 10-12).
Onésimo había llegado a serle muy útil al apóstol durante su prisión. De hecho, de no haber sido una violación de la ley y un abuso de los derechos de Filemón, Pablo le habría permitido quedarse con él (Film 13-14). En otra carta, escrita más o menos al mismo tiempo y dirigida a la comunidad cristiana que se reunía en la casa de Filemón, Pablo llamó a Onésimo “hermano también fiel y querido, que es compatriota de ustedes”. Estas palabras dan a entender que Onésimo ya había demostrado su confiabilidad (Col 4, 7-9)
Pues bien, Pablo animó a Filemón a recibir amablemente a Onésimo, pero no se valió de su autoridad apostólica para ordenarle que lo hiciera o que lo dejara en libertad. Confiaba en que, por la amistad y el amor que los unían, Filemón ‘haría aún más’ de lo que se le pedía (Film 21). Pablo no puntualizó la expresión “aún más”, pues solo Filemón tenía el derecho de decidir lo que haría con Onésimo. Algunas personas han llegado a la conclusión de que, con tal expresión, Pablo pedía tácitamente que se le devolviera el fugitivo para que le siguiera ayudando, como ya había empezado a hacerlo. ¿Accedió Filemón ante las súplicas de Pablo a favor de Onésimo? Todo parece indicar que sí, aunque por ello quizás se hayan disgustado otros dueños de esclavos de Colosas, quienes quizás hubieran preferido ver que se castigara a Onésimo con rigor, para disuadir a sus propios esclavos de imitar su ejemplo.
La transformación de Onésimo
En todo caso, Onésimo regresó a Colosas con una nueva personalidad. Habiendo transformado su manera de pensar, gracias al poder del Evangelio, sin duda llegó a ser un fiel cristiano de la comunidad cristiana colosense. Las Sagradas Escrituras no nos cuentan, sin con el tiempo Filemón le concedió la libertad a Onésimo. Hemos de decir que, aunque no estamos ante un escrito que cuestione o pida que acabe el régimen de la esclavitud, común y corriente en aquellos tiempos, Pablo le recuerda a su amigo Filemón, cuáles han de ser las obligaciones de un amo cristiano para con sus esclavos, en este caso Onésimo, que también es de Cristo, como él. En adelante, el futuro del esclavo no queda en las manos de un amo, sino de un hermano en Cristo (Gál 3,28).
En todo ello, San Pablo hace gala de una exquisita humanidad y nobleza, de un corazón amplio, unido a los más acendrados principios cristianos. Esta bella historia, que leemos en la carta brevísima de Filemón, nos plantea muchas cuestiones en cuanto al amor y la fraternidad entre nosotros, así como el trato que le brindamos a las personas, sea cual sea su condición, estado o situación ¿Qué podríamos aprender de ella hoy?