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Sagradas Escrituras: Esteban, protomártir

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Marzo 10, 2022

Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos en el pueblo. Algunos miembros de la sinagoga llamada de los Libertos, como también otros, originarios de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de la provincia de Asia, se presentaron para discutir con él. Pero no encontraban argumentos, frente a la sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su palabra… Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios. Entonces exclamó: “Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”

Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado”. Y al decir esto, expiró. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban y lo lloraron con gran pesar (Hech 6,8-10; 7,54-60. Primera lectura de la fiesta de San Esteban)

 

El primer mártir de la Iglesia

 

Esteban fue uno de los Siete, dedicado al ministerio de la Palabra y pertenecía al grupo de los cristianos helenistas. Las secciones del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 6,8-15; 7,54-60), nos cuentan su historia -la oposición que contra él tienen los judíos helenizantes de la diáspora, es decir, del extranjero o fuera de Palestina,  la detención y las acusaciones ante el Sanedrín, y su martirio- y encuadran su largo discurso de defensa (Hech 7,2b-53), del cual únicamente han sido reproducidos aquí los pasajes finales y más polémicos (vv 44-53). A la luz de estos textos, leídos teniendo en cuenta su contexto bíblico más amplio, queremos poner de relieve varios rasgos de la figura de Esteban, al que vemos en estos pasajes como un hombre lleno del Espíritu Santo (Hech 7,55), realizando prodigios (Hech 6,8), dotado de una excepcional sabiduría (Hech 6,10), capaz de transfigurarse como Jesús (Hech 6,15) y muriendo como mártir por la causa del Evangelio (Hech 7,59-60)

Ante todo conviene decir que, dentro de la forma de redactar por parte de San Lucas, Esteban aparece aquí como el iniciador formal de la ruptura y liberación de la Iglesia de los moldes del judaísmo, también como el más ilustre del grupo de los Siete y cabeza visible del movimiento de los “helenistas”, que en Hech 6,1-2, se nos presentan en confrontación con los "hebreos", como ya hemos visto. Estos querían vivir un cristianismo dentro del marco de la ley y del templo de Jerusalén, mientras que aquellos tomaban actitudes más liberales respecto de uno y otro.

Esta actitud relativizaba el judaísmo y le arrebataba su identidad. Por eso los judíos de la diáspora helenista, que sería el ambiente normal de la misión y predicación de Esteban, reaccionan con odio feroz contra él (Hech 6,8-10). También resultan sintomáticas sus acusaciones: "palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios" (Hech 6,11); “palabras contra el lugar santo y la ley” (Hech 6,13); “le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés” (Hech 6,14). Y su defensa toma el aire de un contraataque inesperado: la sustitución de la tienda de la alianza (el modelo dado por Dios), por el templo de Jerusalén (la construcción hecha por mano de hombres),  la considera casi como la repetición del pecado idolátrico del desierto (Hech 7, 44-50; ver Éx 32,1.23; Am 5,25-27). Para Esteban, el cristianismo era un vino nuevo que se había echar en odres nuevos (Mc 2,22). Una actitud que se tiene que tener en cuenta en las grandes encrucijadas de la historia.

Un segundo rasgo consistiría en dibujar un paralelismo entre Jesús y Esteban. San Lucas, en esta historia de martirio, silencia en el proceso de Jesús la acusación de querer destruir y reedificar el templo (no así Mc 14,57-58; Mt 26,61) y la traslada a Esteban (Hech 6,14), y él es el único que, a la hora de la muerte, presenta a Jesús y a Esteban con palabras de perdón para los enemigos que los mataron (ver Lc 23,34 y Hech 7,60). Un recurso literario para poner uno junto al otro, al maestro y al discípulo. También la liturgia lo ha querido hacer en el ciclo de Navidad y dentro de la octava, el  día 26 de diciembre, en que se celebra su fiesta. Esteban es el primero que sella con su sangre, el cambio liberador que Jesús introduce en el mundo.

Esto es lo que le lleva a la muerte, que en el texto aparece como un linchamiento feroz de sus enemigos y en presencia de un joven llamado Saulo, que luego será el gran Apóstol San Pablo. El joven Esteban es un buen imitador de Cristo Jesús. Es “diácono”, o sea, servidor de la comunidad, como se definía a sí mismo Jesús: “he venido a servir y a dar mi vida por todos” (Mc 10,45). Es mártir, o sea, testigo, hasta la muerte: Jesús fue el primero que dio testimonio de la verdad hasta las últimas consecuencias. A Esteban le acusaron, como a Jesús, de blasfemia contra la ley y el Templo. Le ajusticiaron fuera de la ciudad, como a Jesús y murió perdonando a sus verdugos, como Cristo en la cruz.

Pues bien, San Esteban es el primero que ha dado testimonio hasta la muerte. A lo largo de la historia, muchos cristianos han seguido a Cristo, en medio de la persecución y las dificultades. Su respuesta ante las dificultades ha sido perseverar dando testimonio de Jesús y de su Evangelio hasta la muerte. Hay martirios breves e intensos, como el de Esteban. Hay martirios largos: el testimonio y las dificultades de cada día, a lo largo de los años. Tal vez éste es el nuestro. A ejemplo de San Esteban, se nos invita a no cansarnos de este amor y de esta fidelidad. Y pedir a Dios, como lo hace la Iglesia, en la oración colecta de su fiesta: “Concédenos, Señor, la gracia de imitar a tu mártir san Esteban, que oró por los verdugos que le daban tormento, para que nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos”.

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