Descubrimos así una comunidad organizada y presidida por los apóstoles, cuya autoridad nadie discute. Pero a la vez, se nos revela una forma de afrontar los problemas, que no tiene nada de autoritaria ni impositiva. El margen de corresponsabilidad y participación que se ofrece a la comunidad, en la solución de sus propios conflictos, es muy amplio. Los apóstoles marcan las líneas maestras, pero no hacen nada sin contar con la asamblea. Ellos proponen la elección de los Siete y señalan las cualidades que deben tener (buena reputación, llenos de Espíritu Santo y sabiduría), pero es la comunidad quien da los nombres concretos (Hech 6,5).
En la manera de resolver sus propios conflictos, la comunidad primitiva de Jerusalén nos muestra la calidad de su vida interna. Pese a todo, es capaz de mantenerse atenta a las necesidades que van surgiendo en su propio seno. No le son indiferentes las quejas expresadas por una parte de la comunidad, aunque esta sea minoritaria. Hay una preocupación real por la justicia y la equidad, en el reparto de los recursos destinados a los necesitados. La comunidad sabe volver sobre sus propios errores y trata de resolverlos buscando soluciones prácticas.
La crisis no se arregla por la fuerza. No se imponen las soluciones, sino que se buscan y se llega a acuerdos entre todos. Se intenta, en primer lugar, salvaguardar la unidad y evitar la división en el seno de la comunidad, pero no a base de acallar las diferencias, sino respetando las características propias de cada grupo y formando un equipo de ministros (que luego se les conocerá como diáconos), que puedan atender a las necesidades específicas de los helenistas. Los conflictos no se silencian ni se disimulan, sino que se afrontan con honradez y se solucionan contando con todos. Lo que interesa, al fin y al cabo, es asegurar el funcionamiento de cada uno de los servicios o ministerios, que son necesarios para el bien de la comunidad. Sin descuidar ninguno, porque todos son importantes.
Los Doce sabían que debían dedicarse al ministerio de la Palabra, es decir al anuncio del Evangelio, dentro y fuera de la comunidad. Pero no por ello consienten en que la atención a los pobres quede descuidada. Distribuyendo responsabilidades, queda atendida la vida de los creyentes en todos sus aspectos. Los Doce se encargarán del "servicio de la Palabra" (evangelización - catequesis) y de la oración (liturgia), mientras que los Siete se ocuparán del "servicio de las mesas" (es decir, la atención a los pobres). Pero esta división de funciones tampoco es intocable ni definitiva. Ante nuevas situaciones y desafíos, se asumirán nuevos ministerios con gran creatividad y flexibilidad.
Si seguimos leyendo el relato del Libro de los Hechos de los Apóstoles, encontraremos muy pronto a Felipe, uno de los Siete, predicando el Evangelio en Samaria y, por lo tanto, desempeñando una tarea que en principio correspondía a los Doce. No en vano, en otro lugar, recibe el nombre de "evangelista" (Hech 21,8). De hecho, la elección de los Siete, tiene una proyección enorme dentro de esta sección del libro de los Hechos, como lo veremos con Esteban (ver Hech 6,1-9,31), pues su papel dentro de la comunidad no se limitará a controlar el funcionamiento de “Cáritas - Jerusalén”, sino que serán los testigos que el Espíritu Santo escogerá, para llevar el Evangelio fuera de los estrechos límites de la Ciudad Santa y extenderlo por las regiones de Judea y Samaria, según el mismo Jesús lo había anunciado y querido en Hech 1,8.