Efectivamente, al llegar a Samaria, su predicación fue todo un éxito, pese a que los judíos, por lo general, menospreciaban a los samaritanos, por considerarlos integrantes de un pueblo impuro. Sin embargo, Felipe no prejuzgó a este pueblo y su imparcialidad fue recompensada. De hecho, muchos samaritanos se bautizaron, entre ellos un antiguo mago llamado Simón (Hech 8, 6-13). De allí la alegría de la ciudad de Samaria.
Tiempo después, un ángel del Señor mandó a Felipe que se dirigiera hacia el camino del desierto, que iba de Jerusalén a Gaza. Allí divisó un carro en el que viajaba un eunuco etíope, funcionario de la reina de Candace (Etiopía), que iba leyendo en voz alta al profeta Isaías, en un texto de la segunda parte de su libro, que trataba sobre el Cuarto Cántico del Siervo del Señor, en su versión griega (Hech 8,32-33; Is 53,7-8).
En efecto, Felipe corrió al lado del carro y entabló una conversación con aquel hombre. Aunque el etíope era un prosélito que tenía algún conocimiento de Dios y de las Escrituras, humildemente admitió que necesitaba ayuda para entender lo que estaba leyendo. Por consiguiente, invitó a Felipe a subir al carro y a sentarse junto a él. Después de que este le habló sobre Jesús, llegaron a un lugar donde había agua. “¿Qué impide que yo sea bautizado?”, preguntó el etíope. Felipe lo bautizó de inmediato y el funcionario siguió su camino lleno de alegría regocijándose. Lo más probable es que este nuevo discípulo difundiera el Evangelio en su tierra natal (Hech 8, 26-39).
Felipe recibe otras misiones
Después de evangelizar y bautizar al funcionario etíope, “Felipe se encontró en Azoto, y en todas las ciudades por donde pasaba iba anunciando la Buena Noticia, hasta que llegó a Cesarea” (Hech 8, 40). En el siglo primero, estas dos ciudades tenían una población gentil considerable. Lo más seguro es que de camino a Cesarea, en el norte, Felipe predicara en importantes centros judíos, tales como Lida y Jope. Quizá por esta razón, más tarde se encontraron discípulos en esas zonas (Hech 9, 32-43). Aquella primera evangelización de los helenistas, estaba dando sus primeros frutos.
Finalmente, se menciona por última vez a Felipe unos veinte años después. Al final de su tercer viaje misionero, San Pablo desembarcó en Tolemaida. “Al día siguiente -dice San Lucas, el compañero de viajes de Pablo-, partimos, y cuando llegamos a Cesarea, fuimos a la casa del evangelista Felipe, uno de los siete y nos quedamos en su casa. Este tenía cuatro hijas solteras, que tenían el don de la profecía” (Hech 21, 8-9). Aunque al parecer, Felipe se había establecido en Cesarea, no había perdido su espíritu misionero y evangelizador, puesto que San Lucas lo llama precisamente “el evangelizador”.
Pues bien, uno de los cristianos dispersados es Felipe. Los “Hechos de Felipe” los tenemos en Hech 8,5-40 y en Hech 21,8-9, donde se menciona por última vez a Felipe como evangelista y como uno de los Siete, que reside en Cesárea y que tiene cuatro hijas vírgenes que profetizan. En estos Hechos de Felipe hay dos momentos contrapuestos. El primero (Hech 8,5-25) nos narra la evangelización en la ciudad de Samaria, donde realiza muchas señales y milagros y tiene mucho éxito; incluso hasta el mago de la ciudad, llamado Simón, creyó y fue bautizado.
Luego, San Lucas nos narra el segundo momento en la evangelización de Felipe (Hech 8,26-40). Ahora no va al norte, sino al sur; no a una ciudad, sino al desierto; no a evangelizar multitudes, sino a una sola persona, al eunuco etíope. Felipe ya no hace señales y milagros, sino que se pone a caminar con el eunuco y a escuchar lo que éste va leyendo.
Felipe anuncia la buena nueva de Jesús a partir precisamente de ese texto del profeta Isaías, que lee el etíope. Es decir, imita exactamente el método que utilizó Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35, ver especialmente el versículo 27). Felipe actúa ahora conducido por el Espíritu (v. 29), y después es arrebatado por el mismo Espíritu (v. 39). Lo veremos, dentro de dos domingos, llevando a cabo una bella catequesis bíblica.