Las primeras comunidades de los Hechos de los Apóstoles, se entendieron a sí mismas como mensajeras de la salvación, manifestada de una vez para siempre en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Es la comunidad cristiana la depositaria de esa salvación, y las personas pueden acceder a ella a través de la opción de fe que se sella en el bautismo. Contra lo que pudiera parecer, el bautismo no es la garantía de esta salvación, sino el comienzo de una nueva etapa en el camino del encuentro con Dios. Esta convicción de ser portadora de la salvación de Dios para todos, hizo que las comunidades cristianas de aquellos primeros años, sintieran la necesidad de comunicar a todos esta buena noticia. Se sentían así llamadas a anunciar el carácter salvífico de la vida, muerte y resurrección de Jesús "hasta los confines de la tierra" (Hech 1,8), comenzando por Jerusalén (Lc 24,47).
Comunidad organizada
Pero otro signo de la vitalidad de aquellas primeras comunidades, fue su capacidad para organizarse y responder mejor a las tareas que el Señor les había encomendado. Es conocido el papel destacado de los Doce, en los comienzos de la comunidad cristiana, como ya hemos visto. Entre ellos, Pedro ocupa un lugar privilegiado: de él se dice que se le apareció en primer lugar el Resucitado (1 Cor 15,5); lo vemos ocupando un lugar importante en el seno de la comunidad: es el portavoz de los apóstoles en Pentecostés (Hech 2,14-15), con él se entrevista Pablo en su primera visita a Jerusalén (Gál 1,18), y tiene una actuación decisiva en el Concilio de Jerusalén (Hech 15,7; Gál 2,7- 9).
Desde el principio destaca también el papel de Santiago, el hermano del Señor. Aparece asociado a Pedro en su papel de responsable de la primera comunidad de Jerusalén (Gál 1,19; 2,7-9), e incluso es mencionado en primer lugar por Pablo, cuando enumera las columnas de la Iglesia primitiva (Gál 2,9). Finalmente, Pablo ocupa un lugar muy importante en la segunda parte del libro (Hech 13-28) como "misionero de los gentiles". A medida que el Evangelio se hace presente en distintos lugares y la comunidad lo va necesitando, surgen en su seno ministerios y servicios diversos. Así la comunidad de Jerusalén, compuesta en su mayoría por cristianos provenientes del judaísmo, se organiza según el modelo de la sinagoga judía y elige "presbíteros" (Hech 11,30).
El grupo de los helenistas, como luego veremos, necesitó también una pequeña organización para atender a las necesidades de sus miembros (Hech 6,1-6). La comunidad de Antioquía, compuesta en su mayoría por cristianos de origen pagano, se organizó, no a partir de presbíteros como en Jerusalén, sino eligiendo "profetas" y "doctores" (Hech 13,1). Y San Pablo, según San Lucas, organiza las comunidades nombrando en ellas "presbíteros" (Hech 14,23) y "vigilantes" o “epíscopos” (Hech 20,28). Lo fundamental en esta organización, es dar respuesta a todas las necesidades que van surgiendo en la comunidad cristiana, de modo que la vida de dicha comunidad pueda ser expresada, celebrada y anunciada. Y para que esto quede asegurado, se establecen tareas y responsabilidades diversas.
Una comunidad plural
La primera comunidad cristiana era plural, es decir, no uniforme, pues en ella convivían cristianos procedentes de diversas culturas, especialmente la judía y la pagana. A medida que el Evangelio se fue extendiendo por aquellas tierras mediterráneas, este carácter plural apareció con más claridad. Tomemos, por ejemplo, la comunidad de Jerusalén, compuesta por dos grupos de origen y tendencias distintos. Unos eran los "hebreos". Eran cristianos provenientes del judaísmo de Palestina, educados al estilo judío tradicional. Aún después de su conversión al cristianismo, seguían aferrados a sus tradiciones religiosas, dando una gran importancia a la Ley, al Templo, a la circuncisión (Hech 15,1-5). Otros eran los "helenistas", cristianos provenientes del judaísmo, pero educados fuera de Palestina, en contacto con la lengua y la cultura griegas. Su mentalidad religiosa era abierta y tolerante, y relativizaban la importancia que, para un seguidor de Jesús, podía tener la Ley de Moisés y el templo de Jerusalén (ver Hech 6,14; 7,48-50).
No es de extrañar que entre estos grupos surgieran tensiones y dificultades. No todo fue, como decimos, “color de rosa”, pese a que se nos describa aquellos comienzos, con un tono de franca armonía y unanimidad (ver Hech 2,42-47; 4,32-35). Un ejemplo de ello, es el conflicto que se desencadenó a propósito de la atención a las viudas de los helenistas (ver Hech 6,1-6). Esta pluralidad que fue, a la vez, una riqueza y una fuente de conflictos, también existía entre los responsables de la primera Iglesia. Un ejemplo: Santiago y Pablo pensaban distinto en cuanto a los deberes de los no judíos que se hacían cristianos: Santiago creía que debían guardar la Ley de Moisés y circuncidarse (Hech 15,1). Pablo, lo contrario (Gál 2,1-10).
La cuestión se aclaró en el Concilio de Jerusalén, pero las divergencias en este tema se mantuvieron durante un tiempo. Este pluralismo y apertura de las primeras comunidades, si bien manteniendo lo esencial del Evangelio, posibilitó la independencia del cristianismo de la religión judía y le abrió las puertas del mundo. En esta labor de apertura y difusión hacia los no judíos, ocupa un lugar muy importante la comunidad de Antioquía (Hech 11,19-12,25; 13,1-3; 14,21-28).
En resumen, la comunidad cristiana nació gracias a la acción del Espíritu y por medio de la predicación de los apóstoles. Al contarnos los primeros pasos de aquella comunidad, San Lucas nos presenta los rasgos ideales de toda comunidad cristiana y nos muestra la vitalidad que tiene la Iglesia, cuando se deja inundar y guiar por el Espíritu Santo. Pero, para que no pensemos que todo entonces fue positivo, nos muestra también los conflictos que surgían y cómo ellos los solucionaron con un diálogo sincero. Aquellos primeros cristianos se encontraban en camino, como hoy nosotros.
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