A muchos de nosotros el relato de Pentecostés nos resulta extraño y fascinante a la vez, precisamente por los símbolos e imágenes que utiliza. Pero esa extrañeza desaparece cuando comprendemos que, a través de ellos, el autor del Libro de los Hechos quiere hacernos descubrir lo importante que fue la experiencia de Pentecostés, y que ella se dio una presencia muy especial de Dios. El Señor envía al Espíritu Santo que había prometido (Lc 24,29) y lo hace cuando todos están reunidos en comunidad.
El fenómeno que se cuenta a continuación suele conocerse con el nombre de glosolalia, palabra que significa literalmente “hablar en lenguas”. Los apóstoles se expresan como lo hacían los antiguos profetas (Núm 11) o como lo harán los cristianos, empujados por el Espíritu, en los primeros tiempos de la Iglesia (Hech 10,46). ¿Qué es lo importante de esta manifestación? Hablar en otras lenguas es hacerse entender por todos los pueblos.
En el episodio de Babel (Gén 11, 1-9), las diferentes lenguas dividen a los hombres y mujeres. Pentecostés parece darnos a entender que todas las personas pueden oír la Buena Nueva de Jesús. La misión de los apóstoles, desde este momento, será hacer llegar a todos sin excepción la buena noticia de la resurrección de Jesús. Es como si la confusión de Babel, que provocó la dispersión de los pueblos, desapareciera para siempre, y todos los hombres y mujeres pudieran reunirse de nuevo en una misma familia.
La venida del Espíritu hace que los discípulos se conviertan en testigos del Resucitado ante todos los pueblos. La salvación ya no tiene fronteras; no es solo para los judíos, sino que se dirige a todos. La llegada del Espíritu es una llamada a la universalidad. Todas las personas entienden la Buena Noticia, cada una en su propia lengua y cultura.
En un primer momento el acontecimiento de Pentecostés, solo se manifiesta entre los judíos venidos a Jerusalén para la fiesta. Pero si seguimos leyendo el libro de los Hechos nos encontraremos con otras manifestaciones del Espíritu Santo, que vuelve a derramarse en la comunidad cristiana, después de la primera persecución de la Iglesia (Hech 4,31). Cuando los cristianos se extiendan por “Judea y Samaria” acontecerá un nuevo Pentecostés (Hech 8, 5-25), lo mismo que cuando Cornelio fue bautizado (Hech 10, 44-45), o aquellos discípulos de Juan el Bautista, en Éfeso (Hech 19,1-7). El Espíritu Santo, que acompaña a los discípulos va confirmando su predicación con estas presencias extraordinarias.
Finalmente, es importante observar que el Espíritu desciende sobre toda la comunidad. En comunidad reciben el Espíritu, en comunidad lo anuncian, y ese anuncio hace que aumente y se consolide dicha comunidad con nuevos miembros. El nuevo Israel se hace misionero al recibir el don del Espíritu Santo. Este acontecimiento de Pentecostés nos invita hoy a las comunidades cristianas, a salir de nuestros de nuestras sacristías, de nuestros “grupos cerrados”, de nuestro barrio o nuestro pueblo para anunciar, fuera de nuestras “fronteras”, que es posible la esperanza, porque el Señor ha resucitado. Y que es el Espíritu Santo la fuerza y el motor que impulsa la tarea misionera de la Iglesia de todos los tiempos.