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Las santas mujeres

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Septiembre 21, 2021

Hoy se dice que, en la Semana Santa, las que mandan son las mujeres ¿Por qué? Porque son ellas las que más trabajan en los días santos: como catequistas preparando a los catecúmenos que van a recibir los sacramentos en la Vigilia Pascual;  como lectoras, como protagonistas de las mujeres de la Pasión en las procesiones, colaborando en el ornato y belleza del templo así también las celebraciones litúrgicas, facilitando el alimento necesario para quienes trabajan en la pastoral y así podríamos seguir hablando de un sinfín de trabajos indispensables que ellas llevan a cabo en la Semana Mayor.

Ellas no son nada pasivas. Han estado atentas, participando en actos litúrgicos y de piedad popular, ateniéndose al papel que ejercen, por ejemplo, como bordadoras, floristas, camareras o acompañantes de las imágenes o “nazarenos en vivo” de algunas parroquias, especialmente de la Virgen María; confeccionando los trajes de las imágenes o personajes bíblicos, participando en obras de teatro sagrado; algunas vistiendo el hábito morado o violeta de Jesús Nazareno en la Pasión, organizando un viacrucis, un rosario y así muchas cosas más. Por eso, ellas son “las que mandan”.

Así también fueron las mujeres que acompañaron a Cristo. Su protagonismo, como hemos visto en los Evangelios, en especial, en la pasión de Cristo, es indiscutible. El Evangelio de Juan menciona las mujeres que estaban al pie de la cruz velando el último aliento de Cristo (Jn 19,25). De algunas sabemos el nombre: María Magdalena, María la madre de Santiago y José, Salomé y, por supuesto, María, su madre (Mt 27,55-56; Mc 15,40-41; Jn 19,26-27).

Otras no sabemos quiénes son. El Evangelio de san Lucas menciona "las hijas de Jerusalén" que lloran por él en su camino hacia la cruz (Lc 23,27-28). Otras intervienen de una manera u otra en el relato: Marta y María de Betania (Jn 12,1-3), la sirvienta o las criadas en el patio del sumo sacerdote o la mujer de Pilato (Mt 26,69.71; 27,19) y las que asisten a su entierro (Mt 27,61; Mc 15,47; Lc 24,55-56: donde se cuenta que prepararon aromas y ungüentos para embalsamar a Jesús, previo el descanso sabático).

 

La criada de Caifás que desafió a Pedro

 

Por cierto que esta criada en casa de Caifás (Mt 26,69; Mc 14, 66-72; Lc 22,56-62 y Jn 18,25-27), es capaz de encarar a Pedro, hombre firme y robusto, que estaba dispuesto a acompañar a Jesús hasta la muerte y en aquellos momentos, gracias a ella, se vuelve un hombre débil, cobarde y miedoso, un simple mortal como cualquiera de nosotros, un “hijo de Eva”… Que fuera una o dos simples sirvientas que desafiaran al que se nos presenta en el Evangelio de San Mateo, como piedra de la Iglesia (Mt 16,18), fueron capaces de hacer poner de rodillas al seguidor de Jesús más leal de Jesús y su fragilidad. Como la criada de Caifás también nosotros somos siervos y, como Pedro, también nosotros somos discípulos.

 

Juana, mujer de Cusa

 

Hay una mujer de la que casi nadie habla, pero que también estuvo con Jesús, desde su ministerio en Galilea y mencionada entre las discípulas de Jesús: “Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes” (Lc 8,3). Un detalle muy llamativo… Juana era la esposa de Cusa, el mayordomo administrador de Herodes Antipas, virrey de Galilea a cuyo servicio estaba su esposo Cusa o Chuza, que vendría a ser como una especie de ministro de economía y ella lo ayudaba a costear sus gastos.

Es decir, que Jesús estaba recibiendo apoyo financiero de la propia casa herodiana. Si esto se sabía en el pueblo o entre las mujeres de la corte de Herodes, podemos imaginar la “comidilla” de la gente, al saber que Jesús era “mantenido por mujeres” pudientes como Juana. Cosa que pensamos que a él no le importaba ni a Juana tampoco, por ser su discípula. La encontramos en el domingo de la Pascua, junto con las demás mujeres, anunciando el acontecimiento de la resurrección de Jesús a los apóstoles, aunque ellos no las creyeran (ver Lc  24,9-11), pensando que deliraban. La vida de esta mujer nos enseña valiosas lecciones. Por un lado, sirvió a Jesús lo mejor que pudo. También debe haberla hecho feliz usar sus recursos para ayudarlo a él y a sus discípulos a realizar sus giras evangelizadoras. Además, fue fiel a Jesús y a su tarea, sin importar las pruebas que se le presentaron, como los fueron los amargos días de su pasión y muerte.

Pues bien, las mujeres son figuras que a menudo nos pueden pasar desapercibidas, entre los acontecimientos rápidos y dramáticos de los Evangelios de la Pasión del Señor, que escuchamos especialmente en los días de la Semana Santa, pero cada una de ellas,  de una manera o de otra, tienen un encuentro con Jesús que las transforma, y que nos cuestiona a nosotros mismos sobre las diversas actitudes y experiencias de la propia vida. La Pasión del Señor comienza en la casa de Betania, con una mujer que lo unge para su entierro y termina con mujeres, acompañando la muerte y la sepultura del Jesús (Mt 26,6-13; 27,61).

Así, a través de siete fragmentos bíblicos en que aparecen estas figuras femeninas, somos interpelados por la fe de Marta; la generosidad de María de Betania; la acusación de la mujer que trabajaba en casa del sumo sacerdote y que provoca la primera negación de Pedro; el coraje y la integridad en la lucha por la justicia de Claudia Procla, la mujer de Pilato que se da cuenta de la injusticia que se está cometiendo con Jesús; la misericordia y la compasión de las "hijas de Jerusalén" que acompañan a Jesús en la crucifixión y que tratan de amortiguar su dolor; la lealtad y el amor de las mujeres que velan ante la cruz, entre las que María, su madre; y la fidelidad y devoción de María Magdalena que será la primera en ver a Cristo resucitado.

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