El discípulo acoge a la madre en su casa. Ella no tiene ya hogar propio; al incorporarse a la comunidad encuentra su nueva casa, una vez que Israel, al rechazar al Mesías, ha dejado de ser el pueblo de Dios (ver Jn 1,11). Luego ¿cómo ha de entenderse entonces el sentido de estas tres palabras griegas: “eis ta idía”: “en su casa”? No se hace referencia ciertamente a una casa, como por lo general se ha traducido, sino a lo que es “propio” del discípulo. Es preciso comprender “eis ta idía” en el sentido de una apropiación metafórica, en relación con el discípulo: él la acogió “como propia, como suya”, como lo hemos puesto en el texto más arriba. Luego, el texto evangélico, siguiendo el original griego, dice literalmente lo siguiente: “Y desde aquella hora el discípulo la acogió entre sus bienes”. En ese sentido e interpretando el texto en clave mariológica, el Papa San Juan Pablo dice:
“En efecto, la expresión griega, traducida al pie de la letra “entre sus bienes”, no se refiere a los bienes materiales, dado que Juan —como observa san Agustín (In Ioan. Evang. tract., 119, 3) — “no poseía nada propio”, sino a los bienes espirituales o dones recibidos de Cristo: la gracia (Jn 1, 16), la Palabra (Jn 12, 48; 17, 8), el Espíritu (Jn 7, 39; 14, 17), la Eucaristía (Jn 6, 32-58)... Entre estos dones, que recibió por el hecho de ser amado por Jesús, el discípulo acoge a María como madre, entablando con ella una profunda comunión de vida (cf. Redemptoris Mater, 45, nota 130)…” (Ver la catequesis de Juan Pablo, Audiencia del miércoles 7 de mayo de 1997).
Y finalmente, como en las bodas de Caná (Jn 2,1-12), la madre de Jesús representa el Antiguo Testamento. El discípulo amado representa el Nuevo Testamento, la comunidad que creció alrededor de Jesús. El discípulo es el “hijo” que nació del Antiguo Testamento, la nueva humanidad que se forma a partir de la vivencia del Evangelio del Reino. Al final del primer siglo, algunos cristianos pensaban que el Antiguo Testamento ya no era necesario.
De hecho, al comienzo del siglo segundo, Marción, escritor y teólogo del siglo II, rechazó todo el Antiguo Testamento y se quedó solamente con una parte del Nuevo Testamento. Por eso, muchos querían saber cuál es la voluntad de Jesús al respecto. Las palabras de Jesús son significativas: Viendo a su madre y a al lado de ella, al discípulo que él amaba, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo." Después dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre." (Jn 19,26-27). El Antiguo y el Nuevo Testamento deben caminar juntos. A petición de Jesús, el discípulo amado, el hijo, el Nuevo Testamento recibe a la Madre, el Antiguo Testamento, en su casa.
En la casa del discípulo amado, es decir, en la comunidad cristiana, se descubre el sentido pleno del Antiguo Testamento. El Nuevo no se entiende sin el Antiguo, ni el Antiguo es completo sin el Nuevo. San Agustín lo decía en latín: “Novum in vetere latet, Vetus in Novo patet” (“El Nuevo está escondido en lo Antiguo, el Antiguo desemboca en el Nuevo”). El Nuevo sin el Antiguo sería un edificio sin fundamentos. Y el Antiguo sin el Nuevo sería un árbol frondoso que no llega a dar frutos.
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