El altruismo y la sencillez de María Magdalena se muestran también en el hecho de que no se sintió ofendida, cuando Jesús aparentemente ignoró su presencia al pie de la cruz. Ella estaba allí por pura merced y todo que lo que pretendía era ofrecer su apoyo. Valientemente y en silencio lo vio morir. Con Juan y con su tía, confortaron a su madre cuando fue bajado de la cruz.
Conscientes entonces de la prisa con la que había sido asesinado y debido a la obligación de enterrarlo pronto, se dieron cuenta de que no podían embalsamarlo siguiendo el ritual, así que decidieron dejarlo para más tarde. María Magdalena siguió el cortejo hasta la tumba y tomó nota del lugar del enterramiento para, junto con las demás mujeres, volver y terminar los ritos fúnebres después de la fiesta de Pascua.
María es uno de los personajes inquebrantables del Nuevo Testamento, que amaron intensa e incondicionalmente. Se identificó con Jesús en los tiempos buenos y en los malos, en los momentos de gozo y celebración y en los de desesperación. Su ministerio y su liderazgo fueron minusvalorados, debido al pensamiento androcéntrico y por la necesidad de destacar el papel de Pedro como sucesor de Jesús.
María Magdalena se alza en un desafiante contraste frente a Pedro en el Calvario y de nuevo en la mañana de Pascua, cuando le avisa para que acuda a la tumba. Es ella y no Pedro ni Juan, la que acompañó a Jesús desde Galilea a Jerusalén, desde Jerusalén al Calvario, desde el Calvario a la tumba y desde la tumba hasta la figura glorificada en el huerto (Jn 20,16b)…
María Magdalena se nos presenta como un gran ejemplo de valentía, misericordia y generosidad. Su actitud de lealtad incondicional, nos invita a reflexionar sobre nuestra vida de oración, pureza de intención y fidelidad en nuestro cometido en la vida, ya sea como casados, célibes o como personas consagradas… María fue una mujer de la Pascua. Su canción era el aleluya pascual. Unámonos a su entusiasmo renovado en esta Cuaresma y tiempo de Pasión, trayendo la Buena Noticia al Pedro de hoy, que vive y trabaja a nuestro lado.
Si nuestras intenciones en el ministerio y en casa fueran tan puras como las de María, el Pedro de hoy, que está al final de la calle o de la parroquia cercana, recibiría la ayuda de una nueva Magdalena para poder gritar: ¡Maestro!, en este tiempo de Pascua…” (Las mujeres de la Pasión. 8. María Magdalena. Editorial San Pablo 2010, Madrid, pp 69-74).
Cuando los discípulos de Jesús lo abandonan a su suerte, en la noche de su detención en Getsemaní, cuando Judas lo traiciona y lo entrega y cuando Pedro lo niega, solo una mujer, valiente y decidida, se dispone a acompañarlo a lo largo de su viacrucis hasta el fin. Y ella es María Magdalena, la discípula y amiga fiel que fue capaz de estar allí, aquella tarde dolorosa en el Gólgota, para darle el último adiós al amigo y Maestro más amado, del cual había recibido tanto: la sanación de sus enfermedades, la integración al amplio grupo de sus seguidores y lo mejor de todo: su afecto de hermano y compañero, sus enseñanzas y su amistad. Que, como ella, permanezcamos firmes con Jesús, compartiendo sus dolores y su cruz y celebrando su victoria pascual.
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