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Sagradas Escrituras: El “buen ladrón”

By Pbro. Mario Montes M. / Animación bíblica, Cenacat Julio 22, 2021

Uno de los protagonistas de la Pasión del Señor, es uno de los malhechores crucificados, es el que llamamos comúnmente “el buen ladrón”. Su historia la conocemos por el pasaje de Lc 23,39-43 y que muchas veces hemos escuchado en la Semana Santa, en la catequesis o visto en alguna de las tantas películas de la pasión y muerte de Cristo:

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.  Pero el otro lo increpaba, diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”. Él le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

 

¿Ladrones?

 

Los Evangelios afirman que Jesús no murió solo, sino que fue crucificado junto a otros dos hombres (Mt 27,38; Mc 15,27; Lc 23,32-33; Jn 19,18). Pero no nos dicen quiénes eran. San Marcos y san Mateo afirman que eran “bandidos” (en griego “lestés”). San Lucas los llama “malhechores” (en griego “kakúrgos”). Y san Juan sólo habla de “otros dos”, sin dar más explicaciones. ¿Qué delito habían cometido estos bandidos? ¿Cuándo fueron detenidos? ¿Por qué el Nuevo Testamento olvidó sus nombres, a pesar de que compartieron el trágico destino de Jesús? La tradición siempre los ha considerado “ladrones”. Por eso se ha pensado que eran autores de algún robo y que la casualidad hizo que ambos fueran condenados a morir el mismo día que Jesús, por orden de Poncio Pilato.

Pero no parece ser eso lo que se deduce de los Evangelios. La crucifixión era un castigo que los romanos aplicaban únicamente a los rebeldes políticos, a los revolucionarios sociales y a los subversivos. Tenemos constancia de que, durante los años que Roma dominó la provincia de Judea, solamente fueron crucificados sediciosos o simpatizantes de ellos, pero jamás ningún ladrón. Ni el robo, ni el hurto con violencia, eran crímenes capitales para el derecho romano ¿Por qué, entonces, aquel día crucificaron a dos ladrones con Jesús?

Flavio Josefo, el gran historiador judío, nos aporta la solución. En su libro llamado “La Guerra de los Judíos”, cuenta que, a mediados del siglo I, la palabra “lestés” (que las Biblias traducen por “bandido”), había adquirido un nuevo significado. Dice Josefo: “Una nueva especie de bandidos surgió en Jerusalén: los sicarios” (2,254). O sea que, al momento de escribirse los Evangelios, el término “lestés” no se refería a ningún bandido sino a los sicarios, es decir, a los judíos sublevados contra Roma. Por lo tanto, los “bandidos” crucificados con Jesús no eran ladrones, sino agitadores sociales.

 

¿Dos discípulos de Jesús?

 

Según lo que plantea el biblista y teólogo Ariel Álvarez Valdés, que vimos el domingo anterior, sobre estos malhechores (Enigmas de la Biblia, 17, Editorial San Pablo, 1ª edición, Buenos Aires, pp 67-76), que ambos pudieron ser dos discípulos de Jesús, cuando escribe lo siguiente:

“Una última escena nos confirma que los dos crucificados con Jesús tenían vinculación con él. Marcos y Mateo relatan que, junto con los que se burlaban de Jesús, “también lo injuriaban los dos crucificados” (Mc 15,32; Mt 27,44). Ahora bien, si esos dos hombres eran simples ladrones condenados con Jesús por casualidad ¿por qué lo insultaban? Es difícil entender que unas personas que no tienen nada que ver con él, reaccionen de esa manera. Pero la escena se aclara si ellos eran sus seguidores. Como formaban parte de su movimiento, se sintieron desilusionados ante el fracaso del líder, y protestaron indignados. Lucas es más explícito, y reporta algunas palabras de esos hombres… La escena tiene sentido únicamente si, para Lucas, los crucificados eran discípulos de Jesús y no simples malhechores. Veámosla.

El primero de ellos le recrimina a Jesús: “¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti y a nosotros” (Lc 23,39). Si el hombre era un delincuente común, no se comprende su frase. ¿Cómo un simple ladrón, que no conoce a Jesús, va a creer que es el Mesías? ¿Y por qué va a esperar que el Mesías, el enviado divino, lo salve a él y a su compañero de fechorías? Pero tiene sentido si ese hombre conoce a Jesús, si ha participado de su proyecto mesiánico, y está siendo ajusticiado por haberlo seguido como Mesías. Así se entiende que espere su salvación y la de su compañero, que habían confiado en él.

Las palabras del otro crucificado son también reveladoras. Luego de reprender al primero, recordándole que ellos sufren la misma sanción que Jesús, se vuelve a éste y le ruega: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino” (Lc 23,42). Resulta sorprendente la confianza con la que este hombre le habla. Es una de las pocas personas, en todo el Evangelio, que lo llama “Jesús”, algo ilógico para un delincuente que lo ve por primera vez. Es evidente que lo conocía de antes y tenía cierta familiaridad con él. Por otra parte, el hombre está convencido de que Jesús es rey, y que tiene poder para hacerlo entrar en su Reino. Eso significa que había aceptado sus enseñanzas, y seguía siendo un leal seguidor a pesar de su aparente fracaso…” (pp. 73-74).

Lo cierto es que este hombre fue el primer “salvado” o “redimido” por Jesús, quien siguió ejerciendo su perdón y misericordia desde la cruz. Le ofreció la salvación desde aquel momento trágico. Fue el mejor testamento y oferta del Crucificado Rey a favor de los perdidos y pecadores (ver Lc 15, 1-2; 19,9-10), como el mismo San Lucas lo presenta, a lo largo de todo su Evangelio, buena nueva de la misericordia del Padre, expresada por su Hijo Jesucristo, hasta en sus últimos momentos en la cruz.

 

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