Padres de la Iglesia llamamos a aquellos que, con la fuerza de la fe, con la profundidad y la riqueza de sus enseñanzas, “la engendraron y formaron en el transcurso de los primeros siglos”.[1] Estos eslabones vivos de la transmisión de la fe apostólica iluminan a la Iglesia no sólo por la excelencia de su doctrina sino con su testimonio “porque la primera y mayor enseñanza de los santos es siempre su propia vida”.[2]
Los Padres comunican el evangelio de Cristo en situaciones adversas, luchando contra toda adulteración de la Palabra de Dios, contra toda falsificación de la verdad, contra toda tergiversación del depósito de la fe. Su solidez doctrinal y moral queda plasmada en la firmeza contra las herejías y contra los equívocos y abusos, incluso, dentro de la propia Iglesia.
En clave general, vemos como la comunicación del Evangelio debe enfrentar los ataques de los herejes, las propuestas gnósticas y las persecuciones de paganos por un lado y los judíos por el otro. Otro factor determinante será la nueva era cristiana introducida por el Edicto de Tolerancia de Constantino y la interacción de los cristianos en los nuevos ámbitos que esta “indulgencia” sugieren.
El papa Benedicto XVI, en los años 2007 y 2008, elaboró una profunda reflexión sobre los Padres de la Iglesia que permiten plantear, individualmente y en conjunto, algunos aspectos importantes del camino y, por ende, de la comunicación de la Iglesia en la historia. Analizando cada una de sus propuestas presento, bajo riesgo de omisión, cuatro hombres de Iglesia, innovadores y agudos en el arte de comunicar: San Clemente Romano, San Ignacio de Antioquia, San Justino Mártir y San Juan Crisóstomo.
San Clemente Romano[3]
San Clemente, obispo de Roma en los últimos años del siglo I, es el tercer sucesor de Pedro, después de Lino y Anacleto. El testimonio más importante sobre su vida es el de san Ireneo, obispo de Lyon hasta el año 202, el cual atestigua que san Clemente "había visto a los Apóstoles", "se había relacionado con ellos" y "tenía todavía la predicación apostólica en sus oídos y su tradición ante sus ojos" (Adversus haereses, III, 3, 3).
Se le atribuye la Carta a los Corintios. Al inicio de este texto, san Clemente se lamenta de “las repentinas y sucesivas calamidades y tribulaciones". Estas "adversidades" se identifican con la persecución de Domiciano: por eso, la fecha de composición de la carta se debe remontar a un tiempo inmediatamente posterior a la muerte del emperador y al final de la persecución, es decir, inmediatamente después del año 96.
La ocasión inmediata de la carta permite al Obispo de Roma explicar con amplitud la identidad de la Iglesia y su misión. Si en Corinto ha habido abusos, observa san Clemente, el motivo hay que buscarlo en el debilitamiento de la caridad y de otras virtudes cristianas indispensables.
Mucho se debate entre los que defienden la vida desde la concepción y quienes apoyan el aborto por elección y a la misma, la Norma Técnica, para que los no nacidos en esta etapa de su desarrollo biológico, puedan ser sujetos de un aborto electivo, sin que les acarree consecuencias legales a quienes lo ejecuten y lo permitan. Ya de hecho el Código Penal permite el aborto selectivo, con lo que se protege de cierto modo al no nacido pero con la mencionada Norma Técnica, se abren “portillos”, para hacerla fácilmente “manipulable”.
La mujer puede vivir momentos de confusión emocional al enfrentarse al embarazo no deseado, pero ello se supera si recibe el apoyo que necesita. Y si ha sufrido agresión que resultara en un embarazo, al agresor es al que se debe responsabilizar legalmente y no al inocente en gestación, quien puede tener la oportunidad de ser dado en adopción.
La tarde se desvanecía apaciblemente mientras el sol, con parsimonia, se inclinaba hacia el horizonte. Con el corazón rebosante de emoción, me dirigí hacia el Seminario Mayor, un majestuoso edificio de arquitectura gótica que se erigía altivo en medio de un exuberante jardín.
Allí, aguardaba una interesante reunión, en la cual tendría el honor de encontrarme con un hombre de virtud inquebrantable y sabiduría insondable. Al llegar, divisé al reverendo sacerdote, aguardándome junto a la imponente puerta de madera añeja, y entre fraternales saludos, nos encaminamos hacia una acogedora oficina impregnada del fragante aroma a incienso que dimanaba la capilla.
El ambiente estaba rodeado de serenidad y paz, y la conversación fluía con naturalidad acerca de temas espirituales de alta relevancia.
Previo a marcharme, el sacerdote me condujo hacia una mesa ubicada en un rincón especial de la sala. Sobre ella reposaba una antigua escultura de madera: “un Cristo Roto”. La visión de aquel Cristo Roto me impactó de manera inmediata, provocando una profunda y conmovedora impresión en mí. Mis ojos se quedaron fijos en él, como si algo inexplicable estuviera ocurriendo en mi interior. En ese momento, mi mente resonó con las palabras del libro “Mi Cristo Roto”, escrito por el padre Ramón Cué, sacerdote jesuita, recordándome la historia de un hombre que adquirió aquella sublimidad en una tienda de antigüedades de Sevilla.
Es el Papa Francisco quien la ha dado a conocer al mundo. Se trata de la Virgen Desata Nudos, una advocación mariana invocada como intercesora para casos imposibles.
Esta devoción nació hace muchos años en Alemania y en Costa Rica ya tiene su primera capilla, en la Parroquia de San José de la Montaña.
Su párroco, el Padre Eladio Solano, recibió el lienzo como obsequio del Santuario de la Virgen María Desatadora de Nudos en Cancún, México, el pasado 10 de junio. Fue donado por la familia Bernardi Mustieles, fieles de la Virgen en este lugar.
Dicha pintura fue entronizada en una pequeña capilla preparada especialmente para ella, recién el pasado 29 de junio. El cuadro tiene unas medidas de 1.87 m de altura y 1.29 m de ancho. Fue enmarcado quedando de 2.20 m de alto y 1.59 m de ancho.
POR UNA EDUCACIÓN COSTARRICENSE QUE ABRA CAMINOS DE ESPERANZA
El tema de la educación ha sido prioridad histórica en la misión de la Iglesia Católica; basta con un breve recorrido en la historia para darse cuenta que el proceso educativo fue asumido con seriedad por la Iglesia en todas partes del mundo, desde el establecimiento de escuelas, hasta la fundación de prestigiosas universidades que aún hoy siguen siendo un referente en la formación del mayor rigor académico de las personas estudiantes. Costa Rica no es la excepción, un sacerdote fue el primer maestro y el fundador de la primera escuela en Cartago; asimismo, la primera universidad costarricense, la Universidad de Santo Tomás, surge de la mano de la Iglesia. Tampoco escapa a esto la educación técnica que se originó también bajo la tutela de la Iglesia en los ya lejanos años 50 del siglo pasado.
No podemos renunciar, por tanto, a cuidar lo que se ama y aquello en lo que se cree. La Iglesia mantiene viva la esperanza en los procesos educativos en los que la persona es colocada en el centro del proceso[1], y no puede dejar de interesarse y proponer alternativas ante la crisis que la afecta, porque, como señalaba el Papa Benedicto XVI, «todos nos preocupamos por el bien de las personas que amamos, en particular por nuestros niños, adolescentes y jóvenes»[2]. Por eso mismo decía: «Educar es formar a las nuevas generaciones, para que sepan entrar en relación con el mundo». Por eso llamó y convocó a responder a lo que consideró «emergencia educativa». Lamentablemente, creemos que esto es lo que experimentamos en nuestro sistema educativo nacional.
Más recientemente, el Papa Francisco ha propuesto un Pacto Educativo Global como alternativa para superar la crisis que afecta a la educación en todo el mundo; lo lanza como una invitación para iniciar «un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora»[3]. Propone este Pacto para «reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión»[4]. Estas son las grandes opciones que propone el Papa Francisco para un Pacto Educativo Global universal:
En línea con todo lo expuesto hasta ahora, queremos proponer, algunos aspectos para la consideración y la búsqueda de soluciones consensuadas:
Es imprescindible que el ente constitucional encargado de la educación costarricense, el Consejo Superior de Educación (CSE), sea el que garantice los procesos de continuidad en el sistema educativo y, tal como corresponde, el MEP sea efectivamente el ejecutor de las disposiciones macro educativas que el CSE propone, como en el marco de la legalidad le corresponde.
El respaldo a la educación universitaria es imprescindible y se hace necesario el apoyo económico desde el marco de legalidad que ampara a las universidades, lo cual también exige los controles adecuados para evaluar el correcto uso de los presupuestos, con el fin de promover el mayor acceso de forma democrática del estudiantado a los estudios superiores, lo que ha distinguido históricamente a nuestro país.