Las familias unidas son generosas con los cumplidos, expresan lo que les gusta y agradecen los esfuerzos que hacen los demás aunque sean pequeños. Se despiden de sus hijos cada noche, los abrazan y los besan y se dicen te quiero.
Otro aspecto fundamental es la comunicación. La buena comunicación ayuda a las familias a tener un sentido de pertenencia, a ventilar las frustraciones pequeñas al igual que las grandes crisis. En las familias unidas hay abundantes conversaciones sobre toda clase de temas, mediante ellas podemos compartir con nuestros hijos nuestros valores. Las comidas sin televisor y sin teléfono y sobre la mesa presentan oportunidades excelentes para conversar. La comunicación es clara y no se presta a malentendidos.
Las familias unidas también tienen problemas, pero las armas que usan son enfocarse en lo positivo, tener buena comunicación, recurrir a Dios y tratar de adaptarse.
Las reuniones familiares son sumamente importantes porque en ellas podemos escucharnos unos a otros y resolver los problemas juntos, establecer reglas y orar.
La oración en familia
Merece una atención particular la invitación insistente de la Iglesia a relanzar la oración en familia. La oración común abre la puerta de casa a una especial presencia de Jesús: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18,20), dice la Palabra de Dios.
La oración trasforma y eleva progresivamente la vida personal y familiar, haciendo crecer el amor recíproco y hacia todos. Activa la transmisión de la fe y de las virtudes cristianas de padres a hijos. Convierte la familia en un sujeto de evangelización en su ambiente.
Como recordaba el cardenal Ennio Antonelli, antiguo Presidente del Consejo Pontificio para la Familia, las formas de la oración pueden ser muy diversas, sin embargo, hoy se deben promover con idóneos subsidios, sobre todo la oración de escucha de la Palabra de Dios para vivirla.
Para unir más fácilmente las palabras escritas con Jesucristo, la Palabra Viviente, conviene seguir el año litúrgico, eligiendo los textos que se han de meditar sobre todo de las lecturas del Domingo.
Puede ser suficiente también un tiempo bastante breve y una vez a la semana; se reza y se escucha juntos, se hace discernimiento sobre la propia vida, se realiza algún compromiso que se ha de cumplir en la vida cotidiana, se trae a la mente y se hace alguna verificación en el momento oportuno durante el diálogo familiar espontáneo.