Ninguna otra institución social puede sustituir el rol que tiene cada padre de familia en esta tarea, pues el futuro de la humanidad se fragua en ella.
La familia es la única capaz de formar integralmente al hombre, por eso se dice que si una sociedad está enferma, es porque algo está pasando en las familias.
Decía el Papa san Juan Pablo II que el futuro depende, en gran parte, de la familia, pues lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz.
La familia siempre será la base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida.
Es en la familia donde se enseñan valores que serán sustento para la vida en sociedad y a lo largo de la vida de la persona. Es el verdadero núcleo formador de hombres en la sociedad contemporánea.
En ella tenemos las oportunidades de vivir y formarnos en los valores y los antivalores; en la familia tenemos la oportunidad de convivir con los peligros y las oportunidades, de reflejar nuestras mayores fortalezas y enfrentar nuestros miedos con valor. La familia es el núcleo de la sociedad que nos permite ver reflejada la sociedad misma.
Las sociedades que se han distraído de este valor familiar, son sociedades que se han vuelto individualistas y por tanto aisladas, y poco preocupadas por sus comunidades.
La vida familiar sigue siendo un valor fundamental, es algo que nos identifica y nos marca hacia un futuro.
Los padres tienen derechos y responsabilidades específicos en la educación y la formación de sus hijos. Además, tienen la responsabilidad de su educación humana y cristiana, confiando también en la ayuda experta de educadores y catequistas bien formados.
El desarrollo de valores en la familia se basa en la espontaneidad y la libertad. No se les imponen: a los hijos se les anima e impulsa a vivir consciente y deliberadamente los valores en forma explícita, porque implícitamente reciben otros a través del ejemplo de los padres y también de los maestros. Hay que ofrecerles motivos para hacerlo, haciéndoles sentir la satisfacción al vivirlos y reconociendo sus esfuerzos por hacerlo.
Los valores esenciales como la fe, la libertad, la justicia, la laboriosidad y la amistad, echan sus raíces en la vida familiar.
En una sociedad caracterizada por el consumismo y por la aspiración a la vida cómoda y fácil, al confort y al bienestar material y a creer que el dinero lo puede todo, se hace fundamental educar en la sobriedad y en hábitos de templanza y moderación, y hacer ver a los hijos el valor de la austeridad y de la sencillez de la vida, del desprendimiento de lo propio para acudir a satisfacer las necesidades de los demás.
La familia juega un importante papel en este sentido, pero hay que ayudarla a tomar conciencia de ello.
Los cambios de la sociedad actual deben encaminarla hacia una estructura participativa y de compromiso, de modo que cada uno de sus integrantes desempeñe su función, y tenga conciencia de su identidad individual como miembro de esa comunidad.
En este contexto, la comunicación adquiere un valor esencial si desea educar para la vida comunitaria, y se convierte en la mejor manera de superar dificultades, conflictos, contrastes y contradicciones de la realidad cotidiana que surgen de la propia convivencia del hogar, y fuera de él.