Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: Bienvenido, Willy. Me alegra verte avanzar con una vida de servicio y aprendizaje en tantos frentes. Dime, ¿qué te trae a este encuentro con un fraile que escucha y guía?
Willy: Gracias, venerable Fray Luis Amigó y Ferrer. Mi historia es la de un niño marcado por el maltrato y un abuso que dejó cicatrices profundas.
Años después, con mucho apoyo, me convertí en orientador educativo y familiar, y hoy acompaño a otros jóvenes y familias para que encuentren rutas de sanación y crecimiento.
Vengo a recibir tu consejo, para seguir fortaleciendo mi vocación de servicio, y para entender cómo mantener la fidelidad a mis principios cuando la vida se vuelve compleja.
Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: Tu testimonio ya es una guía para muchos. En Valencia, aprendí que la misericordia no es un sentimiento, sino una acción concreta que transforma situaciones humanas dañadas. Tu infancia fue dura; sin embargo, tu decisión de no quedarte en la víctima y de convertir el dolor en herramientas para el bien es una señal de la gracia. ¿Cómo describirías, en tus propias palabras, ese punto de inflexión que te llevó a elegir la senda del estudio y de la ayuda a otros?
Willy: El punto de inflexión fue comprender que mi historia, aunque dolorosa, podría servir para evitar que otros pasaran por lo mismo. En la adolescencia vi modelos de esperanza: docentes que creían en mí, familiares que me dieron límites y apoyo, y personas que me mostraron que era posible transformar la herida en algo productivo.
Elegí estudiar orientación familiar y educativa para entender las dinámicas que sostienen o dañan a las familias, y para aprender a acompañar de manera respetuosa. Supe entonces que mi vocación no era solo para mi propio bienestar, sino para construir puentes entre la educación, la familia y la comunidad, donde cada persona pueda ser escuchada y acompañada con honestidad.
Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: Tu decisión de estudiar y de dedicarte al acompañamiento es una respuesta concreta a la dignidad de la persona. En mi experiencia, el sacerdocio y el ministerio a la juventud deben vivir de una caridad operante, que se vea en gestos, no solo en palabras. ¿Cómo canalizas esa caridad operante en tu trabajo diario con familias y jóvenes que están en riesgo?
Willy: Mi enfoque se apoya en tres pilares: escucha auténtica, intervención basada en evidencia y creación de redes de apoyo.
Escuchar significa dejarse interpelar por la historia de cada persona sin juicios previos. La intervención basada en evidencia implica usar herramientas de orientación educativa y familiar que han mostrado resultados, sin imponer soluciones estándares.
Y la creación de redes de apoyo implica articular escuelas, servicios sociales, profesionales de salud mental y comunidades religiosas o parroquiales para que nadie quede aislado. En la práctica, eso se traduce en talleres, seguimiento personalizado, derivaciones a especialistas y espacios de diálogo para que las familias aprendan a comunicarse, resolver conflictos y sostenerse mutuamente durante procesos difíciles.
Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: Esa cercanía a la realidad de las personas y la colaboración entre espacios es fundamental. En mi labor fundé obras para la educación y la atención de los marginados; entendí que la presencia constante es la chispa que enciende la esperanza. ¿Qué consejos darías a quienes, como tú, han vivido abusos en la infancia y buscan sanar sin que esa experiencia defina su identidad para siempre?
Willy: Primero, reconocer la herida sin revictimizarse: hablar de lo ocurrido cuando la persona esté lista, con apoyo profesional y espiritual si se desea.
Segundo, buscar una red de apoyo que ofrezca seguridad emocional, estabilidad y recursos prácticos: familia, amigos de confianza, terapeutas, redes de apoyo comunitarias.
Tercero, cultivar una voz propia: expresar lo que se necesita, lo que se teme, lo que se desea construir, para que ese relato sirva para otros y no se convierta en una carga invisible.
Cuarto, centrarse en metas y proyectos que den sentido a la vida: seguir estudiando, formarse en áreas de ayuda a otros, involucrarse en voluntariados o programas de prevención.
Quinto, practicar la compasión hacia uno mismo: la paciencia y la ternura hacia el propio proceso son esenciales para la sanación. Y, muy importante, no perder la esperanza, porque la esperanza no defrauda, como decía San Juan Bautista de Lasalle: la verdadera grandeza está en la perseverancia diaria.
Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: La esperanza es, sin duda, un motor. Pero la vida también exige disciplina y claridad en la misión. ¿Cómo mantienes la coherencia entre tu historia personal y tu compromiso profesional, especialmente cuando enfrentas dilemas éticos o tensiones institucionales?
Willy: Mantengo la coherencia trabajando desde tres acuerdos fundamentales: primero, la dignidad de la persona en todas las decisiones. Segundo, la transparencia y la ética en cada intervención: respetar límites, confidencialidad y consentimiento informado.
Tercero, la humildad para pedir ayuda cuando la necesito y para reconocer errores. En situaciones de dilema, recurro a supervisión, a códigos profesionales y a la búsqueda de lo que beneficia al usuario, nunca a lo que favorece a mi propia agenda. La experiencia me ha enseñado que la gratitud de quienes acompañamos es la medida de que nuestras acciones están alineadas con un bien mayor.
Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: ¿Qué papel juegan la comunidad y la hospitalidad en tu vocación de orientación y acompañamiento?
Willy: La comunidad es la atmósfera en la que la sanación sucede. La hospitalidad abre puertas a la confianza, permite que las personas se sientan vistas y aceptadas. En mi labor, trabajo para crear espacios de encuentro seguro: reuniones para padres, talleres para jóvenes, asesorías para familias que atraviesan conflictos. La integración entre escuela, familia y comunidad se convierte en una red de sentido. Cuando la gente se ve rodeada por la solidaridad de otros, se siente más capaz de enfrentar sus retos y de construir un proyecto de vida digno.
Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: Se acerca la hora de hablar de legado. ¿Qué te gustaría dejar como herencia a tus hijos, a tus pacientes y a las futuras generaciones de orientadores?
Willy: Quiero dejar la certeza de que la dignidad humana no se negocia. Quiero dejar programas sostenibles de orientación y apoyo familiar que operen en distintos contextos: escuelas, parroquias, centros comunitarios, hospitales.
Quiero dejar una cultura de cuidado que no juzgue, que escuche y que acompañe. Y deseo que las futuras generaciones de orientadores aprendan a trabajar con humildad, paciencia y constancia, a valorar la experiencia de cada persona como fuente de aprendizaje, y a entender que la educación y la sanación requieren tiempo. Finalmente, deseo que la misericordia operante no sea una idea, sino una práctica diaria que transforme vidas, familias y comunidades enteras.
Venerable Fray Luis Amigó y Ferrer: Tu camino demuestra que la vida, lejos de ser una secuela de dolor, puede convertirse en una trayectoria de servicio, aprendizaje y perdón. ¿Qué palabras finales te gustaría recibir de un fraile que ha caminado contigo desde la adolescencia y que continúa buscando la santidad en lo cotidiano?
Willy: Agradezco tu presencia, venerable Fray Luis Amigó y Ferrer. Tu consejo me acompaña como una brújula: que la misericordia operante se vea en cada gesto sencillo, en cada conversación que ofrece escucha, en cada programa que acompaña a alguien hacia una vida plena.
Mi deseo es seguir aprendiendo, seguir cuidando de las personas que han sido vulneradas y promover entornos seguros donde la dignidad humana sea prioridad.
Si mi historia puede servir para iluminar la ruta de otros, y si mi labor puede convertirse en un testimonio de que la fe y la educación pueden caminar juntas, entonces habré cumplido la misión que me has confiado: ser un instrumento de misericordia y de esperanza en un mundo que necesita con urgencia de ambas cosas.
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