Desde los años que lo conozco, nunca he tomado decisiones trascendentales sin su sabio consejo.
Don Pollo: Willy, la libertad de buscar la verdad y la ternura de la escucha son regalos que Dios nos concede en común. Como decía San Juan de la Cruz, “quien sabe esperar, ha encontrado la plenitud de la paciencia.” Mi puerta siempre está abierta para quien busca luz en medio de la oscuridad. Añade Santa Teresa de Jesús: “La paciencia es la fortaleza del alma.”
Willy: Lo conocí cuando el arzobispo de entonces —un hombre que para mí representa autoridad y esperanza— me puso en contacto con usted para un proyecto de salud mental, que usted y el apoyaron sin reservas. Quise preguntarle, y perdóneme si suena atrevido: si soy un frágil pecador, ¿usted, como sacerdote, siempre me abraza como ese relato de la oveja perdida que es abrazada al volver al rebaño?
Don Pollo: Porque la Iglesia es casa de misericordia, sí te abrazo. San Mateo nos recuerda que el gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente es grande. Aquí, Willy, no hay condena que opaque la dignidad del hijo de Dios. Si hemos tenido luces y sombras, es para aprender a caminar juntos, no para juzgar. “Quien se arrepiente, encuentra la gracia que transforma,” decía Santa Catalina de Bolonia.
Willy: Usted nunca dejó de mostrarme esa iglesia samaritana que no juzga ni condena. Si soy franciscano seglar, es gracias a usted; en usted vi la práctica sincera de la caridad, esa caridad que no busca su gloria sino la de los pobres, de los vulnerables, de los que nadie mira.
Don Pollo: Esa mirada es la que San Francisco nos dejó como herencia: amar a Dios y al hermano sin condiciones. “Francisco no quería poseer nada; quería amar.” Si el camino es sencillo, es porque el amor lo acompaña. ¿Qué más quieres sembrar hoy en tu peregrinación? Recuerda las palabras de Santa Clara: la alegría de servir es un tesoro que nadie puede quitar.
Willy: Ahora que mi madre murió, nunca olvidaré sus palabras en su funeral, cuando usted, como un bálsamo, me dijo que no estaríamos solos, mi hijo y yo, que contábamos con usted. Esa promesa ha sostenido nuestro duelo y nos ha dado sentido.
Don Pollo: La pérdida duele, sí. Pero la fe sostiene. San Francisco de Sales decía: “Las aflicciones son como el vino que madura; si les damos tiempo, revelan el mejor sabor.” En medio del dolor, Dios invita a acercarnos, a confiar, a orar unos por otros. Y añade San Vicente de Paúl: “Nada te afronte”; la compañía en la prueba es un acto de amor que santifica el sufrimiento.
Willy: Me diste permiso para creer que no estoy roto, que la paciencia de la gracia puede reacomodar las piezas. Me enseñaste a perdonar y a confiar en Dios y a amar profundamente a la Iglesia. ¿Cómo seguir, con esa esperanza, cuando el camino es tan frágil?
Don Pollo: Sigamos el ejemplo de los santos que peregrinaron con fragilidad, pero con fe. Santa Teresa de Jesús decía: “Nada te turbe; nada te espante; todo se pasa; Dios no se muda.” Mantén la mirada en Aquel que nos llama a la salvación. Perdona cuando puedas, confía cuando duela, y ama aun cuando parezca imposible. San Juan de la Cruz añade: “La humildad es la llave de la vida interior”; deja que la paciencia te conduzca.
Willy: A veces siento que la vida me exige más de lo que puedo sostener, pero también sé que no estoy solo. Usted ha sido, y sigue siendo, ese refugio de consuelo, ese faro de caridad que me invita a seguir.
Don Pollo: No eres un peso, eres un hijo en camino. San Agustín enseñó que “Dios siempre entiende nuestras lágrimas.” Aquí seguimos, con la gracia que nos sostiene, con la oración que nos une, y con la comunidad que no abandona. Y recuerda las palabras de Santa Teresa de Calcuta: “La maravilla de la vida es que cada día podemos hacer feliz a alguien.” Nuestro compromiso es buscar esa felicidad en la ayuda al necesitado.
Willy: Entonces, ¿qué mensaje le quedaría a quien busca una guía en medio de la prueba y la ternura de la Iglesia?
Don Pollo: Que la esperanza no es un simple sentimiento, sino una decisión diaria: abrir la puerta al que llama, perdonar al que hiere y amar sin condiciones. Manifestemos la caridad de la Iglesia samaritana que abraza al hermano y no lo condena. San Juan Pablo II decía que “la misericordia es la fuerza que cambia el mundo.” Si nos entregamos a esa misericordia, el mundo puede cambiar a través de nuestras acciones.
Willy: Gracias, Don Pollo. Gracias por ser puente entre la gracia y la realidad, por demostrar que la fe no es evasión, sino encuentro: con Dios, conmigo mismo y con los demás.
Don Pollo: Gracias a ti, Willy, por la confianza que me muestras y por la valentía de buscar la verdad con humildad. Que la paz de Cristo te acompañe siempre.
En la conversación quieta y profunda, Willy y Don Pollo se miraron con la certeza de quien sabe que no camina solo. La memoria de la madre de Willy abría un sendero de sanación; la promesa de la Iglesia, un hogar que no falla. Y, en ese encuentro, brilló la esperanza: que la gracia de Dios, vivida en comunidad, puede convertir las heridas en bálsamo y las dudas en camino.












