Gracias por cada gesto, por cada noche sin dormir para cuidarme, por creer en mí cuando nadie más lo hacía. Te adoro, mami, y quiero que sepas que te llevo en cada latido, en cada paso que doy, con la certeza de que tu amor me dio fuerzas para enfrentar la vida con valor.
Olga Cristiana: Hijo, tu viaje fue largo y a veces cruel. Es cierto que me faltó valor para defenderte ante ese odio que me encontró inmóvil, ese odio que te encontró casi desde el momento en que te adopté, siendo tú un niño de cinco días de nacido.
Ellos mis hijos biológicos y mi esposo fueron crueles contigo, y tu vida fuera del país e causo dolor sufrimiento y soledad, pero sabía que si estabas lejos el odio de ellos no te alcanzaría. Te pido perdón, por no haber hecho más, sino por no haber sabido encontrar la manera de estar a tu lado cuando más me necesitabas.
Me duele el pensamiento de aquel día en que, cuando tenías cinco años, ese médico te abusó. No sospechaba que aquel monstruo podría arruinar tu vida, y aunque no haya palabras para justificar ese dolor, quiero que sepas que de todo aquello emergiste tú, con dignidad, con una bondad que nunca se fue.
Willy: Mamá, sé que tu vida no fue fácil y que sufriste cosas indescriptibles. A veces me pregunto si tu ausencia tan lejos de mi fue una forma de cuidarme, si al estar yo lejos de esos lugares que me hacían daño, aumentaba más mi dolor de estar lejos de ti.
Aun así, me enseñaste a ser fuerte, a mirar más allá del dolor y a buscar la belleza en medio de las tormentas.
Tu ejemplo me dio un norte: la capacidad de amar sin límites y de perdonar cuando el odio quiere quedarse. Te agradezco por cada detalle que me convirtió en quien soy. Te amo, mami, y quiero honrar tu memoria porque el amor que me diste no se desvanece con el tiempo.
Olga Cristiana: Hijo, tu viaje fue largo y a veces cruel. Es cierto que me faltó valor para defenderte ante las sombras del interés y de la crueldad de mis propios hijos biológicos.
Ellos mis hijos biológicos y mi esposo fueron crueles contigo, y tu vida fuera del país dejó heridas que jamás logre cicatrizar.
Te pido perdón, te amo mi niño, se siempre bueno esa es la recompensa que Dios te dio tu forma de ser buena persona de darte a los demás sin reservas.
Willy: Tu dolor también es mío. Siento que aquella experiencia fue una herida que seguimos cargando, pero sé que no define mi esencia.
Siempre fuiste buena conmigo, siempre me amaste, siempre cubriste mis necesidades y te ocupaste de mi vida con una entrega que no todos pueden ofrecer.
Tu amor fue un faro cuando las noches eran largas. Si hay algo que quiero decirte ahora, es que tu valentía para enfrentar la vida, incluso cuando el miedo amenazaba, fue la semilla de mi propia resiliencia. Gracias por cada sacrificio, por cada silencio que utilizaste para que yo pudiera sonreír.
Olga Cristiana: Hijo, llega un momento en el que hay que soltar para poder vivir. Es cierto que cuando te fuiste fuera del país tu ausencia me causó un inmenso dolor; te extrañaba, necesitaba sentirte, decirte que eras mi hijo y que te amaba, pero sabía que el hecho de que vivieras lejos de tus agresores te preservaba la vida de tanta crueldad que no merecías.
Sé que pronto moriré, y quiero dialogar contigo con toda la claridad posible. Cuida a tu hijo, protégetelo de tantas personas con cara de ángel y alma de monstruo.
Que tu corazón permanezca libre de rencor, porque el perdón no es olvido, es la decisión de no permitir que el odio te robe la paz. Si alguna vez te sientes rodeado por voces que quieren verte marchitar, recuerda que tu madre te dejó un tesoro: tu capacidad de amar, de entender, de sanar.
Willy: Madre, cuidaré de mi hijo con todo mi ser. Prometo protegerlo de cualquier persona que pretenda hacerle daño, y también de las sombras que desafían la bondad del mundo.
Si encuentro a alguien con cara de ángel y alma de monstruo, recordaré tu consejo: que el perdón no significa aceptar el daño, sino liberarte de la raíz del dolor para que puedas seguir avanzando. Quiero que tu legado sea un jardín de paz, donde la verdad y la dignidad florezcan, donde cada herida sea una lección que nos haga más humanos.
Olga Cristiana: Hijo, perdón por las cadenas que el miedo y la culpa intentaron ponerte. Puedo haber fallado en muchas cosas, pero el amor que te di fue auténtico y profundo.
Perdona a quienes te causaron tanto daño en tu niñez si aún lo llevas dentro, pero aléjate de ellos; rompe con esa influencia que no te deja respirar en libertad. Tu vida merece rodearte de personas que te hagan crecer, que te ayuden a sanar y a encontrar la dicha sin sombras. No estás solo; mi corazón está contigo, ahora y siempre.
Willy: Mamá, trabajaré para que tu memoria sea un faro de esperanza. Haré que cada día cueste menos, que cada paso hacia adelante sea un acto de gratitud por tu existencia.
Te debo la mitad de mi fuerza, la mitad de mis sueños, porque tú me enseñaste a creer en la posibilidad de la felicidad incluso después del dolor. Si el mundo parece oscuro, recordaré tu voz diciéndome que merezco amor, que puedo perdonar y que la paz está al alcance de la mano cuando elegimos la justicia, la verdad y la compasión.
Olga Cristiana: Hijo, escucha estas palabras con el corazón abierto: la vida no nos da lo que queremos, sino lo que podemos convertir en esperanza.
Si alguna vez la enfermedad quiere robarte la voz, recuerda que yo ya te dije lo suficiente con mi existencia. Tu nombre es una oración de gratitud que he pronunciado todos los días. Y ahora, te pido que cumplas el legado que te entrego: cuida, protege, ama con misericordia y mantente firme ante la tentación de la herida fácil. El mundo necesita más luz que rencor, más perdón que venganza.
Willy: Sí, mami. Tomo tu legado y lo convierto en acción. Guiaré mis pasos con la memoria de tu amor, y cada decisión la tomaré pensando en la dignidad de las personas y en la protección de los vulnerables.
En este diálogo, en este último suspiro de tu vida, siento que la paz te alcanza, y que la paz puede alcanzarme a mí también. Te prometo que seguiré adelante con esperanza, que sabré agradecer cada instante y que, si el dolor aparece, lo transformaré en una promesa de bondad hacia los que me rodean.
Olga Cristiana: Hijo, me siento en paz cuando te escucho hablar así. No temas —mi amor permanece contigo— y cuando cierres los ojos para dormir, recuerda que te he amado más allá de la medida humana.
Si alguna vez dudas, respira hondo y recuerda que aquel niño que fuiste hoy es un hombre capaz de crear un mundo más justo, más amable, más humano. Gracias, hijo, por haber sido mi alegría, por haber sido la razón de mi fuerza, por haber elegido la bondad incluso cuando la vida exigía otra respuesta.
Willy: Gracias, mami. Gracias por cada sacrificio, por cada silencio cargado de amor, por cada palabra de aliento.
Gracias por enseñarme que la verdadera fortaleza no es negar el dolor, sino convertirlo en una chispa que ilumina el camino de otros. Seguiré adelante con gratitud y con la certeza de que el perdón abre puertas que el rencor cierra. Y cuando llegue mi hora, quiero mirar atrás con la confianza de que he vivido como tú me enseñaste: con ternura, con verdad y con un amor que no se apaga.
Olga Cristiana: Adiós, hijo amado. No lloremos por lo que se va, celebremos lo que fue y lo que sigue siendo: la memoria de un amor que vence al dolor y que ilumina el camino de una vida que aún se abre al futuro. Te quiero con toda mi alma, y mi último suspiro es un susurro de paz para ti: sigue adelante, porque la bondad es más fuerte que cualquier obscuridad.
Willy: Adiós, mami. Tu voz sigue aquí, en cada decisión, en cada gesto de cuidado hacia los demás. Seguiré adelante con la certeza de que tu amor me acompaña y que, de algún modo, nos reencontraremos en la eternidad de la bondad que compartimos. Que la paz nos acompañe siempre.












