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Miércoles, 15 Octubre 2025
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Noche de fe entre bambúes

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Humanidades, UPF Octubre 13, 2025

Willy abre la puerta y la casa huele a madera mojada. La lluvia golpea las hojas de bambú y parece contenerse en los muros, mientras el río cerca susurra una promesa antigua.

Joel entra con cuidado, desanudando la chaqueta. “La casa de los Bambú tiene su propia paciencia”, dice, y su sonrisa trae calma.

Willy: “La paciencia es lo único que nos queda cuando la ciudad se apaga y el ruido se reduce a la lluvia. Pero hoy quiero un diálogo que toque lo eterno, algo que trascienda el tiempo”.

Joel: “Entonces hablemos de lo que sostiene más allá de las medidas humanas: la fe que no se agota, la esperanza que no defrauda, la caridad que no cansa.”

Willy: “Yo, como laico franciscano, vivo la vocación de la pobreza y la presencia. No llevo una sotana, llevo una vida que busca la humildad del Cristo que se hizo uno de nosotros. ¿Cómo se vive esa cercanía a lo divino en medio de lo cotidiano?”

Joel: “En mi camino de sacerdote, aprendo cada día que la gracia no llega en grandezas, sino en pequeños gestos: una escucha paciente, una disculpa ofrecida, una mano tendida. La eternidad se abre en la sala de estar cuando dos amigos se miran con verdad y se amoldan al misterio.”

Willy: “Para mí, la vida consagrada es la compañía de lo sagrado en lo ordinario: la mesa compartida, el trabajo humilde, la misericordia que se renueva cada mañana. ¿Qué significa para ti la eternidad viviendo tan cerca de la fragilidad humana?”

Joel: “La eternidad no es un tiempo interminable, sino una relación que no se rompe. Dios está presente aquí y ahora, en el susurro de la lluvia, en la compasión ofrecida, en la paciencia que sostiene cuando todo parece difícil. Si la vida tiene fin, no lo hace sin un amor que perdura.”

Willy: “A veces la vida parece una carrera contra la muerte. Pero tú hablas de una presencia que ya nos habita. ¿Cómo se sostiene esa esperanza cuando el dolor es profundo?”

Joel:

“La esperanza cristiana no promete evasión del dolor, sino compañía en medio de él. La cruz no es un extremo, es un signo que invita a mirar más allá: hacia la resurrección que ya empieza en la vida de cada día, en la forma en que perdonamos, en la forma en que nos acercamos al quebrantado.”

Willy: “Entonces, ¿la vida eterna se cocina en la mesa, se canta en la oración, se sostiene en la misericordia compartida?”

Joel: “Sí. La vida eterna se inaugura con cada acto de amor que no se agota: un café compartido, una conversación que permite respirar, un silencio que no juzga, sino que acompaña. La presencia de Dios se revela cuando nos damos permiso para ser frágiles, para pedir perdón y para ofrecerlo.”

Willy: “Como laico franciscano, mi regla es la pobreza, la humildad, la simplicidad. Pero me preocupa: ¿cómo mantener la certeza de lo eterno cuando el mundo empuja a la prisa, a la ganancia?”

Joel: “La certeza nace en la oración cotidiana, en la escucha de la palabra que consuela, en la acción de misericordia que transforma. No se necesita un milagro grandioso para vivir la eternidad: basta amar sin condiciones, perdonar sin condiciones, servir sin buscar reconocimiento. Eso es ya un pedazo de cielo.”

Willy: “He visto a personas cansadas por la culpa y la culpa que se agota en la culpa de otros. ¿Cómo guiar a quienes buscan la vida eterna cuando la vida parece tan frágil y provisional?”

Joel: “La vida eterna no es un examen, es una comunión. Guía a las personas hacia la misericordia, hacia la misericordia radical que no niega a nadie. Recordarles que Dios los mira con ternura, que nadie es refugio de la oscuridad de la noche sin la promesa de la aurora.”

Willy: “La casa de los Bambú se ha vuelto refugio para muchos. ¿Qué mensaje dejarías para quienes buscan una experiencia de lo eterno en lo cotidiano?”

Joel: “Les diría que la eternidad ya está presente cuando aman sin esperar recompensa, cuando piden perdón y perdonan de verdad, cuando se quedan incluso cuando la tentación es irse. Que cada abrazo humilde es una semilla de vida eterna plantada en el suelo de la historia.”

Willy: “¿Y qué oraciones serían adecuadas para esta casa, para nosotros dos, para quienes nos escuchan desde sus hogares?”

Joel: “Oraciones simples, pero profundas: que la presencia de Dios nos acompañe en cada instante, que la gracia sostenga nuestra fragilidad, que la paciencia del Espíritu nos enseñe a escuchar y a amar sin límites. Que la casa sea testigo de la eternidad que ya resplandece en los gestos de amor cotidiano.”

Willy: “Si la duda golpea, ¿qué hacer para no perder la fe?”

Joel: “La duda es un primer paso hacia la fe, no su negación. Acércate a la oración con honestidad, como cuando hablas con un amigo. En la presencia de Dios no hay máscaras. Pide, escucha, recibe. La eternidad se revela a quienes perseveran en la verdad de su corazón.”

Willy: “Entonces, cada encuentro entre nosotros es ya una preparación para la vida eterna, ¿verdad?”

Joel: “Sí. Cada diálogo de fe es una semilla que crece en la esperanza de la resurrección. Hospitalidad, escucha, risa verdadera, perdón ofrecido: son ríos que desembocan en un mar que no se agota.”

Willy: “Quisiera quedarme en este pensamiento para siempre, pero la vida continúa. ¿Qué te llevas de esta noche de dialogo, Joel, para tu ministerio?”

Joel: “Me llevo la certeza de que el ministerio no es un uso del poder, sino una invitación a la presencia. Seguiré cuidando a la gente, acompañándolos en sus preguntas, ofreciendo la esperanza de que hay una vida que no se rompe ante la muerte.”

Willy se acerca a la ventana y observa la luna que asoma entre las nubes. La sala respira con la lluvia, y el aroma de la madera húmeda parece bendecir la conversación.

Willy: “Gracias, hermano Joel. En este rincón de Aserrí, la fe se hace presencia y la eternidad se arma en los momentos más simples.”

Joel: “Gracias a ti, Willy. En noches como esta aprendemos que la vida eterna no es una idea distante, sino una relación que se cultiva cada día: con Dios, con los hermanos, con el mundo que nos rodea.”

La conversación llega a su fin, pero la cercanía perdura. Joel recoge sus cosas, se pone la chaqueta con cuidado, y se despide con una bendición suave.

Willy: “Buen viaje, amigo. Que la eternidad se haga presente en cada paso que das.”

Joel: “Y que esta casa, entre bambúes, siga siendo un lugar donde la fe se vive con honestidad, humildad y esperanza; un refugio donde la vida eterna se revela en cada detalle del día a día.”

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