“La esperanza cristiana no promete evasión del dolor, sino compañía en medio de él. La cruz no es un extremo, es un signo que invita a mirar más allá: hacia la resurrección que ya empieza en la vida de cada día, en la forma en que perdonamos, en la forma en que nos acercamos al quebrantado.”
Willy: “Entonces, ¿la vida eterna se cocina en la mesa, se canta en la oración, se sostiene en la misericordia compartida?”
Joel: “Sí. La vida eterna se inaugura con cada acto de amor que no se agota: un café compartido, una conversación que permite respirar, un silencio que no juzga, sino que acompaña. La presencia de Dios se revela cuando nos damos permiso para ser frágiles, para pedir perdón y para ofrecerlo.”
Willy: “Como laico franciscano, mi regla es la pobreza, la humildad, la simplicidad. Pero me preocupa: ¿cómo mantener la certeza de lo eterno cuando el mundo empuja a la prisa, a la ganancia?”
Joel: “La certeza nace en la oración cotidiana, en la escucha de la palabra que consuela, en la acción de misericordia que transforma. No se necesita un milagro grandioso para vivir la eternidad: basta amar sin condiciones, perdonar sin condiciones, servir sin buscar reconocimiento. Eso es ya un pedazo de cielo.”
Willy: “He visto a personas cansadas por la culpa y la culpa que se agota en la culpa de otros. ¿Cómo guiar a quienes buscan la vida eterna cuando la vida parece tan frágil y provisional?”
Joel: “La vida eterna no es un examen, es una comunión. Guía a las personas hacia la misericordia, hacia la misericordia radical que no niega a nadie. Recordarles que Dios los mira con ternura, que nadie es refugio de la oscuridad de la noche sin la promesa de la aurora.”
Willy: “La casa de los Bambú se ha vuelto refugio para muchos. ¿Qué mensaje dejarías para quienes buscan una experiencia de lo eterno en lo cotidiano?”
Joel: “Les diría que la eternidad ya está presente cuando aman sin esperar recompensa, cuando piden perdón y perdonan de verdad, cuando se quedan incluso cuando la tentación es irse. Que cada abrazo humilde es una semilla de vida eterna plantada en el suelo de la historia.”
Willy: “¿Y qué oraciones serían adecuadas para esta casa, para nosotros dos, para quienes nos escuchan desde sus hogares?”
Joel: “Oraciones simples, pero profundas: que la presencia de Dios nos acompañe en cada instante, que la gracia sostenga nuestra fragilidad, que la paciencia del Espíritu nos enseñe a escuchar y a amar sin límites. Que la casa sea testigo de la eternidad que ya resplandece en los gestos de amor cotidiano.”
Willy: “Si la duda golpea, ¿qué hacer para no perder la fe?”
Joel: “La duda es un primer paso hacia la fe, no su negación. Acércate a la oración con honestidad, como cuando hablas con un amigo. En la presencia de Dios no hay máscaras. Pide, escucha, recibe. La eternidad se revela a quienes perseveran en la verdad de su corazón.”
Willy: “Entonces, cada encuentro entre nosotros es ya una preparación para la vida eterna, ¿verdad?”
Joel: “Sí. Cada diálogo de fe es una semilla que crece en la esperanza de la resurrección. Hospitalidad, escucha, risa verdadera, perdón ofrecido: son ríos que desembocan en un mar que no se agota.”
Willy: “Quisiera quedarme en este pensamiento para siempre, pero la vida continúa. ¿Qué te llevas de esta noche de dialogo, Joel, para tu ministerio?”
Joel: “Me llevo la certeza de que el ministerio no es un uso del poder, sino una invitación a la presencia. Seguiré cuidando a la gente, acompañándolos en sus preguntas, ofreciendo la esperanza de que hay una vida que no se rompe ante la muerte.”
Willy se acerca a la ventana y observa la luna que asoma entre las nubes. La sala respira con la lluvia, y el aroma de la madera húmeda parece bendecir la conversación.
Willy: “Gracias, hermano Joel. En este rincón de Aserrí, la fe se hace presencia y la eternidad se arma en los momentos más simples.”
Joel: “Gracias a ti, Willy. En noches como esta aprendemos que la vida eterna no es una idea distante, sino una relación que se cultiva cada día: con Dios, con los hermanos, con el mundo que nos rodea.”
La conversación llega a su fin, pero la cercanía perdura. Joel recoge sus cosas, se pone la chaqueta con cuidado, y se despide con una bendición suave.
Willy: “Buen viaje, amigo. Que la eternidad se haga presente en cada paso que das.”
Joel: “Y que esta casa, entre bambúes, siga siendo un lugar donde la fe se vive con honestidad, humildad y esperanza; un refugio donde la vida eterna se revela en cada detalle del día a día.”