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Encuentro en Macondo: un relato imaginario

By Willy Chaves Cortés / Orientador Familiar, UJPll / Máster en Comunicación Política, UCR Abril 11, 2025

La muy querida Niña Irene, conocida por su pasión por la educación, nos convocó a un grupo de amigos: Paul, Edelito, Ricardo y yo.

La invitación era para compartir un almuerzo especial: tamales mudos de frijol y verduras, acompañados de un escabeche que prometía ser memorable. La cocina de Irene es digna de aplausos en pie; cada platillo es una obra de arte. (Este relato es imaginario).

Era un bellísimo día de abril cuando Edelito se ofreció a llevarnos a casa de Irene. Al llegar, nos recibió con un delicioso café cosechado en Atenas, un regalo que nos invitaba a relajarnos y disfrutar del momento. Nos dirigimos al patio, donde la mesa estaba elegantemente servida con la comida típica de Semana Santa.

Después del café, me sumergí en un libro. Fue entonces cuando Paul se levantó para contestar una llamada. En un instante, la atmósfera cambió. “Me acaba de llamar Botero, el gran maestro escultor colombiano”, anunció Paul, su voz temblorosa de emoción. “Quiere conocer a Willy y que viajemos a Colombia el próximo sábado”.

La noticia nos sorprendió a todos. Paul compartió que había conocido a Botero a través de Isabelita Perón, la expresidenta de Argentina, quien había sido su clienta mientras vivía en España.

Irene, siempre entusiasta, exclamó: “Este proyecto es también nuestra causa. Vamos a Colombia todos a acompañar a Willy”. Edelito, generoso como siempre, se ofreció a buscar los tiquetes aéreos en esas ofertas de moda.

Dos días después, nos encontrábamos en el aeropuerto, listos para partir hacia Cartagena. Noté a Paul muy callado, casi discreto, como si estuviera procesando la magnitud del viaje.

Al llegar, un chofer con una guayabera muy tropical nos esperaba. “Mi patrón les espera”, nos dijo amablemente. La discreción era el nombre del juego, y Paul había dejado claro que Botero actuaba siempre con reserva.

Durante el viaje de cuatro horas, pasamos por paisajes que se desplegaban ante nuestros ojos. En un momento, Irene leyó un rótulo que decía “Bienvenidos a Macondo”. Edelito, emocionado, exclamó: “¡Joder, estamos en los solares de García Márquez!”. Paul asintió: “Sí, así es. Lo visitaremos. Casi me desmayo”. (Este relato es imaginario).

Finalmente, llegamos a una hermosa quinta rodeada de árboles frutales, donde mis ojos vieron loras comiendo guayabas y mangos.

Nos recibió una señora que, al ver a Paul, exclamó: “Cuánto me hace falta que me cuides el pelo y el maquillaje como tú no hay más”. Era Mercedes, la esposa de García Márquez.

Mercedes nos contó que conoció a Paul en París, donde Sartre lo había recomendado. De esa conexión, nació una amistad entrañable. Nos invitó a pasar, y allí, sentados, estaban Botero y el gran García Márquez. Al ver a Paul, ambos estallaron en risas, recordando sus noches de juerga en París y la complicidad que compartían.

García Márquez se acercó a mí y me dijo: “El Padre Cardenal y Eusebio Leal me han pasado tus artículos. Son muy buenos, muy humanos, muy vivenciales”. Su elogio me llenó de orgullo. Luego, me advirtió: “Tenga cuidado, con su apoyo a las madres de la plaza de mayo, Hebe no es de fiar, se hizo muy surda”. Le respondí que había roto con ella por sus comentarios sobre lo sucedido en las Torres Gemelas. “Perfecto”, dijo. “Es lo mejor”.

La conversación se tornó hacia mi proyecto de escribir un libro que retratara mi vida y sirviera de estímulo para otros. Tanto Botero como García Márquez mostraron interés en mi diversa formación académica. Me dijeron que ese auge de la motivación podía impactar positivamente en las personas. Me ofrecieron su ayuda, un gesto que me llenó de esperanza.

Además, García Márquez mencionó una propuesta de la Duquesa de Alba, quien tenía una fundación para ayudar a nuevos escritores y estaba dispuesta a apoyar mi libro. “Por cierto”, dijo García Márquez, “la Duquesa de Alba era clienta de Paul. Iban juntos a los toros a la Real Maestranza de Sevilla, son grandes amigos”. 

Este encuentro en Macondo, aunque imaginario se convirtió en un crisol de ideas y sueños. La calidez de la conversación, la risa compartida y la pasión por la literatura crearon un ambiente casi mágico.

En ese instante, comprendí que no solo estaba en presencia de grandes maestros, sino que también formaba parte de una red de apoyo que podría cambiar el rumbo de mi vida.

El viaje a Colombia no solo era un encuentro con Botero y García Márquez; era una oportunidad para expandir mis horizontes y cultivar mi sueño de escribir. La conexión que sentí con esos titanes de la literatura me inspiró a seguir adelante, a enfrentar mis miedos y a creer en el poder de las palabras.

El relato de ese día en Macondo es más que una anécdota; es un recordatorio de la importancia de la amistad, el apoyo y la pasión por la creatividad. En un mundo lleno de incertidumbres, contar con personas que creen en ti es un regalo invaluable.

Así, este encuentro en Macondo se convirtió en una semilla plantada en mi corazón, una motivación constante para seguir escribiendo y compartiendo mis experiencias con el mundo. La historia de ese día perdurará en mi memoria, como un faro que ilumina el camino hacia mis sueños.  Este relato es imaginario.

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