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Un encuentro entre la psicología y la idiosincrasia tica

By Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Máster en Comunicación Política, UCR. Marzo 03, 2025

Los años más enriquecedores de mi vida han sido aquellos dedicados a la lectura, un viaje constante hacia el cultivo de mi intelecto y la búsqueda de un ser humano más consciente y un profesional más íntegro.

En este afán, decidí visitar Miramar de Puntarenas, la tierra natal de mis abuelos maternos, un lugar enmarcado por la majestuosidad de las montañas y la historia de las minas de oro que lo rodean. Este viaje, aunque físico, se convirtió en una travesía imaginaria hacia mis raíces y, al mismo tiempo, una exploración de la complejidad del ser humano.

Al llegar a este pintoresco pueblo, me encontré con la necesidad de refrescarme y saciar mi apetito. Entré en una cantina típica, un refugio donde los ecos del pasado se entrelazan con las conversaciones del presente.

La cantina estaba impregnada de un ambiente nostálgico, donde una rocola sonaba con las emotivas canciones de Chavela Vargas, creando una atmósfera propicia para la reflexión. Fue allí, en una mesa al fondo, donde escuché una conversación que captó mi atención y despertó mi curiosidad.

Para mi asombro, los oradores eran figuras icónicas de la psicología: Frederic Skinner, Jean Piaget, Sigmund Freud, Albert Bandura, León Festinger, Carl Rogers, Stanley Schachter, Neil Miller, Edward Thorndike y Abraham Maslow.

Aquellos grandes pensadores, cuyas teorías han moldeado nuestra comprensión del comportamiento humano, se encontraban discutiendo sobre un tema que resonaba profundamente en mi propia experiencia: la idiosincrasia costarricense, particularmente la tendencia a utilizar a las personas como herramientas para ascender en la vida, traicionando a quienes han brindado apoyo en el camino.

Mientras escuchaba, me percaté de que la conversación giraba en torno a la complejidad de las relaciones humanas y la moralidad en el ámbito profesional. Freud, con su aguda comprensión de los instintos humanos, argumentaba que la traición a menudo surge de un conflicto interno entre el deseo de éxito y las normas éticas.

"El ser humano está impulsado por fuerzas que a menudo escapan a su control", dijo, mientras su voz resonaba en el aire. Piaget, por su parte, aportó una perspectiva sobre el desarrollo moral, sugiriendo que la capacidad de discernir entre el bien y el mal evoluciona a lo largo de la vida, pero que, en muchos casos, la ambición puede nublar este juicio.

Skinner, con su enfoque conductual, intervino para señalar que el refuerzo positivo puede llevar a comportamientos egoístas. "Cuando el éxito se premia de manera desmedida, se fomenta una cultura de competencia desleal", afirmó.

Bandura, con su teoría del aprendizaje social, añadió que la imitación de modelos negativos puede perpetuar ciclos de traición y deslealtad. "Los individuos aprenden no solo de sus experiencias, sino también de las acciones de quienes los rodean", comentó, resaltando la importancia del entorno social en la formación de valores.

La conversación avanzaba, y Festinger introdujo la teoría de la disonancia cognitiva, que sugiere que las personas a menudo justifican sus comportamientos contradictorios para aliviar la tensión interna que surge de la traición a sus principios.

"La mente busca la coherencia, pero a menudo se conforma con explicaciones que le permiten seguir adelante sin el peso de la culpa", explicó. Rogers, con su énfasis en la autenticidad, defendió la idea de que la verdadera realización personal proviene de la conexión genuina con otros, sugiriendo que la traición a menudo es un síntoma de la desconexión del ser auténtico.

Mientras escuchaba, me sentí atraído por las reflexiones sobre cómo la cultura tica, con su énfasis en la familia y la comunidad, a menudo se ve ensombrecida por estas dinámicas de traición y manipulación.

La búsqueda de un estatus social puede llevar a algunos a sacrificar relaciones significativas en el altar del éxito profesional. "Es un fenómeno común en sociedades donde la movilidad social es vista como un logro supremo", observó Schachter, señalando que la presión social juega un papel crucial en estas decisiones.

Miller, con su enfoque en la motivación, destacó que la ambición, cuando se descontrola, puede llevar a un desprecio por los valores humanos fundamentales. "Las personas pueden perder de vista lo que realmente importa al perseguir metas superficiales", advirtió, sugiriendo que este fenómeno no solo afecta a las relaciones interpersonales, sino también al bienestar colectivo de la sociedad.

Thorndike, conocido por su trabajo en la educación, subrayó la importancia de formar individuos íntegros desde una edad temprana. "La educación debe ir más allá de la mera transmisión de conocimientos; debe inculcar valores éticos y fomentar el pensamiento crítico", insistió.

Finalmente, Maslow, con su famosa jerarquía de necesidades, ofreció una visión esperanzadora. "Cuando las personas alcanzan la autorrealización, se convierten en agentes de cambio positivo en sus comunidades", afirmó, sugiriendo que la ambición no siempre tiene que ser sinónimo de traición.

En cambio, puede ser una fuerza poderosa que, cuando se orienta correctamente, puede beneficiar a otros.

Al concluir esta fascinante conversación, me di cuenta de que el encuentro con estos gigantes del pensamiento no solo había iluminado la complejidad de la naturaleza humana, sino que también había resonado con mis propias experiencias y reflexiones sobre la vida en Miramar.

La traición y la manipulación pueden ser parte de nuestra existencia, pero también lo son la autenticidad, la conexión y el deseo de superación personal.

En un mundo donde las relaciones humanas a menudo se ven comprometidas por la ambición desmedida, es fundamental recordar que el verdadero éxito radica en la capacidad de cultivar conexiones genuinas y en la integridad de nuestras acciones.

La idiosincrasia tica, con sus matices y contradicciones, sirve como un microcosmos de la experiencia humana en su totalidad.

Al final del día, todos buscamos un sentido de pertenencia y autenticidad, y es en la honestidad y la empatía donde encontramos la verdadera grandeza.

Este viaje imaginario a Miramar no solo me ha permitido reconectar con mis raíces, sino que también me ha proporcionado una nueva perspectiva sobre la complejidad de la vida y las relaciones humanas.

La conversación con estos pensadores me acompañará en mi camino, recordándome que la búsqueda del conocimiento y el crecimiento personal deben ir de la mano con la ética y la conexión genuina con los demás.

Así, en medio de las montañas y las historias de mi pueblo, he encontrado un nuevo propósito: ser un agente de cambio positivo, tanto en mi vida personal como profesional, contribuyendo a un entorno donde la traición no tenga cabida y la autenticidad sea el faro que guíe nuestras acciones.

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