La realidad de mi vida se manifestaba en esos detalles, en la desolación de una infancia marcada por el abandono y el abuso. “A veces necesitamos volver a lo básico para encontrar nuestro camino”, reflexioné.
“¿Por qué mami no me defiende si ella me adoptó?”, le pregunté, buscando respuestas que parecían esquivas. “Idiota, recapacita”, me dijo. “Si te defienden, también les pegan. Lo mejor que puede hacer es pasarte una cobija y dejarte dormir en el corredor”.
La violencia no solo afecta a la víctima, sino también a quienes intentan protegerla, y esa verdad se hacía cada vez más evidente. En ese momento, recordé una frase poderosa: “La sanación comienza cuando nos atrevemos a hablar nuestra verdad”.
Recordé a aquel médico perverso que, aprovechándose de mi vulnerabilidad, abusó de mí. “Él me decía que, si no lo hacía, me cortarían el pene”, le conté. “Me hacía esos masajes para evitar esa cirugía”. “Idiota, bruto, tonto”, me respondió, con la claridad de un niño que aún sabe distinguir el bien del mal. “Ese hombre es un abusador sexual”.
La confusión y el terror eran abrumadores. “Nadie me creerá si cuento lo que me hace”, le dije, reflejando el miedo de ser desestimado y aislado. “Terminaré durmiendo en la calle”, añadí, proyectando mis peores temores hacia el futuro. La soledad y el desamparo eran constantes en mi vida.
En medio de esta conversación, me di cuenta de que la búsqueda de libertad y felicidad se encontraba en cada uno de nosotros, aunque las cadenas del pasado fueran difíciles de romper. “Me duelen los pies, no tengo zapatos”, repetí, simbolizando no solo mis limitaciones físicas, sino también las emocionales. “La libertad comienza cuando reconocemos nuestras heridas”, me dijo mi niño interior, recordándome que la aceptación es el primer paso hacia la sanación.
Al conversar con mi niño interior, comencé a reconocer no solo el dolor, sino también la resiliencia que había en mí. “A pesar de todo, seguimos aquí”, me recordó.
La sanación es un proceso que implica aceptar nuestro pasado, no como una carga, sino como parte integral de nuestra historia. “Tu voz importa”, me susurró. “No estás solo”, es un mantra que debemos recordarnos. Hay poder en el reconocimiento, en la voz que finalmente se atreve a hablar. “La verdad nos hará libres”, es un recordatorio de que solo al enfrentar nuestras heridas podemos encontrar la paz.
A medida que finalizo esta conversación con mi niño interior, me doy cuenta de que el viaje hacia la sanación es largo y doloroso, pero absolutamente necesario. “Las cicatrices que llevamos son testigos de nuestra fortaleza”, reflexioné mientras me preparaba para cerrar este diálogo.
Cada recuerdo, cada lágrima, cada risa compartida forman parte de quien soy. Invito a todos a explorar su propio niño interior.
Pregunten, escuchen y, sobre todo, validen sus sentimientos. “La sanación no es un destino, sino un camino que se recorre día a día”, me recordó él.
Al final, cada uno de nosotros tiene el poder de reescribir su historia, transformando el dolor en fortaleza y la tristeza en esperanza. “Recuerda siempre: el amor empieza por uno mismo”, me dijo, dejando una huella de luz en mi corazón.