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La santidad en la vida cotidiana

By Junio 12, 2022

Al leer la vida de los santos, podemos quedarnos con la idea de que fueron personas salidas de lo normal, y que por una gracia especial concedida solo a ellos, lograron ser elevados a los altares.

Esta visión formal e institucional aleja el concepto de la santidad de la vida cotidiana. Es así como escuchamos al Papa Francisco hablar de la santidad de la puerta de al lado, es decir, de todas las personas “de a pie”, que a lo largo de su vida, muchas veces de forma anónima y sin recibir reconocimiento de ningún tipo, entregan todo de sí en cumplimiento de las virtudes y consejos evangélicos y ello bien les haría merecedores de la santidad.

Nos situamos frente a la pregunta, ¿puedo ser santo?, es decir, ¿podemos santificarnos en medio del trajín de la vida laboral y familiar sin necesariamente contar con dones y manifestaciones extraordinarias de fe?

La respuesta es sí, entonces, ¿cómo ser santos?, o por lo menos, ¿cómo caminar en la dirección correcta a semejante meta de vida eterna?

Pues bien, todo ser humano está llamado a la santidad que es la plenitud de la vida cristiana. El inicio de la vida en santidad se da desde que somos bautizados, por eso la santidad está inseparablemente ligada a la dignidad bautismal de cada cristiano. En el agua del bautismo hemos sido lavados, santificados, justificados en el nombre del Señor y en el Espíritu de Nuestro Señor Jesucristo.

Somos entonces santos sacramentalmente es decir –en el plano de nuestro ser cristiano- sin embargo también moralmente debemos serlo, tanto en nuestro pensar, hablar y actuar de cada día, en cada momento de nuestra existencia.

El apóstol San Pablo nos invita a vivir como santos “como conviene a los elegidos de Dios, santos y predilectos, de sentimientos de misericordia, de bondad, de humildad, de dulzura y de paciencia”.

Con la ayuda de Nuestro Señor debemos mantener, manifestar y perfeccionar con nuestra vida de santidad que hemos recibido en el bautismo. Y de ahí optar por una vida de compromiso. Ese compromiso lo podemos realizar imitando a Jesús modelo, autor y perfeccionador de toda la santidad.

Estamos por tanto llamado a seguir su ejemplo y a ser conformes a su imagen, en todo obedientes, a tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual se despojó de su rango, tomando la condición de siervo, cumpliendo la voluntad del Padre hasta su muerte.

Para ser santos es fundamental la presencia del Espíritu Santo quien nos mueve interiormente a amar a Dios con todo el corazón, y que nos manda a amarnos los unos a los otros como Cristo nos ha amado.

 

¿Cómo avanzar?

 

Primero debemos tener amor en nuestro corazón. Luego es vital participar frecuentemente de los sacramentos, sobre todo asistir a la Eucaristía, perseverar en la oración y en el servicio a los demás, es decir, practicar la caridad.

Otro aspecto a tomar en cuenta es controlar y dominar los sentimientos. Ser dueños de nuestra conciencia, de nuestra imaginación y de la memoria.

Para ser santos es necesario tomar las riendas de nuestra vida y de nuestros sentidos. Hay imágenes, situaciones que nos dejan en paz. Debemos dejar que Dios permee la vida y nos guíe hace Él, a la vez que nos esforzamos para evitar el contacto con lo que daña el alma y arrebata la paz del corazón.

Implica además examinarnos, es decir, mirarnos a nosotros mismos en conductas, sentimientos, reacciones o bien pensamientos. Saber si vamos por el buen camino o no. Si lo que hago ayuda a los demás a ser santos o les retrasa el camino. Nuestra vida debe estar en constante revisión, examen, hacia dónde vamos y por qué hacemos las cosas.

Es preciso construir paz a nuestro alrededor. Podemos ser agentes de paz para los demás, amigos, familia, en el trabajo, o bien ayudar a generar entornos de paz y diálogo. Incluso en las redes sociales se puede ser constructores de paz, si queremos ser santos debemos buscar paz haciendo lo correcto a cada instante, viviendo de cara a Dios, no teniendo miedo de hacer este esfuerzo, porque lo que trae paz viene de Dios.

También debemos cuidar las palabras. Es importante pensar lo que vamos a decir antes de hablar o escribir. Podemos herir profundamente a alguien con solo digitar un botón o tomar un lápiz. Todo lo que digamos debe ser edificante, servir de ayuda y crecimiento.

Animar a los demás es también una acción para santificarnos. Esto es fuente de riqueza espiritual. Cuando animamos a los demás nos animamos a nosotros mismos. Porque los hermanos se ayudan entre sí, con la fuerza de Jesús y siempre con palabras de aliento, esperanza y amor.

Laura Ávila Chacón

Periodista, especializada en fotoperiodismo y comunicación de masas, trabaja en el Eco Católico desde el año 2007.

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