Mi historia vocacional ha sido de manera progresiva, en tres momentos específicos que marcaron el llamado. El primero fue cuando recibí el sacramento de la Confirmación, en el 2013. Al final de la Confirma se realizó un retiro titulado “Vida nueva” ese fue el primer momento en el cual experimenté el amor de Dios a través de cada tema.
El segundo momento fue en el 2018, cuando la salud de mi abuela fue decayendo producto de sus múltiples enfermedades, algo normal para su edad, y el 15 de diciembre al ser las 3:00 am mi tía recibe una llamada del hospital informando que ella había fallecido. Un silencio invadía mi ser en ese instante, un golpe muy duro, el intentar consolar a mi familia sin el aliento necesario, fue una desorientación y una preocupación por lo que vendrá. Podría describirlo como el día más difícil de mi vida.
El tercer momento ocurrió en el 2019, el Padre Claudio Charpentier conocido como “Cabito” llegó a la parroquia a concelebrar. Después de la misa me llamó aparte y me dijo ç: “¿por qué usted no entra al seminario? Mira que debes poner tu corazón en las cosas del cielo y no en las cosas de la tierra” al comienzo lo tomé como un chiste, pero después empezó a calar muy dentro de mí un llamado a hacer algo, pero sin saber a qué era, y no me dejaba tranquilo. Cuando fijaba mi mirada en el altar mi corazón ardía sin poder resistirme. Un sentimiento inexplicable, no podía obviar lo que estaba sintiendo en y cada vez se volvía más intenso.
Tenía mucho miedo porque no entendía lo que pasaba, se lo manifesté al cura párroco, y me dijo que le preguntara y dialogara con el Señor. ¡Lo hice! En cada momento de oración le preguntaba ¿Qué era lo que estaba sintiendo? ¿Por qué a mí, si en mi parroquia había gente más digna y santa? ¿Por qué sentía esto si en las cosas que hacía era feliz? Jamás pensé que me estuviera llamando al sacerdocio, nunca en mi vida me había cuestionado la vocación y menos el sacerdocio diocesano. En algún momento me visualizaba con una familia, pero es increíble como el Señor transforma nuestra vida.
Hoy me encuentro en el Seminario Nacional escribiendo mi testimonio con ojos llorosos por visualizar lo que Jesús ha hecho conmigo. Nunca pensé estar acá, pero soy feliz y agradecido con lo que Dios me va regalando día con día. Quisiera terminar animándolo a usted joven lector, a dar su vida por Jesús desde su cotidianidad, el miedo será parte del proceso, pero como diría san Juan Pablo II “Cristo no vale la pena, vale la vida”.
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