La misión de San José fue ser custodio de Dios encarnado e indefenso y de una mujer que sería la Madre de Dios, la Reina del Universo, la capitana de los ángeles pero que en aquella época y cultura ni las mujeres ni los niños tenían un lugar en la sociedad. ¿Acaso no podía Dios cuidar el mismo de su Hijo y la Madre? Claro que podía, pero sabemos que Dios siempre en su pedagogía ha querido la mediación humana y la perfección de su plan fue preparar un hombre tan santo y bueno que, siendo dócil al Señor, pudiera proteger a la Madre y al Niño.
No fue fácil para San José, así muestran los santos sus virtudes heroicas. En estos domingos hemos repasado sus alegrías y sus dolores porque tuvo una vida como la de todos nosotros, no exenta de preocupaciones y sufrimientos y aunque Dios estaba con ellos, los protegía, les avisaba y los dirigía, San José era un hombre que sentía sobre sus hombros la responsabilidad de aquellas vidas confiadas a su custodia y la responsabilidad de permitir que el Plan de Dios se cumpliera, ese Mesías que su pueblo había esperado por años.
Detrás de San José había tantas promesas de Dios, descendiente de David y en su humildad y docilidad total este hombre de Dios contribuyó de forma singular al Plan de Salvación. Cuando su hijo adoptivo crece, Dios llama a San José a su Reino y le entrega una corona de victoria por una misión perfectamente cumplida. ¿Habría querido San José estar con María al pie de la cruz? Posiblemente si, pero los santos saben que los planes de Dios son perfectos y que, si la Virgen Madre debía estar allí, de pie, sin él, era porque allí empezaba para ella una nueva misión universal, el momento cumbre de su propia misión: vivir con su Hijo su Pasión y asumir la maternidad de todos los hombres, entregada por su Hijo desde la cruz.
Por eso cuando hablamos de los santos en el cielo, tenemos que poner a la Madre de Dios por encima de todos porque ella fue la Inmaculada Concepción que cumplió la voluntad de Dios con la mayor perfección y llevó en su vientre a la Segunda Persona de la Trinidad, pero también, sobre todos los santos, está su querido y buen José, su tierno esposo, un custodio revestido de inmensa luz a quien pedimos que hoy siga custodiándonos desde el cielo.
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