Aplaudo de pie a Adrián Meza, socio director de AM Prensa por su publicación en redes sociales sobre el caso Keibril donde pide perdón a estas dos menores de edad que han pasado un infierno a ojos pasivos de tantas personas e instituciones.
Nuestra sociedad tiene cáncer y ese cáncer se llama egoísmo. Me ha pasado ya tres veces que me asaltaron en carretera y la gente sigue su ruta sin detenerse a preguntar si uno está bien, si ocupa ayuda. Lo he vivido en carne propia. Cada quien anda en su burbuja y mientras mi burbuja no se reviente no me involucro.
Algo así me parece que ha pasado con este caso de Keibril donde todos se han sacudido la culpa diciendo, yo avisé, yo dije, yo alerté, pero donde realmente nadie quiso salir de su burbuja para salvar la vida de estas dos menores. Aquí lo impresionante es pensar cuántos menores más estarán en situaciones similares. Si no se raptan a la bebé no sabríamos sobre esta situación que nos conmueve a todos tan tardíamente.
Cuando supe que el PANI había quitado los niños a esta madre dije “muy tarde”, cuando vi que arrestaron al sospechoso de robar a la bebé dije “muy tarde”. En todo estamos llegando tarde y es por lo que el comentario de Adrián Meza me parece tan atinado, porque ciertamente como sociedad abandonamos a estas menores y todos debemos sentirnos interpelados.
¿Desde cuándo el embarazo de una niña de 11 años se deja pasar sin investigar a fondo? ¿cómo es que ella da a luz con 12 años en un hospital nacional y no pasa nada? ¿cómo no se llegó al fondo de la situación para descubrir la violación, para apartar a esas criaturas de ese ambiente nefasto? Y no me digan las feministas que ahí aplicaba el aborto, porque sería lo mismo que darle la razón a quien matase una niña de 9 meses después.
No acepto que nos lavemos las manos como Pilato y que simplemente se diga “yo hablé, pero el otro no hizo nada” porque eso es lavarse las manos. Aquí todos debemos reconocer que fallamos y lo hecho, hecho está, lo único que nos queda es tratar de que la mamá de Keibril tenga la ayuda que necesita ante esta crueldad y darle seguimiento el resto de su vida. Lo que nos queda es hacer un alto en este camino y cambiar la forma en la que estamos viviendo para que nos importen verdaderamente los demás.
Aún recuerdo que, en la pandemia, el Papa Francisco dijo que nadie se salvaría solo, que nos necesitábamos unos a otros y Raniero Cantalamessa nos advirtió sobre la lección que debíamos aprender de la pandemia. El Covid no se ha ido del todo y yo tristemente tengo que decir que no hemos aprendido la lección.
Tenemos muchos menores y jóvenes en riesgo social, caminando al borde del abismo ¿qué vamos a hacer por ellos como país? Vemos tantas muertes diariamente y casi todos son jóvenes menores a los 30 años. Nos tiene que importar no solo tener un país seguro sino también como ayudar a estos jóvenes a hacer algo bueno con sus vidas. No es un problema de sus familias, es un problema de todos nosotros.
Los niños tienen derechos y los adultos tenemos que asegurar que todos los niños disfruten de sus derechos. Los niños tienen que jugar, los jóvenes tienen que soñar y no podemos destrozar más vidas que inician por puro egoísmo.
Los niños no pueden vivir con abusadores, violadores y asesinos (hombres o mujeres). Es nuestra responsabilidad cuidarnos unos a otros, pero aún más velar por la integridad de los pequeños y vulnerables en la Iglesia, en la sociedad, en la escuela, en la familia y en todas partes.
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