La pandemia nos ha traído muy cerca las palabras enfermedad y muerte. El mundo nos vende una ilusión óptica de una vida casi eterna en este mundo donde la felicidad está marcada por el dinero, la tecnología más moderna, el automóvil más caro y sobre todo el placer en todo sentido. Este éxito del mundo nos va haciendo insensibles al dolor y a las necesidades de los demás, que no necesariamente están en tugurios sino alrededor nuestro, en el vecindario, en el trabajo, la familia y hasta entre los amigos.
El Evangelio y los santos que son para mi “El Evangelio en ejercicio”, nos recuerdan siempre que no debemos olvidar que esta vida es pasajera, que no debemos detenernos en las cosas de este mundo, sino que debemos cosechar lo bueno para poder llegar al cielo. San Juan Pablo II no es una excepción, él nos dejó claramente iluminada la ruta cuando nos dijo el 14 de julio de 1982: “el destino eterno del hombre no es el mundo sino el Reino de Dios, el hombre no debe apegarse demasiado a los bienes de un mundo perecedero”.
El Reino de Dios lo podemos empezar a vivir ya en esta tierra cuando aceptamos a Jesús en nuestro corazón y dejamos que nos transforme en él. Juan Pablo II escribió “Todos los hombres, hijos del primer Adán, participan de esta humanidad con esta particular potencialidad, aunque al mismo tiempo lleva la herencia del pecado, siendo carnal esta humanidad es corruptible, al mismo tiempo, sin embargo, tiene el potencial de la incorruptibilidad; parece vil, pero internamente tiene deseo de gloria, la tendencia y la capacidad de convertirse en humanidad gloriosa a imagen de Cristo Resucitado” [1]
Todos estamos llamados a la santidad, equivale a decir que todos estamos llamados a transformarnos en Cristo y como diría el Papa Juan Pablo II “a llevar en sí la imagen de Cristo, la imagen del resucitado que es realidad de aquel mundo, realidad escatológica”. [2]
La humanidad no estaba preparada para una pandemia de estas magnitudes, pero hay otros virus enormes que nos golpean y que también debemos combatir como el hambre, la violencia, el egoísmo, las guerras, la injusticia, la corrupción, la trata de personas, el aborto, la eutanasia y todo lo que atenta contra la dignidad del ser humano. Si nosotros elegimos libremente el Reino, eso implica luchar contra la corrupción y contra todo lo que hace daño a la tierra y al hombre.
En estas catequesis sobre la teología del cuerpo San Juan Pablo II nos recordó la redención del cuerpo, razón de nuestra esperanza, algo que tampoco tenemos presente siempre. “En este sentido, varón o mujer, señala la virginidad escatológica del hombre resucitado en quien se revelará el sentido nupcial -absoluto y eterno- del cuerpo glorificado en unión con Dios mismo en visión cara a cara y glorificado también en unión de perfecta intersubjetividad con todos los participantes del otro mundo, varones y mujeres en el misterio de la comunión de los santos”.[3]
Y termino con estas palabras del Papa: “La redención del cuerpo es objeto de la esperanza. De la esperanza plantada en el corazón del hombre en cierto sentido justo después del primer pecado: baste recordar las palabras del Génesis (3:15) y que son el comienzo de la Buena Nueva, el primer anuncio de salvación”. [4] Que la Madre de Dios, en quien ya se cumplió la promesa de la glorificación del cuerpo, nos ayude a caminar directo al Reino de su Hijo.
[1] Audiencia General 3 febrero 1982, San Juan Pablo II.
[2] Ibid.
[3] Audiencia General 24 marzo 1982. San Juan Pablo II.
[4] Audiencia General 21 julio 1982. San Juan Pablo II.
