Usted, Santo Padre, será, ante todo, pastor de la Iglesia. Heredará una barca que ha navegado entre tormentas y calmas, entre aciertos y fragilidades. Y nosotros, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, no esperamos de usted una perfección sobrehumana, sino un corazón abierto a Dios y cercano al pueblo. Le pedimos que nos confirme en la fe, que nos llame a la más genuina comunión evangélica, y que nos recuerde siempre que el servicio evangélico supera todo funcionalismo.
Pero también será reflejo de Cristo para la humanidad entera. Mucha gente que no cree, o que se ha alejado, mirará en usted un gesto, una palabra, una señal. Que puedan ver en su rostro la ternura del Buen Pastor. Que puedan reconocer en su voz un eco de la compasión de Jesús. En un mundo secularizado, su presencia será un signo humilde de la esperanza.
Su misión como gestor de paz, no solo entre naciones, sino entre los corazones, alienta la esperanza, por ello ir al encuentro de quienes piensan distinto, que aún no saben que Dios los ama, hace visible el Evangelio. Custodiar con valentía y ternura la casa común, el grito de la tierra y el clamor de los pobres, es hermoso.
Santo Padre, alentar con ternura y claridad a las familias, tantas veces frágiles, dispersas o heridas, pero siempre capaces de ser semilla de amor y de fidelidad silenciosa, es misión permanente. Que su palabra las anime en lo cotidiano, en lo pequeño, donde también se edifica el Reino. Alentar y fortalecer la fraternidad dentro de la Iglesia, para que no nos dividan ideologías ni etiquetas, sino que vivamos en comunión, incluso en las diferencias. Hay necesidad de un profeta de esperanza, que no niega las cruces del mundo, pero tampoco deja que tengan la última palabra. Le pedimos que sea puente entre generaciones, para que los jóvenes no pierdan la fe y los mayores no pierdan la esperanza, que sea voz de los que no tienen voz, porque cada vida humana, desde el vientre hasta la vejez, clama por dignidad.
Santo Padre, sepa que no está solo. Lo acompañamos con nuestra oración filial, nuestra lealtad evangélica y nuestro afecto. No le exigimos grandeza; le pedimos humanidad y santidad. No esperamos estrategias; esperamos Evangelio.
Que María, Madre de la Iglesia, lo cubra con su manto. Y que el Espíritu Santo, que lo ha traído hasta aquí, lo lleve cada día por el camino del servicio, la escucha y la misericordia.