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Emergencia educativa

By Redacción Mayo 19, 2021

Cuatro años consecutivos de ausencias y debilidades en los cursos lectivos dan como resultado un panorama desolador para la educación pública costarricense.

Lo refleja el resultado de las pruebas diagnóstico de matemáticas que aplica la Universidad de Costa Rica a los estudiantes de primer ingreso, las que este año fueron reprobadas por un 96% de los jóvenes según dio a conocer hace unos días el diario La Nación.

Los cuatro años se refieren al 2018 y 2019 con sendas huelgas de educadores que truncaron el curso lectivo de esos años y dejaron irresponsablemente botados a cientos de miles de estudiantes y el 2020 que fue el primer año de la pandemia durante el que se tuvo que correr para encontrar un modo de repasar los contenidos de los programas de estudio a distancia, abriendo miles de dificultades y brechas especialmente para las familias más pobres.

El cuarto año de emergencia educativa es este 2021, que al paso que va, no será muy diferente del año pasado y terminará por consolidar la problemática de una educación que no es ni presencial ni a distancia, que no profundiza, que no mide el desempeño ni el nivel de aprendizaje real de los niños y jóvenes y que deja en los hogares el peso de una docencia para la que ningún padre o madre de familia están capacitados.

Si se ve en perspectiva de futuro, estamos a las puertas de una catástrofe social, por la exclusión que implica un proceso educativo tan accidentado y tan improvisado en muchos aspectos.

Hay que evitar a toda costa que tengamos, como en los años ochenta, una generación sin estudio, sin opciones de desarrollo y sin oportunidades para gozar de una vida digna.

Aunado a ello existen factores que precipitan la crisis, como el limitado conocimiento tecnológico y compromiso de algunos docentes hacia la formación de sus estudiantes, el desinterés de muchas familias y la misma necesidad que impone el desempleo y la pobreza, que están empujando a miles de niños y jóvenes a abandonar la escuela y el colegio por la necesidad de llevar alimentos a sus casas.

La solución no es fácil, es necesario un esfuerzo extraordinario y una responsabilidad histórica con la causa educativa en la que tienen que estar implicados todos: los estudiantes, los docentes, las familias, las autoridades educativas, los gobiernos locales, el gobierno central y hasta instituciones como la Iglesia Católica, con todas sus posibilidades de alcance y conocimiento detallado de la realidad en cada rincón del país.

En lugar de quitar becas hay que entregar más, hay que abrir el acceso a Internet para las familias que no puedan pagarlo, hay que seguir distribuyendo alimentos a las familias más pobres, hay que afinar los instrumentos de trabajo cotidiano y hay que ir a buscar a los niños y jóvenes que podrían ya haber perdido contacto con sus centros educativos.

En las últimas semanas hemos conocido de historias puntuales de estudiantes que en medio de esta situación se esfuerzan y claman por ayuda para seguir formándose, sus voces no pueden caer en el olvido.

A quienes ya aspiran a tener formación universitaria y presentan las debilidades reportadas por las universidades, es necesario plantearles un proceso serio de nivelación de conocimientos, no se pueden descartar o rechazar simplemente por esas carencias, porque se abonaría al problema de la exclusión en lugar de aportar a su solución.

Desde luego, el regreso a un nivel aceptable pasará por el comportamiento de la pandemia, ante lo cual hay que reiterar el deber de todos de observar las medidas de prevención de contagios. Solo de este modo podremos salir adelante.

Es necesario reconocer el esfuerzo de maestros que siempre dan un esfuerzo extra en estas condiciones, así como de las familias que han asumido un rol para el que no están preparadas, sin embargo, no se puede ocultar la realidad difícil que enfrenta la mayoría de estudiantes del sistema público de educación de nuestro país.

En juego no está solo su futuro individual, sino el de toda la sociedad costarricense. Estamos en el punto en el que, o dejamos que las cosas sigan por el camino que van y tengamos en pocos años un país mucho más dividido y polarizado, o detenemos la marcha, enderezamos el rumbo y multiplicamos las posibilidades para hacer de la Costa Rica del futuro un país más equitativo, próspero y en paz.

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