Con el Papa, afirmamos que es hora de ir a la raíz verdadera de este problema: las estructuras mafiosas enquistadas entre la influencia y la impunidad, capaces de comprar conciencias y voluntades, de dictar o cambiar leyes a su antojo.
Junto a ello, es necesario fortalecer las instancias que atienden a las personas que han caído en adicción y que les ayudan a salir adelante en sus vidas.
Se trata, como apuna el Santo Padre, de hermanos en cuyos rostros se vislumbra un sufrimiento antiguo, un vacío, una falta de sentido y de afecto que en el pasado se convirtieron en resortes para buscar un anestésico, algo capaz de borrar o silenciar el dolor.
Muchas de esas personas han experimentado la adicción, pero también el renacimiento, la verdadera libertad lejos de esa “prisión invisible” que representan la droga y las adicciones.
Ellos mismos pueden dar testimonio del daño que las drogas causan a la dignidad humana, a la autoestima, a la relación con los demás, comenzando por la familia, sin mencionar las consecuencias traducidas en violencia, amenazas y muerte con las que cotidianamente se convive en este mundo.
En particular, en nuestro país, el trabajo que realiza el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA) debería ser mucho más apoyado, para que junto a la atención de quienes han caído en el flagelo de las drogas, se promuevan con más fuerza las acciones en prevención y promoción de hábitos saludables para mantener, especialmente a los jóvenes, alejados del infierno de las adicciones.
En este sentido, en términos de Iglesia, es necesario fortalecer el trabajo con los jóvenes desde una perspectiva mucho más amplia, que abarque la vida completa, y que les permita un desarrollo integral, uniendo espacios para la formación espiritual, pero también para la convivencia, el deporte, los hábitos y las amistades.
Sabemos que ya se hace, pero es necesario que la lucha contra las drogas se convierta en un eje de trabajo concreto de la Pastoral Juvenil. Saliendo al encuentro de aquellos que no se integran, en actitud misionera y sinodal.
Como bien dijo alguna vez un obispo: no hay razón para que en ninguna parroquia del país no exista una Pastoral Juvenil activa y vigorosa.
Una mirada amplia del problema de las adicciones, no podría dejar por fuera lo que representan actualmente las drogas lícitas, como el alcohol, el tabaco y más recientemente la proliferación de los famosos vapeadores, cuyas consecuencias en la salud de los jóvenes que los consumen aún están por verse.
No tenemos ni que ahondar en la cantidad de hogares destruidos por el alcoholismo, las vidas truncadas por el exceso de alcohol al volante o el sufrimiento de las mujeres víctimas de violencia doméstica. Situaciones que esta industria, de las más lucrativas que existen en nuestro país, debería tomarse más en serio.
Otra adicción en la que se mueven muchos negocios turbios son los juegos de azar. Sí, hablamos especialmente de los lugares donde las personas llegan a perder hasta sus casas apostando. Es necesaria una regulación más específica que atienda, por un lado, el funcionamiento de dichos locales, como los efectos de la adicción a los juegos, que hasta ahora podrían estar infravalorados en su real gravedad.
En fin, el tema da para más, pero lo esencial es comprender que la lucha contra las drogas es frontal, no debe prestarse para juegos de ningún tipo ni instrumentalizarse con fines distintos a la defensa de la dignidad humana, la paz y el desarrollo del país.