Se trata de una nueva dimensión del magisterio del Santo Padre, el de la fragilidad. Desde su lecho de enfermo, necesitado de ayuda y de cuidados constantes, como tantas y tantas personas que sufren la enfermedad o las secuelas de algún accidente.
Se trata de un tiempo que desvela los corazones. Una experiencia en la que es útil volver a cuestionar nuestra idea sobre la naturaleza de la Iglesia y la misión del obispo de Roma.
Como recuerdan los medios vaticanos, hace doce años, el mismo cardenal Bergoglio se dirigía a las Congregaciones Generales previas al cónclave citando lo que el teólogo Henri De Lubac consideraba “el peor mal” en que puede incurrir la Iglesia: la “mundanidad espiritual”. Es decir, el riesgo de una Iglesia que “cree tener su propia luz” contando con sus propias fuerzas, sus propias estrategias, su propia eficacia, dejando así de ser el mysterium lunae, el misterio de la luna, es decir, reflejar la luz de Otro, vivir y trabajar sostenida y llevada solo por la gracia de Aquel que dijo: “Sin mí no pueden hacer nada”.
Por eso, en medio de sus dificultades, el Papa nos sigue enseñando Quién es el dueño de la existencia humana, en Quién ponemos nuestra esperanza y Quién es realmente el Camino, la Verdad y la Vida.
A pesar de los desafíos físicos que enfrenta, el espíritu del Papa argentino de 88 años se mantiene firme, reflejando el compromiso inquebrantable de un Pontífice que ha dedicado todos estos años, cada día, cada encuentro, cada gesto y cada palabra, a guiar a su pueblo, anunciar el Evangelio y proclamar la misericordia y la ternura de Dios, siempre solicitando que oren por él.
Echar la mirada atrás desde su aparición en el balcón de la Basílica de San Pedro es mirar el paso y la presencia amorosa de Dios en la vida de la Iglesia.
Tras el enorme legado del amado Papa Benedicto XVI, Francisco llegó para encarnar, él mismo, la Iglesia pobre para los pobres que lo llevó a tomar el nombre del pobrecillo de Asís.
Con gestos y decisiones, algunas duras y claramente difíciles para él, ha enderezado el rumbo de la barca de Pedro hacia caminos de transparencia, coherencia y justicia, desde el aspecto económico hasta la lucha contra los abusos, desde el lugar de las mujeres hasta su compromiso con la sinodalidad, desde su activa preocupación por la paz hasta su compromiso por derribar los antiguos muros del clericalismo mal entendido que todavía hoy aleja, separa y somete a muchos miembros del único pueblo santo de Dios.
Como Iglesia vivimos el año del Jubileo. Hay cientos de eventos planeados, visitas de peregrinos, jubileos particulares, toda una maquinaria comercial activada… Alrededor de esta celebración universal, lo sabemos, se gestan tantas cosas, unas más apegadas al sentido estricto de la fe y otras que no lo son tanto.
Es interesante cómo Dios siempre nos conduce a lo esencial y el Papa Francisco, en medio de su enfermedad, nos lo está recordando permanentemente.
Lo único que la Iglesia, cada uno de nosotros, necesita es Dios, para vivir conforme a su deseo siendo testigos de su amor y su misericordia en medio del mundo. Construyendo relaciones basadas en el diálogo y la escucha, la humilde y necesaria actitud que dispone el corazón al encuentro del otro, a la gratitud y a la memoria agradecida.
Gracias Dios por darnos al Papa Francisco. Gracias porque a través de él hemos sentido tu cercanía que sigue guiando y orientando la Iglesia en pleno tercer milenio. Te pedimos por su salud y lo encomendamos a tu santa voluntad. Es nuestro deseo humano que su voz nos acompañe mucho tiempo más, para que siga guiando la Iglesia como hasta ahora: con tu luz, con tu fuerza y con tu amor.